Del escritorio de Julio Ruíz

Los frutos amargos de los tiempos dulces

Santiago 1:13-18

INTRODUCCIÓN: El filósofo Dietrich Bonhoefffer, hablando de la tentación, ha dicho: “En nuestros miembros hay una inclinación dormida hacia el deseo que es a su vez súbito y feroz. Con poder irresistible, el deseo se apodera del dominio sobre la carne. Toda a la vez se enciende, un fuego secreto y al rescoldo. La carne arde y está en llamas. Da lo mismo si es el deseo sexual, la ambición, o la vanidad, o el deseo de venganza, o el amor por la fama y el poder, o la de codicia por el dinero, o, finalmente, es el deseo extraño por el mundo de la naturaleza. El gozo en Dios… se extingue en nosotros y buscamos todo el gozo en la criatura. En ese momento Dios es muy irreal en nosotros, Él pierde toda realidad, y solo el deseo por la criatura es real. La única realidad es el diablo. Satanás no nos llena con odio a Dios, sino con olvido de Dios… La lujuria así levantada envuelve la mente y la voluntad del hombre en la oscuridad más profunda. Se nos quitan los poderes de discriminación clara y de decisión” (Tomado de 1001 Ilustraciones, pag. 612 por Charles Swindoll). Semejante descripción nos hace ver el poder de la tentación una vez que es consumida. Esto es lo que Santiago nos presenta hoy este selecto pasaje. De modo, pues, que así como las pruebas se levantan para perfeccionar nuestra andar con el Señor, las tentaciones tienen la intención de detenernos, y en lugar de concentrarnos en Dios, que nos concentremos en nosotros mismos, lo cual al final será la gran ruina para nuestra alma. La tentación es real. No hay un día que ella no haga presencia en nosotros. Ella viene en distintos colores, sonidos, voces y seducción. A veces nos sentimos tentados a no decir la verdad, a tomar algo que no es nuestro, a tomar ventaja de alguien, en hablar mal de alguien, comer más de la cuenta, en dar lugar a la flojera, guardar un rencor, a cometer fornicación, ver pornografía, o retener lo que le pertenece a Dios. La verdad es que la tentación está en todas partes, ¿Cuál es la suya? ¿No puede resistirla? ¿Le vence con facilidad? La semana pasada hablamos del fruto dulce que nos deja una prueba. Hoy hablaremos de los frutos amargos que trae una tentación si no es enfrentada. Conozcamos la naturaleza real de la tentación y sus frutos.

 

  1. LOS FRUTOS AMARGOS SE DAN PORQUE LA TENTACIÓN ES UNA REALIDAD UNIVERSAL v. 13. “Si alguno es tentado…”.

 

1. Prueba y tentación. Santiago usa en este pasaje la palabra “prueba y tentación” de una manera indistinta. La forma cómo habla primero de la prueba, y luego de la tentación (v. 11), debe resaltarse. Fue así como en el primer mensaje hablamos de “tened por sumo gozo cuando nos hallemos en diversas pruebas”. Pero  no podríamos decir lo mismo cuando nos hallamos en diversas tentaciones. Por seguro que la Biblia jamás nos va a decir: “Hermanos, tened por sumo como cuando os halléis en diversas tentaciones”. El asunto, pues, consiste en que esta palabra es la misma en el original, pero en  la experiencia resultan dos palabras opuestas. El asunto sería que Dios nos prueba para que seamos mejores cristianos, hasta llegar a ser cabales, para que estemos  completos en todo. Pero Satanás nos tienta para sacar todo el mal que hay en nosotros, según lo va a decir Santiago en los versículos 13-15. Así que la tentación es universal. Nadie debe sorprenderse cuando es tentado, pero el ser tentado no es  pecado. ¿Hay alguien que no es tentado? ¿Sabe cuál es la única persona que no es tentada? ¡Un muerto! A ellos nada les tienta.

 

2. La tentación es inevitable. Esto significa que tarde o temprano nos encontramos con ella. Si usted es un creyente fervoroso, que ama a su Señor con todo su corazón, la tentación vendrá más a menudo. Considere el caso de José en el Antiguo Testamento (Gn. 39). Mientras más fiel fue a Señor, más fue tentado a ceder en las pretensiones del enemigo. El asunto es que si nuestro Señor Jesucristo fue tentado durante cuarenta días consecutivos, siendo el Hijo de Dios, tenga la seguridad que la tentación será inevitable en su vida. Recuerde siempre la admonición bíblica: “El que piense estar firme, mire que no caiga”.  Si usted no está siendo tentado en estos momentos, no celebre todavía, recuerde que la tentación es inevitable. La tentación no es algo que ya has pasado. Y si la has vencido un momento, prepárate porque la tentación regresará.

 

3. La tentación es personal. Esto significa que cada uno tiene sus propias tentaciones. Algunos son muy fuertes en unas áreas, pero son débiles en otras. Todos somos sometidos a tentaciones, así como todos somos sometidos a pruebas. Eso quiere decir que poseemos una naturaleza vulnerable frente a eso que se llama tentación. Por cuanto poseemos una naturaleza pecaminosa, todos estamos expuestos a sufrir los ataques de la tentación. Bien pudiera usted decir esa tentación no me toca. Pero no diga nunca eso. Cuando menos lo piense aparece una particular tentación que lo hace más vulnerable que otra. Se ha dicho que los líderes son sometidos a las cuatro “F” de la tentación. La “F” de la fama. La “F” de la fortuna. La “F” de la flojera. Y la “F” de las faldas. Cualquiera de ellas, tarde o temprano, tocará la puerta. Así que nunca debería sorprenderse de ellas sino estar prepararnos para esos momentos. La recomendación del Señor a sus discípulos fue: “Velad y orad para que no entréis en tentación” (Mt. 26:41).

 

  1. LOS FRUTOS  AMARGOS QUE RESULTAN DE LA TENTACIÓN NO PROVIENEN  DE DIOS v. 13. “…no diga que es tentado de parte de Dios…”

 

1. ¿Quién tiene la culpa? En el ataque de la tentación no debemos confundirnos. Al momento de caer en una tentación, la tendencia humana es buscar a un culpable. Después que el pecado entró en la humanidad comenzó lo que se ha llamado la “transferencia de la culpa”. De acuerdo a Génesis 3:12-13, ninguno de los actores de los hechos quiso asumir su responsabilidad. Cuando Dios le preguntó a Adán sobre lo ocurrido, su primera reacción fue: “La mujer que me diste por compañera”. Cuando se le preguntó a la mujer, la respuesta fue: “La serpiente me engañó”. Y este patrón es copiado por nuestra sociedad. El comportamiento que refleja nuestra pecaminosidad se expresa en las palabras “así nos hizo Dios”. Obviamente esta es la forma como el hombre  justifica su conducta para seguir haciendo lo malo. El dicho “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, cobra su vigencia en el asunto de la tentación. El tentador sabe que cuando alguien cede a la tentación, la reacción inmediata es buscar a quien culpar. Al hacer esto logra sus batallas porque sabe que el hombre no es capaz de asumir su propia responsabilidad frente a la falta. Esto le deja el camino abierto para seguir tentando. Pero a la larga su engaño no resulta.

2. Dios no puede ser tentado por el mal v. 13. Santiago pareció interpretar lo que sucedió en el huerto del Edén al momento de hablar de este texto. Por cuanto la culpa de la tentación se le suele pasar a Dios, Santiago categóricamente nos habla de la naturaleza de Dios contrastada con la del hombre. Dios, en su esencia santa,  no puede ser tentado por el mal. Es Habacuc, quien hablando de la santidad  y pureza de Dios, nos dice: “Muy limpio eres de ojo para ver el mal…” Hab. 1:13).  Transferir la culpa de nuestras maldades a Dios es ser ignorante. Cuando buscamos el origen del mal, su fuente no está en Dios. Sin embargo, la Biblia si nos va a decir que entre los seres más hermosos que él hizo, dotado de todo tipo de belleza y perfección, un día se descubrió maldad en él: “Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ez. 28:15). Así que cuando “alguno dice que es tentado”, que no tome el argumento que fue Dios quien lo indujo a hacer algo que va contra su propia naturaleza y razón de ser. Lo malo está en Satanás y está en el hombre. Lo bueno y lo santo son cualidades únicas de Dios. Dios no puede ser el autor del mal. El mal tiene su propio padre. La tentación encuentra su mejor expresión en su Tentador por excelencia, Satanás. Él es un experto en generar la tentación. Dios es autor de todo lo bueno. La tentación viene para pecar y eso no lo hace Dios.

3. Dios no tienta a nadie a pecar. Esta es la otra parte de la argumentación de Santiago. Por cuanto no hay maldad en Dios, sino pureza y santidad, el solo hecho de pensar que Dios puede inducir a alguien a hacer aquello que él mismo odia y por el cual su propia ira fue puesta sobre los hombros de su amado Hijo, sería quebrantar todas las leyes morales y divinas,. Los que hoy viven en sus tantas desviaciones sexuales, en particular los homosexuales, han llegado a la infeliz conclusión que su naturaleza corrompida se debe a que el mismo Dios los entregó a esa condición. Por cuanto “nacieron” así, argumentan ellos, Dios les dio el visto bueno para seguir pecando y pervertirse en tal condición. Estos son los textos con los que justifican sus actos: “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos… Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza… Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen…”(Ro. 1:24-32). Dios no tienta a nadie a pecar, pero a los que persisten en pecar los lleva a esta condición.

 

  1. III.   LOS FRUTOS AMARGOS DE LA TENTACIÓN TIENEN SU ORIGEN EN EL CORAZÓN v. 14-15. “…cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido

 

1. La tentación surge de adentro. Lo primero que hay que destacar acá es que la tentación comienza con  el deseo. Por eso es que un muerto no puede ser tentado. Una vez que Santiago deja claro que Dios no puede ser el autor de la tentación, pasa a decir que el lugar exacto de la tentación está en nuestra “propia concupiscencia”. Esto significa que “cada uno es tentado por la lujuria” o sus “propios malos deseos”. El deseo de pecar ya está dentro de nosotros. Si no fuera así, el pecado no sería atractivo para nosotros. A primera vista, se podría pensar que el pecado es una especie de imán. Pero eso no es cierto. El imán está dentro de nosotros. Los deseos son muy poderosos. Por supuesto que no todos los deseos son malos. Lo malo consiste en el exceso de las cosas.  El deseo por la comida, o la satisfacción sexual, o el alivio del dolor puede convertirse en obsesiones que controlan nuestras vidas. Las palabras “atraído y seducido” tienen que ver con  el cebo o la carnada para atraer el pez. La tentación nos presenta lo que es atractivo, agradable, apetecible, y bueno para comer. El anzuelo está camuflado para ser mordido.

 

2. La tentación no suelta. El anzuelo de la tentación tiene varios ganchos. Una vez que se ha caído en ella no bastan los “aleteos” para zafarse. Por cuanto el cebo fue muy atractivo, la mordida fue muy fuerte; no hay forma de salir de allí. Mire el ciclo que sigue la tentación: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado…”.  Una simple atracción, conocida como el deseo, produce una concepción; eso significa quedar embarazado. El embarazo debe seguir su tiempo de gestación, pues llegará el tiempo para el alumbramiento del pecado. Pero la diferencia de esto será que, mientras la llegada de un bebé es la alegría de todo, este alumbramiento se constituye en la vergüenza de todos. Así que los dos elementos (el cebo y el deseo) se unen para dar a luz el pecado. Eso es bastante malo, pero no termina ahí.

 

3. El pecado concebido da a luz la muerte. Esta es la verdad desde el Edén. No se conoce un caso donde el pecado no lleve a la  muerte, aunque al principio produzca placer. Tome en cuenta algunos ejemplos. Tener sexo antes del matrimonio o durante el matrimonio se presenta como una experiencia sensacional,  en el tiempo, pero cuando el matrimonio se viene a ruinas, llegando al impacto que produce un divorcio, o un eventual embarazo sin estar preparado, al final, el dolor es mayor que el placer. Considere las bebidas alcohólicas. Correr por ahí con sus amigos y beber puede parecer un buen momento. Pero cuando usted ve las luces intermitentes azules detrás, o su carro destrozado, o la trágica pérdida de vidas causadas por su consumo de alcohol sabrá que el placer no valía la pena. Piense lo mismo en el robo, la mentira, el engaño, la usura, la gula… todas esas tentaciones, convertidas en pecado, darán a luz la muerte. La Biblia no puede equivocarse cuando nos dice que “la paga del pecado es la muerte”. Contrario a una prueba que al final nos conduce a ser cabales y maduros, la tentación nos lleva a la muerte de todas nuestras metas e ideales. Pero esto no es  lo que Dios quiere para sus hijos. Somos llamados a triunfar.

 

CONCLUSIÓN: Así que  hay buenas noticias sobre la tentación. Santiago nos dice que por el carácter que no cambia del Señor (vv. 16-18), nosotros podemos triunfar.   Jesucristo también fue tentado en todo, pero él triunfó sobre cada tentación. Las tres tentaciones en el desierto fueron un intento por seducir la lealtad de Jesús a Dios y rendirla a Satanás. Pero en todo él usó la palabra de Dios para no rendirse al tentador. Cuando Satanás lo tentó para satisfacer sus propios deseos de la carne (Mt. 4:3), su respuesta fue: “No solo de pan vivirá el hombre…”. Cuando fue tentado a enaltecer su orgullo (vv. 4-6), su respuesta fue: “No tentarás al Señor tu Dios”. Cuando fue tentado acerca de los deseos de los ojos (vv. 8-9), su respuesta fue: “Al Señor adorarás, y a él solo servirás”. Por lo tanto ahora tenemos un gran sumo sacerdote, que fue tentado en todo, pero sin pecado (He. 4:15). Y la promesa para todo aquel que es sometido a toda tentación es que  junto con la tentación vendrá la salida para que podamos  resistir (1 Cor. 10:13). Esta es la promesa y seguridad que tenemos. ¿Está venciendo su tentación? Usted no está solo en esta batalla. Jesucristo, quien ha vencido, te invita a ser un triunfador sobre la tentación. Ven a él.

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