Del escritorio de Julio Ruíz

La palabra sanadora

(Juan 4:43-54)  

INTRODUCCION: ¿Cuál es la palabra sanadora de esta historia? “Ve, tú hijo vive” v. 50. Jesucristo se nos revela como la palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Al principio de la creación, la tierra estaba “desordenada y vacía”, pero  la palabra  le dio vida a todo lo que ahora vemos. “Y dijo Dios”, fue la palabra creativa. Luego Jesucristo se nos revela como la palabra encarnada, el Verbo que dio origen al Hijo del Hombre. Juan nos dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Jn. 1:14). Cuando Cristo comenzó su ministerio utilizó la palabra, y por medio de ella se desarrolló un poder transformador. Uno de los textos reveladores de la Biblia nos dice: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Las palabras “espíritu y vida” son palabras sanadoras. Son las que más urgimos. Así pues, no busquemos a Jesús por las señales que hace, sino por la palabra que dice. En la presente historia, Jesús reprochó la actitud de los que buscan en él lo sensacional, diciendo: “Si no viereis señales y prodigios, no creeréis” v. 48. Dejó claro que los milagros necesariamente no consisten en la recreación de la vista con hechos espectaculares. Y que ellos no son un fin en sí mismo, sino los medios de la gracia divina. También que los milagros son la ocasión para que desarrollemos una fe en la palabra hablada, más que en los portentos que vemos. El oficial, cuyo hijo estaba enfermo de muerte, entendió este mensaje. Vino buscando a Jesús para que fuera a su casa e hiciera con su hijo un milagro como lo hizo al convertir el agua en vino (Jn. 2:1-11). Pero en lugar de regresar con Jesús en persona, regresó con la palabra de Jesús. Veamos en la segunda señal de Juan cómo la palabra sanadora, transforma una fe dudosa.

I. LA PALABRA SANADORA CHOCA CON UNA FE MAL ENFOCADA  

1. Es una fe que solo busca señales y prodigios v. 48. Estamos en presencia de un hombre cuya vida social era la de alguien con mucho prestigio y poder. Él era muy distinto a aquellas multitudes que se acercaban a Jesús desposeídos de todo. Pero al igual que otros, él se acercó a Jesús porque tenía un gran problema: su hijo estaba a punto de morirse y ni sus riquezas ni su posición habían podido curarlo. El rey al cual servía no lo había hecho. Los médicos ante quienes gastaría una fortuna tampoco lo habían hecho. Pero este hombre había oído del milagro que Jesús hizo en Caná, y seguramente pensó que él podía hacer algo especial por su hijo. A lo mejor por ser el hijo de un noble podía también curarlo y la noticia sería más espectacular. Pero Jesús no está buscando que se le creyera por los milagros que haccía sino por lo que él es y dice. La aparente reprensión que Jesús le hace, incluyendo al resto de los oyentes, tenía la intención de sacar de este hombre una fe nueva y robusta. ¿Por qué decimos esto? Herodes se alegró cuando le llevaron a Jesús porque quería ver sus milagros, sin embargo él se mantuvo callado. Cuando estaba en la cruz le decían que descendiera de allí para creer en él. Pero la verdad es la misma. La fe no puede estar enfocada solo en el milagro sino en la persona de Jesús. Note lo que dice Juan 2:23 y 24. Jesús conoce lo que hay en los corazones.  

2. Es una fe que se centra en sí mismo. ¿Cuál era el real interés de este hombre de la historia? Que su hijo se sanara. Y, ¿hay acaso algo malo en esto? Estoy seguro que si un hijo suyo o mío cae postrado en una cama con una enfermedad, haremos todo lo posible para buscar su sanidad. Sin embargo, cuando se busca a Jesús solo para que él nos haga el favor de sanar al hijo, mi búsqueda se convierte solo en ese propósito. Nuestra moderna sociedad no quiere saber nada de Dios, pero cuando algo malo le pasa, de inmediato busca a Dios para que le resuelva su problema, aunque después se olvide otra vez de él. Hay personas que hacen todo tipo de promesas a Dios si él le hace el milagro, pero una vez hecho se olvidan las promesas. Nuestra fe está mal enfocada cuando solo nos preocupamos por el bienestar físico. Si nuestra preocupación es solo el trabajo, los estudios y los negocios, y es por ello que buscamos al Señor, entonces le estamos diciendo que nuestro interés no es por amarlo, adorarlo y rendirnos a él. Es simplemente buscarle porque hay algo que se está “muriendo” en nuestras vidas. Una auténtica y robusta fe se enfocará en tener una correcta y armoniosa relación con él.

3. Es una fe que solo da órdenes v. 49. Por seguro este hombre era un militar acostumbrado a dar órdenes. En su desesperación no se percató que estaba hablando con Jesús y no con un soldado. Pero ¿no es así como mucha gente trata a Dios? Hoy se ha popularizado mucho el asunto de “decláralo y recíbelo” o “nómbrelo y reclámelo”. La tendencia de esta nueva “teología” es darle a Dios la orden para que él lo haga. Esto es una necedad. La fe no es darle órdenes a Dios sino esperar que él obre de acuerdo a sus designios. Cuando alguien dice, por ejemplo: “Yo te declaro sano”, está con ello invadiendo un terreno que solo le pertenece a Dios. Ninguno de nosotros declara a nadie sano, eso es potestad de Dios. De hecho, ni siquiera Dios sana a todos. Pablo no lo fue. Algunas oraciones son órdenes como la de este noble hacia Jesús. En lugar de orar como lo hizo Samuel al ser llamado por el Señor la cuarta vez, dijo: “Habla Jehová que tu siervo oye”, dicen: “Dios por qué no escuchas cuando te hablo”. Este tipo de fe es débil. Es más, es una fe irreverente. ¿Quiénes somos para darle órdenes a Dios? Por el contrario debiéramos acercarnos con humildad y decirle a Dios que si es su voluntad, y así está en sus planes, que lo haga. Debemos ir con frecuencia  a la oración del Padre Nuestro que plantea la necesidad que se haga la voluntad de Dios  así en los cielos como en la tierra.  

II. LA PALABRA SANADORA CAMBIA LA FE DEBIL EN UNA FE ROBUSTA

1. La fe robusta va más allá de los milagros v. 50. Jesús no descendió con este hombre, según él esperaba, sino que más bien le dijo, regresa a tu casa que tu hijo vive. El texto sorprendentemente dice: “Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue”. ¿Por qué ese cambio repentino? ¿Qué lo indujo de una fe débil a una fe robusta y fuerte? Este hombre pudo asumir la misma actitud de Naamán cuando fue a ver Eliseo para ser sanado de su lepra. Al ver que no hicieron las cosas como él las quería, reaccionó de esta manera: “Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra” (2 Re. 5:11) La fe que da un salto es aquella que cree en la palabra que Jesús pronuncia. Es aquella que se cautiva por la persona de Jesús, más que los milagros que él hace. Este es parte del problema de mucha gente. Muchos querían seguir a Jesús por el pan que daba, pues al parecer habían descubierto un restauran gratuito. Pero Jesús no quiere ese tipo de seguidores. Hay que seguirle por sus palabra.

2. La fe robusta es una fe obediente. Este hombre fue en busca de Jesús. Quiso llevarlo a su casa. Nada iba a ser más importante para él que viniera a su casa y pusiera sus manos sobre su hijo enfermo. Pero hay un súbito cambio en sus pensamientos. Cuando Jesús le dijo que su hijo vivía, creyó esa palabra y se fue a su casa. Fue esa misma palabra la que hizo que la mujer samaritana dejara el cántaro y llegara a la ciudad para decir a los hombres que había encontrado al Mesías. Este noble creyó lo que Jesús dijo, y bajo esa convicción se dirigió en su camino a casa. Su actuación lo llevó al cumplimiento de la fe bíblica: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”. (He. 11:1). Amados, necesitamos creer en la palabra del Señor. Hay tres cosas que debemos hacer en torno a la palabra de Dios. Por un lado, debemos escucharla. Ese principio es lo que despierta nuestra fe. Luego debemos creer esa palabra, por cuanto es ella la que nos hace salvos. Pero sobre todas las cosas, debemos obedecerla, eso es lo que nos hace cristianos sólidos y estables. Aquí radica el secreto del milagro. Pedro había tenido una noche sin pesca, sin embargo dijo: “En tu palabra echaré la red”. La obediencia es el secreto. No solamente crea; los demonios también lo hacen. ¡Obedezca!  

3. La fe robusta es una fe sin prisa. En esta historia hay algo sorprendente. Si usted y yo tuviéramos a un hijo enfermo y fuéramos a un sitio lejano en busca de ayuda y después se nos notifica que él está sano ¿qué haríamos? Le aseguro que jamás nuestros pies serían más veloces frente a una noticia de ese tipo. ¿Qué pasó con María Magdalena cuando el ángel le dijo que Jesús vivía? ¡Salió corriendo a dar la noticia a los apóstoles! ¿Qué pasó con Pedro y Juan cuando oyeron la noticia que Jesús vivía? ¡Jamás habían corrido tan rápido como en ese tiempo! Pero aquí estamos con un caso donde el hombre que vino a prisa, desesperado para Jesús sanara a su hijo, y después que ha oído la noticia se quedó hasta el siguiente día. Él pudo haber hecho el recorrido de Caná a Capernaun en unas seis a siete horas, pero se nos dice que  fue el siguiente día que llegó. ¿Por qué se detuvo? Porque en él se operó una convicción profunda que su hijo vivía. Algo vio en el rostro de Jesús que lo convenció dramáticamente. Hay una fe que ha aprendido a descansar en la palabra sanadora. Es una fe que va sin prisa porque sabe que ya el Señor ha obrado. Mis hermanos, cómo anhelamos esta fe para regresar confiados que por la palabra dicha mi crisis está resuelta.  

III. LA PALABRA SANADORA ALCANZA A LOS DEMÁS ENFERMOS

1. Sanado a larga distancia. Jesús tiene el poder para sanar cuanto está presente o cuando está ausente. Jesús es el único médico que puede sanar a la distancia. Los médicos que curan a la distancia hoy día, lo hacen con computadoras y a través de algún robot. Pero el único que hace milagro con su sola palabra se llama Jesucristo. De manera que no necesito tener a Cristo presente para que él obre.  Ahora tenemos la Biblia, la palabra de Dios y al Espíritu Santo y eso debiera ser suficiente. Cuando oro al cielo, creyendo y obedeciendo la palabra, la respuesta viene de ese lugar. En las “oficinas del cielo” se firma la orden y luego aquí en la tierra recibo la bendición. Ahora note esto. Por la sanidad de uno vino la salvación de todos. Un milagro que no tiene como fin la salvación, sanará el cuerpo del enfermo pero se perderá el alma.  

2. La salvación de toda la casa v.52. El noble de esta historia tenía que sufrir una metamorfosis total para que esto tuviera un efecto en la salvación de toda su familia. Es verdad que él había creído, pero su fe estaba puesta solo en  la palabra sanadora sin haber creído en el Cristo como el Mesías salvador. Vea esta revelación en los versículos 50 y 53. Me temo que esta la situación de mucha gente hoy día. Han sido impactados por los hechos de Jesús, pero no han llegado a descubrir a Jesús como su real salvador. Cuando este hombre supo a la hora que su hijo había sanado, se reveló en él una fe exclusiva en el Mesías salvador. Eso preparó el terreno para que toda su casa creyera en Jesús. Ya él regresaba a casa confiado en que su hijo fue sanado. Pero después del encuentro con sus sirvientes fue un hombre transformado. ¿Sabe que sucede cuando el padre de familia realmente es transformado? ¡Toda su casa cree! ¿Sabe por qué muchos padres no impactan a sus hijos y familia? Porque no han creído en Jesús como su salvador. Los demás “enfermos” de la casa pueden ser sanados cuando hay un padre realmente sanado.  

CONCLUSIÓN: Las enfermedades no seleccionan a nadie. Le pueden venir  al hijo de un pobre como al hijo de un noble. Y la verdad es que ni los honores ni títulos no son garantía contra una enfermedad o la muerte misma. Esta historia nos revela que aun los hombres más grandes deben venir al Señor, deben volverse como un mendigo. Al principio la fe del noble fue débil. Buscó a Jesús por lo que había oído de las bodas en Caná de Galilea. Pero después descubrió que su fe podía crecer al ver la personalidad de Jesús. Vea el resultado de este encuentro. Jesús no le acompañó, pero le dio una respuesta que le produjo paz. Y es que si Cristo dice que el alma viva, vivirá. Regresó a su casa, pero regresó como quien está en paz con su conciencia. Cuando los sirvientes le dieron la noticia, lo primero que preguntó fue por la hora en que aquello había ocurrido. Ahora él sabía que Jesús era el Mesías. Mis amados, este milagro terminó en sanidad del cuerpo y sanidad del alma. El poder de una palabra de Cristo puede establecer la autoridad de Cristo en el alma. Con esa palabra sanadora creyó toda familia. ¿Qué está muerto en tu vida hoy? El Señor tiene el mismo poder para decirte: “Ve, tu hijo vive”. Cree en su palabra; pero ve más allá, cree en él como el Mesías salvador.

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