Del escritorio de Julio Ruíz

Enfrentando el temor

Enfrentando el temor
Estudio realizado por el pastor Julio Ruiz
 Imagen cortesía de DepositPhotos

¿Cuál es su temor en la vida? ¿Con cuál de ellos  se acuesta o se levanta? Sin duda que cada uno de nosotros está expuesto a una variedad de temores.  En la vida poseemos temores naturales. Así, pues, le tememos a la soledad, a una enfermedad repentina, a la pérdida del empleo, a enamorarnos porque  pensamos  ser rechazados, temor a hablar otro idioma… y sobre todo, temor a la muerte. Los temores son una realidad. Temen los hombres débiles y temen los hombres fuertes.  La presente historia nos presenta a Pablo con un temor repentino. ¿Quién podía imaginarse a Pablo preso de temor? Miedo y tentación a abandonar lo que había empezado en Corintios (18:8).

Aunque el éxito era notorio en este lugar, Pablo estaba pasando por un tiempo de temor. Es bueno recordar que Pablo era un hombre de carne y hueso como nosotros. ¿Qué acontecimientos en la vida de este gigante de la fe ocurrió para sentir afectado de su ánimo?  Bueno, la posible respuesta a esto lo tendríamos que ver en el contexto inmediato. Pablo no tuvo mucho éxito en la ciudad de Atenas, aunque usó sus más experimentada experiencia y conocimiento para hablarles a toda esa erudición que se concentró para oírle.

No se habla de bautizados, de iglesias fundadas; no hay ninguna carta que sea dirigida a los hermanos de atenienses. Cuando uno lee la carta da los corintios, inmediatamente se da cuenta del impacto que produjo aquella experiencia en el apóstol (1 Cor. 2:1-5).  La presencia de Pablo en Corintios evidencia cierta debilidad, temor y temblor que ponen de manifiesto el miedo al fracaso con el que llega a esta ciudad. Pablo ahora teme repetir en Corintios  las burlas y los escuálidos resultados. 

De modo, pues, que ahora  no confía  en su oratoria, sino en el poder, la vida y las enseñanzas de Cristo. Cuesta, pues, imaginar al apóstol Pablo sintiendo miedo al fracaso, al rechazo, a ser juzgado  y hasta la perdida de la propia vida. Pero es en esos estados emocionales del alma cuando el Señor viene a nuestro encuentro para que nos levantemos dejando a un lado el temor.

Es un hecho que el temor más grande en la vida cristiana es el de hablarles a otros del Señor. Veamos cómo nos ayuda el Señor a vencer esta condición emocional. Enfrentemos los temores bajo la perspectiva divina. Escuchemos al que ha vencido todo temor.

Enfrentamos los temores escuchando la orden “No temas”

Algunos han considerado que el aparente fracaso de  Pablo en Atenas, y  el alboroto y conflicto que se produjo en la misma ciudad de Corintios, pudieran ser la causa de temor que le  sobrevino a Pablo. Pero es estando en esa condición que oye decir: “No temas”.  El miedo se define como un estado mental al experimentar una situación que amenaza, dando como resultado una conducta  que tiende a huir o a eludir esa condición. La capacidad de sentir miedo la llevamos en los genes.

Todos desde nuestra infancia hemos experimentado ciertos miedos que le han dado forma a nuestra personalidad. El miedo puede considerarse como el peor aliado, sobre todo cuando estamos en altas responsabilidades. En la toma de decisiones, nada será peor si estamos invadidos de temores. Será mejor no dar un paso adelante si el temor no ha desaparecido. Pero frente a eso que nos paraliza, el Señor se acerca con su orden divina y nos dice: “No temas”.

Ya otros habían escuchado esta orden. Cuando José estaba en la incertidumbre en recibir a María por encontrarse embarazada, sabiendo que no aquel hijo no era suyo, el Ángel del Señor le dijo: “No temas recibir a tu mujer…” (Mt. 1:20). Cuando los discípulos fueron sorprendidos en el lago de Genesaret por una tormenta, el Señor les dijo: “No temas” (Mt. 8:26). Cuando Jairo se enteró de la muerte de su hija, el Señor inmediatamente le dijo: “No temas” (Mr. 5:36). Estas fueron las mismas palabras que Jesús pronunció a sus discípulos después que resucitó. Así que, frente a las diferentes causas de nuestros temores, el Señor se acerca, como lo hizo con Pablo, y nos dice: “No temas”. Sí, no temas, porque quien te lo dice es Aquel que venció a todos sus enemigos.


“No temas” cuando veas que ya los años van pasado y tu salud se plantea muy frágil y todo parece indicar que en cualquier momento vas a colapsar. Recuerda de quien vienen tus fuerzas.
“No temas” cuando llega la noche y te sientas solo. Recuerda al Señor que llena todo tu ser.
“No temas” cuando las finanzas no te alcanzan y cuando veas la estrechez que se cierne  y crecen tus  deudas. Recuerda al que te ha dicho: “Mi Dios, pues, suplirá lo que os haga falta”.
“No temas” cuando tus hijos tengan que dejar el “nido” de tu  hogar. Recuerda que ellos son herencia de Jehová y el los sostendrá.

Enfrentamos los temores obedeciendo la comisión de “Habla y no calles”

Es posible que la experiencia por la que Pablo ha pasado, lo haya silenciado un poco. Normalmente sucede así. Una impresión negativa  puede paralizarnos y dejarnos fuera de combate. El temor de volver a equivocarnos nos hace retroceder.

Pero una de las cosas grandes de nuestro Dios es que no nos deja postrarnos en nuestros propios estados de ánimo, sino que viene a nuestra vida con toda su intención de levantarnos para que sigamos la tarea que tenemos por delante. Una de las cosas grandes de nuestro  Señor es su presencia oportuna para hablarnos y dirigirnos a no desmayar en lo que estamos haciendo para él. Observe que la visión que le vino a Pablo fue de noche.

A lo mejor la voz de Dios se hizo presente en  sus pensamientos al mismo momento que se  debatía entre el compromiso  y el desafío por delante. Y allí, entre dormido y despierto, oyó al Señor decir: Pablo “No temas, sino habla y no calles”. La comisión le había sido dada, no era tiempo de callar. Ahora más que nunca había que dar a conocer el mensaje.

Asistimos a una sociedad que le molesta la religión de los “habladores”. La religión que gusta es la que se concentra en la meditación interna; aquella que se puede practicar en la esfera íntima, y que de ninguna manera pueda romper con el orden establecido. Pero necesitamos hablar, porque si no “las piedras hablarían”, como lo dijo Jesús.  ¿Qué habría pasado si hombres como Pablo, Martin Lutero, Martin Luther King, hubieran guardado silencio?

Por lo tanto:

“Habla y no calles” cuando veas que las sectas, propagadoras del error doctrinal, invaden tu vecindario predicando una mentira como si fuera una verdad.
“Habla y no calles” cuando veas que cerca de ti está alguien que no tiene esperanza de la vida eterna y que pudiera ir por la “puerta ancha”, rumbo a una eternidad sin Cristo.
“Habla y no calles” cuando veas como el pecado es expuesto por esta sociedad complaciente, llamando a la bueno malo y a lo malo bueno; aceptando como natural la práctica de los pecados  que el Señor tanto odia y que fueron la causa por los Jesús dio su vida en la cruz.
“Habla y no calles” porque tú posees la noticia más inigualable que jamás se haya escuchado.
“Habla y no calles” porque de eso dependen tus recompensas celestiales.

Enfrenamos lo temores confiando en la promesa “Porque yo estoy contigo”

Pablo ya había experimentado la presencia de Dios en su vida. Lo que hasta ahora ha hecho se debe a la confianza que poseía en esta divina promesa.  Pero por la misma razón que le había dicho “no temas”, ahora  le recuerda que no está solo en todo lo que está haciendo. Alguien ha dicho que desarrollar una mayor conciencia de la presencia de Dios en nuestras vidas, es la base fundamental de una vida sabia y temerosa de Dios, pero que de igual forma, vivir sin la conciencia de Dios es el principio de la degradación y corrupción del ser humano ( Ro. 1:28).

Pablo experimentaba lo primero.
Suena interesante que las veces que el Señor nos ha hablado de esta promesa, lo ha dicho en clara referencia al trabajo de la evangelización. En la Gran Comisión, después que especificó el alcanza universal del evangelio y la tarea del discipulado, nos dice: “He aquí yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt. 28:19-20).  

Ahora hace lo mismo con Pablo por cuanto su pasión fue la salvación de su pueblo y el de los gentiles (Ro. 10:1; 15:18, 19). Así que el temor por hablar la palabra de Dios debe disiparse cuando al momento de compartirla,  la promesa de su presencia se nos hace presente.


Es cierto que en la vida la compañía de un ser amado es importante. Los esposos sabemos apreciar altamente esto. Los padres y las madres saben cuánto representa la compañía de un hijo obediente y amoroso. El novio y la novia valoran altamente la presencia de su amado, sobre todo en la etapa de ir acoplándose el uno y el otro para una vida juntos por siempre. Pero nada es comparable con la dulce presencia del Señor en nuestras vidas. Los temores no podrán ser parte de la vida si reconocemos al que nos ha dicho: “Porque yo estoy contigo”. Considere quién dos da esta promesa. Si él nos hubiera dado un ángel, sería bueno. Pero es él en persona que se dio.

Enfrentamos los temores creyendo que “ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal”

Como quiera que haya sido ya Pablo había experimentado pedradas y azotes en las ciudades previas donde había estado. Literalmente traía las marcas de Cristo sobre su cuerpo. Aquí el Señor lo consuela asegurándole protección mientras va a realizar el trabajo. Esta es otra promesa confortadora. Los que anuncian el evangelio se exponen más al peligro que ningún otro. Si no lo cree, léase la historia de los mártires y de los que siguen sufriendo por causa del evangelio.

Pero el propósito de esta promesa es darnos ánimo cuando por su causa seamos rodeados de los más reales peligros. El asunto es que nadie nos podrá hacer daño sin el permiso de Dios. Hemos dicho que el temor tiene la misión de paralizarnos y ver peligros y enemigos por todas partes. Pero a lo mejor donde hemos encontrado enemigos a lo mejor encontraremos amigos. Esta promesa nos asegura que Dios está en control de todo en nuestras vidas.

La promesa tiene implícita la idea que cualquier cosa que nos pasara sería porque él mismo lo permitió y al final resultará para bien de nosotros mismos. ¿No fue así lo que pasó con Job?  Amado hermano, usted cuenta con la protección del cielo mientras les habla a otros de Cristo. ¡Hágalo siempre!

Enfrentamos los temores dando por un hecho que “Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad”

Esta es otra promesa reveladora. Aunque ya Pablo estaba viendo mayores frutos en Corintios que los que vio en Atenas (v. 8), parece que el fantasma del fracaso estaba todavía presente, así que mientras cualquier pensamiento negativo vendría a su mente en torno a seguir alcanzo gente para Cristo, oyó en la misma visión estas palabras: “Porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad”. El Señor le dijo que no sólo tenía pueblo, sino “mucho pueblo”.

Esto tuvo que ser muy reconfortante para Pablo. Ahora su ánimo se va a levantar y los resultados serán notorios. Si bien es cierto que en Atenas no hizo mucho, de manera que Lucas nos dice: “ Y así Pablo salió de en medio de ellos” (Hch.17:33), ahora nos dice: “Y se detuvo allí un año y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios”   (v. 11).

El hecho de saber que el Señor tiene mucha gente en las ciudades que nos parecen inalcanzables es confortador.   Por lo general nosotros no vemos lo que Dios ve. La tendencia humana es siempre pesimista, aun en la vida del creyente. Nuestro deber es ser obedientes a la palabra. Los resultados siempre le pertenecen al Señor. La obra es del Espíritu.

Conclusión

En la Biblia aparece más de 350 veces la expresión: “No temas” o algo parecido. ¿Por qué esto? Porque hay una generación  y una época que está dominada por la ansiedad y un continuo sentido de fracaso. Y es en medio de esa orden divina dada a Pablo que el Señor se acerca también en visión y le dice: “Yo estoy contigo… nadie te hará daño”. ¿Cuál es su temor hoy día? Usted también puede hacer suya esta promesa. Aplíquela y el temor huirá.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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