Del escritorio de Julio Ruíz

La paz de Dios

La paz de Dios

Filipenses 4:6-9

Matthew Henry dijo: “Cuando Cristo murió dejó un testamento en el que entregaba su espíritu al Padre, su cuerpo a José de Arimatea, su ropa a los soldados, y su madre a su discípulo amado. Pero a sus apóstoles, que habían abandonado todo para seguirle, no les dejó oro o plata, sino algo mucho mejor, su paz” (Jn. 14:27).

¿Por qué esto? Porque si la paz gobierna la vida, todo lo demás será también gobernado. El contexto del presente pasaje nos habla de cierto impase que hubo entre Evodia y Síntique, dos extraordinarias colaboradoras de Pablo. Nadie sabe lo que originó el conflicto entre ellas, pero lo cierto es que Pablo les ruega que sean “de un mismo sentir en el Señor”.

La paz eterna de la iglesia de los filipenses estaba siendo amenazada. Note un anterior texto: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando a los demás como superiores a ti mismo” (2:3). Lo que más se pierde entre los seres humanos es la armonía.  Sin embargo, la vida de un cristiano no sólo debe estar caracterizada por hacer la paz entre los que están fuera, sino vivir en  paz consigo mismo. La primera paz que Dios desea que tengamos es la de corazón, pues  haciendo eso, habrá paz entre los demás.

Un cristiano con una mente perturbada y temerosa deshonra a su Señor. Tal situación pudiera indicarnos que hay creyentes que tuvieron la paz con Dios, pero no necesariamente tienen la paz de Dios. En el caso que nos asiste, la  paz de Dios actúa como un soldado que protege nuestro corazón y mente. Como soldado, la paz no permitirá que la ansiedad, el estrés, la desesperación o el miedo le controlen.

Por otro lado, hay que decir que el mundo no puede suministrar esta paz haciendo cualquier cosa para ello. Puedes cantar, hacer yoga, practicar sus biorritmos, tomar pastillas tranquilizantes, tomar una copa, escuchar música, meditar, consumir hierbas, quemar  velas aromáticas o irse a algún lugar de “paz” y no conseguirla. Porque solo la paz de Dios es la que trae verdadera tranquilidad al espíritu.  De eso queremos hablar hoy.

La paz de Dios se logra cuando traemos delante de Él todas nuestras peticiones

Prohibido afanarnos

Filipenses 4:6. ¿Qué les preocupaba a los hermanos de Filipos que Pablo les amonesta así? ¿No estaban ellos llenos de virtudes según el elogio de Pablo? ¿Debe un creyente afanarse? El afán es una realidad en la vida. Se afanan los pobres porque no tienen como alcanzar el pan para vivir. Se afanan los ricos para proteger tus riquezas, de modo que nadie se las robe.

Se afana el enfermo para lograr su cura. Pero también se afana el que está sano para alcanzar sus propias necesidades. Así que todos se afanan, incluyendo aún los creyentes. De allí el presente texto. El planteamiento de Pablo: “Por nada estéis afanosos”, es parecido al que ya el Señor con anticipación había dicho: “No os afanéis…”.  Ambos coinciden que el afán debiera ser un asunto prohibido en la vida de un creyente. El Señor nos ha dicho que el  Padre sabe de lo que tenemos necesidad y si buscamos primeramente su reino. Al hacerlo, todas estas cosas que nos preocupan serán resueltas.

Debemos vivir un día a la vez, sin ser vencidos por la ansiedad, la cual produce dudas, desconfianza, desánimo y frustración. Pablo es un ejemplo de esto. Él tenía mucho por lo cual estar preocupado y afanoso, pero con su propio testimonio impulsa a los filipenses a poner su confianza en el Señor. Así que, prohibido afanarse. Eso no es divino.

Traigamos toda petición a Él

Filipenses 4:6b. Amados hermanos, todo lo que nos está molestando, debemos  llevárselo al Señor en oración. Todo aquello que nos produce confusión mental, emocional o de  angustia, tenemos que traerlo delante del Señor. No sienta que es poca cosa el  traer cada asunto que le preocupa a él, por muy grande o pequeño que sea.

Sepa esto, si hay algo que le está preocupando en su vida, ya Dios ha hecho su trabajo en ello, sea  grande o pequeño. Recordemos que la promesa dice: “Él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7) Ahora bien, ¿tiene Dios necesidad que le presentemos las peticiones? ¿No es él un Dios omnisciente? La verdad es que por  este atributo, el Señor no necesita ser informado de nuestros requerimientos, pero se  agrada que le presentemos en forma específica lo que necesitamos, pues de esta manera  mostramos nuestra impotencia y a la vez nuestra dependencia de él.

La palabra petición acá es un término más específico que oración, porque describe la actitud de traer delante de Dios nuestra necesidad. Amados, nada queda sin respuesta delante de Dios. Es cierto que hay oraciones  para alabarlo, pero hay peticiones que tienen que ver con nuestra paz, tráigalas a él.

La paz de Dios se logra cuando desarrollamos un espíritu de acción de gracias

1. Sea agradecido  

Filipenses 4:6. Cuando el miedo nos invade, quedamos paralizados y no somos capaces de contar nuestras bendiciones. El fantasma de la preocupación no nos hace ver la manera cómo Dios nos bendice con toda “bendición espiritual”. El texto nos habla de la importancia de traerle al Señor todas nuestras peticiones.  A través de eso nos aseguramos que no quede nada en nosotros que perturbe esa paz. Pero no solo debemos pedirle.

Debemos agradecerle. Porque al presentarle a Dios nuestra gratitud, venimos a reconocer que todo “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). A través de toda nuestra vida podemos ver cómo Dios nos trajo a este momento, cuidándonos en el  pasado, proveyendo en el presente y asegurándonos sus promesas para el futuro. ¿Sabe usted de cuántas cosas el Señor nos ha librado?

Cuando sienta que ha sido arrojado por las en olas de la vida, o que alguna tempestad le ha llevado a algún  desanimado  y sienta que todo se ha perdido, cuente sus bendiciones.  Nómbrelas  una por una y se sorprenderá de todo lo que el Señor ha hecho por su vida.

La gratitud anticipa la bendición.

Cada oración debiera comenzar con una alabanza al Dios todo poderoso y con una palabra de acción de gracias, aún si  vamos a derramar nuestro corazón delante de él por cualquier pena que atraviesa el alma. Porque la acción de gracias manifiesta nuestra seguridad de que Dios escuchará y contestará la oración.

Dar gracias por adelantado es un ejercicio de fe; sabemos que la respuesta vendrá, aunque no podamos verla o tener algún indicio de que viene en camino. ¿A caso no es eso lo que significa la fe?  La acción de gracias es una parte de la oración; no hacerlo es desconocer lo que Dios hace por ti todos los días. ¿Sabía usted que hay una intima relación entre la paz de Dios y la acción de gracias?

Con mucha propiedad Pablo dijo esto: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Col. 3:15). El creyente que vive bajo un espíritu de gratitud, no tendrá mucho espacio en su vida para las quejas o las críticas. ¿Cuántas veces le agradece a Dios por su vida, su familia, su trabajo, su iglesia, su pastor…?

La paz de Dios se logra cuando desarrollamos pensamientos dignos de un creyente

Somos lo que pensamos

Filipenses 4:8. Sin duda alguna que entre todas estas claves para la paz del espíritu, esta que Pablo nos deja, es donde más fallamos. Porque en la vida somos lo que  pensamos. Proverbios lo presenta de esa manera: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él…” (Prov. 23:7). Nuestra mente es un gran campo de batalla donde combaten los pensamientos positivos con los negativos. El profeta Jeremías, consciente de tal batalla, nos dice que el corazón es engañoso y perverso “más que todas las cosas” (Jer.17:9).

Por lo tanto, hay una naturaleza dentro del ser humano que lo lleva cautivo a pensamientos negativos, indignos, malos, perversos, codiciosos y un largo etcétera. Pablo, sabiendo de esa naturaleza, nos invita a cambiar nuestra manera de pensar por una que es digna de un creyente v. 8. Cuando él dice “por lo demás hermanos míos”, y luego introduce las cosas buenas que debe ocupar nuestra mente, pone aquello como si fuera la meta máxima a la que le debemos apuntar si queremos lograr la paz de nuestro corazón.

Los pensamientos llenos de ansiedad, de perturbación y de malos deseos, producen un corazón ausente de paz. Quien piensa de esta manera, tiene la mente de Cristo.

Algo digno de alabanza.

Todo lo que el hombre hace tiene su origen en sus pensamientos. Vea cómo el ingenio que vemos en las cosas hechas por el hombre tiene su origen en un pensamiento. El presente texto nos presenta la altura sobre todo lo que pensamos.

Cuando Pablo finaliza esta cadena de virtudes “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre”, nos dice que si hay algo más de esto en nuestra mente que sea digno de alabarlo, que  pensemos en eso. Es como si nos dijera: “Aparte de la lista que les di, si tienen otra digna virtud que vaya en esa dirección, piensen en eso”.

Mis amados, lo que  el apóstol nos desafía es a ver qué pensamiento debiera ocupar nuestra mente. Los pensamientos están dentro de todos nosotros, ninguno puede verlo,  pero Jesús si los  ve y los conoce. Por el contrario, el diablo no tiene acceso a ellos, él debe esperar a que surjan para conocerlos y atraparlos para sus propósitos. No le dé lugar a él dejando que pensamientos indignos se salgan y los utilice para deshonrarle.

Recordemos que “los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu” (Ro. 8:5). El que anda en el Espíritu vive con la paz de Dios en su corazón.

La paz de Dios se logra a través de la obediencia a la Palabra Divina

1.  “… esto haced” v. 9.  Pablo se presenta como un modelo ante los hermanos filipenses. Tres cosas demandan su ejemplo. La primera tiene que ver con lo que “aprendisteis”. En una de sus autobiografías, Pablo nos ha dicho: “…y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas…” (Hch. 20:20).

Los escritos de Pablo reflejan su enseñanza, de allí su deseo de imitarle en esto. La palabra enseñada produce paz. Obedecerla es dejar que ella haga su trabajo. El otro ejemplo es: “… lo que oísteis en mi”. ¿Qué habían oído las iglesias levantadas por  Pablo? Después de su conversión el tema de su conversación era Cristo. Eso es lo que él espera que se imite. Por último Pablo habla de lo que “visteis en mi”. ¿Qué vieron los hermanos de filipos en Pablo?

Se dice que Pablo era pequeño de estatura y de un físico no muy agraciado. Pero por cierto que no es esto lo que Pablo pide que vean. Su demanda es a imitarlo en lo que él hacía. Ellos tenían que ver su amor, pasión y consagración al Señor. Esto es lo que él demanda que se obedezca. La obediencia a la palabra enseñada, oída o vista es lo que nos trae paz. No piense  el creyente que tendrá la paz de Dios sin la obediencia  a la palabra.

Hay una fuente de paz en la palabra

Filipenses 4:9. Cuando nos constituimos en “hacedores de la palabra” permaneceremos lejos de todo lo que arruina el alma y el espíritu, pues la misma palabra nos recuerda: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119:165). Y el gran sabio de la palabra ha dicho: “Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán…” (Prov. 3:1-2). La palabra de Dios es una fuente de paz. Nada mejor que su contenido para vivir en paz.

Conclusión

Es un hecho que la paz es lo que Dios tiene para todos sus hijos. El profeta Jeremías lo expresó así: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:11). ¿Qué le perturba en este día? ¿Ha perdido la paz de Dios? Considera la importancia de esta promesa: “Y la paz de Dios, que sobre paja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” v. 7.

Si usted es un hijo de Dios viva en la paz de Dios. Si no ha creído todavía, venga al autor de la paz. Venga al Príncipe de la paz para que gobierne en su corazón. Si su paz gobierna su vida, todo lo demás será feliz. ¿Tiene usted la paz de Dios?

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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