Del escritorio de Julio Ruíz

El incomparable nacimiento

(Lucas 1:26-38)

INTRODUCCIÓN: Se estiman que todos los días nacen 260 mil bebés en el mundo, lo que haría una gran cifra de casi 95 millones por año.  Por supuesto que muchos hogares se llenan de gozo con estos nacimientos, mientras que en otros se enfrentan a la frustración y a la tristeza con su llegada. La razón es simple. Por los problemas genéticos, algunos bebés nacen con deformaciones que acaban con las expectativas de los ilusionados padres. Tome en el caso de los siameses. De acuerdo a la información de Wikipedia, los “Siameses son aquellos gemelos cuyos cuerpos siguen unidos después del nacimiento”. Se nos dice que “esto tiende a ocurrir en uno de cada 200.000 nacimientos, naciendo el 50% de los casos muertos y perteneciendo el 75% de los siameses al género femenino”. Pero además, que “el porcentaje de supervivencia de los gemelos siameses oscila entre el 5% y el 25%”. La frustración es mayor cuando esos cuerpecitos no se pueden separar porque comparten órganos vitales. Esta semana se supo de un niño en la India que nació con parte de otro bebé en su cuerpo, y fue después de crecido que lograron operar con éxito este fenómeno que vino de un vientre materno. Casos como estos son noticias todos los días. Sin embargo, hace dos mil años nació un bebé incomparable. No pudo tener ninguna deformación física porque, aunque nació de un vientre virginal, su concepción fue hecha por el Espíritu Santo. ¿Quién fue ese bebé? Fue el bebé que cuando nació ya había creado a su mamá y era más viejo que su papá. Cuando ese bebé nació ya había creado el mundo, incluyendo el pasto que sirvió de colchón en su pesebre. Hablamos de aquel a quien el profeta nombró “Emanuel” (Dios con nosotros). De aquel niño que sería Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz (Is. 9:5). Hablamos del nacimiento más controversial en las discusiones teológicas y filosóficas de todos los tiempos, porque en la mente de muchos, simplemente esto es una locura impensable. Sin embargo, Jesús no fue el Hijo de Dios porque nació de una virgen. Cuando él nació de María ya era el Hijo de Dios. Él era desde el principio y vino desde la gloria. ¿Qué es lo que hace que el nacimiento de Jesús sea incomparable? ¿Por qué es diferente?

I. POR EL MISTERIO INSONDABLE DE SU NACIMIENTO (Lc. 1:26-28)
1. El mensaje que trajo el ángel. El ángel entró sin pedir permiso a la casa de María y le habló acerca de la decisión celestial. Para ese entonces ella estaba casada, pero todavía la ceremonia no se había consumado. Sin embargo, el ángel le dice directamente: “María, vas a tener un hijo”. Como era de esperarse, María hizo la pregunta lógica: “¿Cómo será esto?  pues no conozco varón”. Mire la respuesta del ángel vv. 35-37. Subraye varias veces esta frase: “Nada hay imposible para Dios”. Mire la respuesta de María v. 38. La Navidad es la proclamación del nacimiento virginal, y eso no depende si usted lo acepta o no para que sea válido. Usted ni yo tenemos que entenderlo para que sea cierto. Hay muchas cosas que no entendemos, por ejemplo: ¿Por qué una vaca color café, que come pasto verde, da leche blanca, y cuando se bate se convierte en mantequilla amarilla?  Así también es el nacimiento virginal de Cristo, pero es real.
2. Una pregunta humana frente a los designios divinos. María hizo la pregunta que mucha gente se hace. Estamos en presencia del primer caso que rompió con el orden natural y biológico.  Sin embargo, esto no sería así si aceptamos lo que el ángel dijo: “Nada hay imposible para Dios”. Déjeme decirle que Dios no está impedido por las leyes que él mismo ha creado. Se dice que un milagro es la alteración del orden natural de las cosas. No debiéramos tener problemas en el nacimiento virginal si aceptamos el hecho de la creación. Si usted admite Génesis 1:1, no tendrá problemas en aceptar los demás milagros. En el principio Dios creó los cielos y la tierra; y, ¿de qué la hizo? ¡De la nada! ¿Tiene usted problemas en el aceptar el nacimiento virginal? Déjeme recordarle esto: Dios creó al primer hombre sin padre ni madre del polvo que él mismo hizo. Pero el polvo que sirvió como materia prima para hacer al hombre, fue hecho de la nada. Es posible que para usted el nacimiento virginal sea un misterio, pero no lo es para Dios si entendemos la creación misma. Mire lo que Pablo le dice Timoteo respecto al misterio de la piedad (1 Tim. 3:16) No nos preocupemos si no podemos explicar el nacimiento virginal así como no podemos explicar la naturaleza de Dios. Recordemos lo que le dijo el ángel a María: “Porque nada hay imposible para Dios”. Hasta ahora, todo lo ha podido hacer.

II. POR EL MINISTERIO REDENTOR DE SU NACIMIENTO (Lc. 2:8-11)
1. La necesidad de la revelación a través del Hijo. Un Dios encarnado fue necesario para nuestra salvación. ¿Por qué? Porque Dios le dio dominio a Adán y Eva, pero pecaron y ese dominio se perdió. Después ellos se convirtieron en esclavos de Satanás e infectaron a toda la raza humana con su pecado. Nuestro dominio se perdió por un hombre y la única manera en que puede ser devuelto es por otro hombre. En la actualidad estamos representamos o por Adán o por Jesús. En Adán todos morimos, pero en Cristo todos somos vivificados. Jesús, el último Adán, vino de una virgen para deshacer lo que el primer Adán hizo. Aparte del nacimiento virginal no hay otra esperanza de salvación. El mundo estaría más perdido sin esa concepción.

Entonces, ¿cómo es que Jesús vino a deshacer lo que el primer Adán hizo?
2. La necesidad de la sangre para el perdón de pecados. La Biblia dice que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado. El pecado debe ser expiado, y expiado con sangre derramada. Dios como espíritu no tiene sangre. El gran “yo soy” no puede morir. El eterno no puede sangrar. Así tenemos que, por cuanto la salvación fue perdida por un hombre, y con ello el dominio, así también el hombre debe ser redimido por un hombre. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Pero no todo hombre podía hacer esto. Tenía que ser un hombre perfecto, sin pecados e inocente. Todos somos hijos de Adán y Eva por nacimiento, pero ninguno está calificado para morir por otro (Ro. 5:12) ¿Hay alguno de los que estamos aquí que nos atreveríamos a decir que nunca hemos pecado? Tome en cuenta esto, si el Señor hubiera nacido como uno de nosotros, él sería un hijo de Adán y como tal hubiera sido pecador. Así que esto le imposibilitaría ser inocente, y por supuesto salvarnos. La respuesta de Dios para salvarnos es un hombre, pero un hombre sin pecados. Un hombre perfecto. El Dios hombre. El Señor Jesucristo.
3. La naturaleza humana y divina a la vez. Debe saber esto, que aun cuando esa criatura estaba en el vientre de María, él tenía una vida separada de la madre. Se sabe que la herencia sanguínea no está determinada por la madre sino por el padre. ¿Qué sangre circulaba por las venas del bebé Jesús? La sangre de Dios. Mendel, el hombre que trabajo en los códigos genéticos en el asunto del ADN, ha dicho: “Cada uno de nosotros es la suma excesiva o dominante de características de sus dos progenitores, esto es: papá y mamá. Todo lo que había en su papá y en su mamá está en usted. Esas características pudieran ser recesivas o dominantes, todas están allí”. Pero vea el asunto del nacimiento virginal. Supóngase que los padres de Jesús hubieran sido dioses, su naturaleza sería solo de Dios, pero carente de humanidad, así Jesús no podía salvarnos. Ahora suponga que los padres de Jesús hubieran sido solo humanos, entonces él habría heredado las características de su padre y de su madre, siendo un pecador como cualquier otro hijo de Adán; así tampoco nos salvaría. Pero ahora sabemos que su padre es verdaderamente Dios y su madre es verdaderamente humana; entonces, ¿quién es él? Es Dios encarnado. No es mitad Dios y mitad hombre. El es el Hijo del Hombre e Hijo de Dios. El vino como el Hijo del Hombre, para que nosotros podamos ser hechos hijos e hijas de Dios. Este es la razón del nacimiento virginal.

III. POR LA MAJESTAD UNIVERSAL DE SU NACIMIENTO (Lc. 1:30 y ss)
1. Tal padre tal hijo.  Ahora como Hijo de Dios, él comparte la naturaleza del Padre. ¿Quién es este bebé nacido de una virgen? ¿A quién se pareció Jesús? ¿A María o a José? Él se parece a Dios, porque él mismo es Dios. Muchos no aceptan esto. Los mormones piensan que Jesús es un dios, pero no el Dios verdadero. Los Testigos de Jehová que es una creación de Dios.  Pero mire lo que dice Hebreos 1:8: “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino”. Jesús es el hijo terrenal del Padre celestial, pero a su vez es el Hijo celestial de una madre terrenal. Ese bebé acostado en el pesebre, envuelto en un pañal, con sus piecitos tocando la paja, es el poderoso Dios del Génesis 1:1 y de Juan 1:1. Jesús no comenzó con María en Belén, él existió desde siempre con el Padre eterno.  
2. Por las dimensiones eternas del hijo de su vientre. María había sido instruida sobre las características del Mesías, entre las que se destacaba su carácter de guerrero conquistador. Sin embargo ahora está escuchando algo que no se le había dicho. El hijo de sus entrañas tiene otras características. Sería llamado “Hijo del Altísimo”. El hijo tendría una naturaleza humana y divina a la vez. Por lo tanto, él era el Hijo de Dios. En el vientre virginal de María, Dios, por medio del Espíritu Santo, estaba dando a luz la parte humana de la segunda persona de la Trinidad, nuestro Señor Jesucristo. Cuando María escuchó toda esta revelación, prorrumpió en el más excelso cántico que aparezca en las Escrituras. Pero, ¿qué más le dijo el ángel? Le dijo que el niño sería “grande”. Iba a recibir de parte de su Padre “el trono de David”, de donde venía la línea mesiánica. Pero además el reinado de ese niño no era parecido al de los reyes de Israel, cuya referencia más notoria era el reinado de David, sino que “reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”. María recordaría a muchas madres que concibieron a reyes que al final murieron, pero ella sería la única que pariría a uno que ya era eterno.

CONCLUSIÓN: El predicador londines, Henry Morhouse, contó una historia de unos hombres que fueron al zoológico de Londres y decidieron hacer una apuesta para ver cuántas ratas podía matar un perro Terrier en determinado tiempo. Las apuestas las hicieron en la misma forma que otros las hacían para las peleas de gallo, de caballo o de perros galgos. Tomaron, pues, a un perro y lo metieron en una jaula con 25 ratas furiosas, matando unas cuantas pero no lo suficiente. El amo perdió su dinero y le dio una paliza al perro, lanzándolo cerca de la jaula de un león, para que lo devorara. El viejo león se acercó y miró al pobre perro pisoteado y sangrante. Lo olfateó, lo mimó. Entonces puso sus garras sobre él como protegiéndolo y luego miró al hombre que había hecho eso. El león vio todo y estaba furioso que esto le hubiera pasado a esta criatura. En ese momento se apareció el cuidador del zoológico, y de acuerdo Henry Morhouse, dijo: “¿Quién hizo esto? ¿Quién tiró a ese perro en la jaula?”. El amo confesó que lo hizo porque estaba furioso, pero le dijo que por favor se lo devolviera. El cuidador actuó como si no lo hubiera escuchado. Y el hombre se volvió agresivo, y le exigía que le devolviera su perro. Entonces el cuidador le dijo: “Así que quiere su perrito. Pues bien, voy a abrir la jaula y entonces usted puede ir a buscarlo”. El evangelista hizo esta aplicación. “Yo estaba también así, golpeado, molido y herido por Satanás y el pecado, hasta que el León de Judá nació de un vientre virginal para ser mi salvador”. Este es el mensaje de la Navidad. ¿No es extraordinario que tengamos tan maravilloso salvador?  Aquel incomparable bebé, ahora es el adorable redentor. ¿Lo es de usted?

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