Del escritorio de Julio Ruíz

Oír para discutir menos

(Santiago 1:19; 3:5-8)

INTRODUCCIÓN: ¿Se ha preguntado por qué Dios nos hizo con dos oídos y con una sola boca? La respuesta la encontramos en Santiago 1:39. Lo que esto plantea es que si oyéramos más, discutiríamos menos ¿Es común la discusión entre una pareja? Sí, lo es. Algunas parejas dicen que entre ellos nunca ha habido un sí o un no, como para decir que nunca discuten. Creo que una pareja así sería muy aburrida. Por supuesto que hay discusión; ninguna  pareja escapa a esta práctica. Pero el asunto es que mientras hay parejas que pelean algunas veces, otras no dejan de pelear. Algunas parejas parecen formar parte del club de los perros y los gatos, siempre están peleando. En algunos casos parece que algunas  parejas les casó el secretario de guerra en lugar del juez de paz. ¿Cuál es el reto que nos plantea este tema? Que aprendamos a pelear bien en el matrimonio sin salir maltratado. Lo que Santiago nos está diciendo es: viaje en un cohete cuando vaya a oír, y luego váyase en un burro cuando tenga que hablar. El  texto nos dice que  frenemos la respuesta y seamos amables. Que seamos veloces para oír, pero muy lentos para hablar. Si cada pareja viviera la realidad de  Santiago 1:19, se evitaría muchos problemas. Muchas veces las palabras son más hirientes que los azotes. Las heridas que producen  las palabras debieran llevarnos a ver el dolor que causan cuando  salen en un momento de rabia y de descontrol. Descubramos la manera de oír más y discutir menos. 

I. HAY QUE EDUCAR EL OÍDO PARA ESCUCHAR 

1. No responda antes de oír.  Observe lo que dice Proverbios 18:13: ““Al que responde palabra antes de oír, Le es fatuidad y oprobio”. Debiera ser una vergüenza para alguien que se acostumbre a responder antes de oír. ¿Pero acaso no es esto lo que casi siempre sucede? En el libro los “Cinco Lenguajes del Amor” por Gary Chapman, el autor escribiendo del hablar antes de oír, dice: “Investigaciones recientes han indicado que el individuo promedio escucha solamente diecisiete segundos antes de interrumpir e introducir sus propias ideas”. Él sigue diciendo: “Si yo le doy a usted mi total atención mientras habla, debo refrenarme de defenderme o de hacerle acusaciones, o de declarar dogmáticamente mi posición”. Finalmente agregó: “Mi meta es descubrir sus pensamientos y sentimientos. Mi objetivo no es defenderme o darle la razón. Es entenderlo” (pág. 67). El oído nuestro debiera ser tan educado para oír a su cónyuge como lo educa el músico para cantar y tocar sus notas. El escuchar al otro antes que hablar tiene el propósito de entender los pensamientos, sentimientos y deseos de la otra persona. Acostúmbrese a escuchar más de diecisiete segundos antes de hablar.   

2. La buena comunicación viene por saber oír. Los sicólogos nos dicen que retenemos solo el 20% de todo lo que oímos. Esta es la razón por la se ha descubierto que el individuo aprende más por el sentido de la vista que del oído. De allí la importancia de mantener el contacto visual cuando su cónyuge habla. Para oír bien, también es necesario prestar atención a la persona. Con frecuencia la esposa  está hablando y el esposo pudiera estar haciendo otra cosa. Es una bendición que comencemos amar a nuestras esposas con nuestros oídos y con nuestros ojos. Al hacer esto comenzamos a descubrir muchas cosas más que el dedicarnos solo hablar lo que nosotros sentimos. Así que tenemos que hay una comunicación verbal, pero en no pocas ocasiones, la comunicación visual es tan importante para la armonía en la pareja. Se cuenta que un hombre le dijo a otro: “Mi esposa se la pasa todo el día hablando sola”. Su amigo le preguntó: “¿Sabe ella lo que está diciendo?”. Y le respondió: “No, ella piensa que le estoy escuchando”. 

II. HAY QUE DOMINAR EL PODER  LA  LENGUA ANTES DE HABLAR 

Sin duda que Santiago 3:5-8 es uno de los pasajes más descriptivos sobre el poder de la lengua. Alguien ha dicho que “si usted tiene una lengua de antorcha, usted podrá quemar su matrimonio con su lengua. Pero también si usted tiene una lengua de tigre, usted desmenuzará y despedazará con su boca”. El sabio de antaño dijo que: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y él que la ama comerá de sus frutos.” (Prov. 18:21). Uno de los dichos populares con los que no estamos de acuerdo es el que dice: “Palos y piedras pueden quebrar mis huesos, pero las palabras nunca me lastimarán”. No, las palabras si pueden quebrar más allá de mis huesos y mis tuétanos. Ellas tienen la misión de quebrar el alma y el espíritu. Ellas pueden ofender la nobleza de un corazón bondadoso. Ellas pueden incendiar el bosque de nuestros sentimientos. La lengua puede llegar a ser como una bestia brutal. El Dr. Adrián Rogers, en uno de sus grandes mensajes, y hablando de los juegos mortales que una pareja pudiera jugar con su lengua ha mencionado siete de esos juegos, los cuales nos harán reflexionar al respecto. 

1. Jugar al juez. Esta es la posición donde uno de los cónyuges juzga  y condena al otro. Nunca le eche la culpa a su pareja. No la condene. No la maltrate con sus palabras, diciéndole que ella tiene la culpa de todo. Una de las frases que debemos borrar de nuestro vocabulario es “tú siempre” o “tú nunca”. Casi siempre está equivocado cuando usa la palabra “siempre”. ¿Qué tal si en lugar de hablar hacia la otra persona, más bien comienza diciendo: “a mí me parece” o “creo que podemos hacerlo así”? No juegue al juez; ese papel no nos corresponde. 

2. Tampoco juegue al profesor. Esto tiene que ver con aquellos que al hablar hacen ver menos a su cónyuge, mostrando una superioridad. En algunos casos hasta se deja ver la diferencia cultural o académica. Hay parejas que se tratan muy mal en este sentido. Son comunes las frases: “Si tuvieras un poquito de cerebro…”; o “eso que estás diciendo  es algo estúpido”. Qué tal cuando se dice: “Tú nunca podrás entender porque no eres un hombre”. O cuando es al revés, y se dice: “Tú nunca podrás entender porque no eres una mujer”. Ninguna de esas frases debiera salir de los labios. Con ello estaremos jugando al profesor. Un hombre le dijo a su esposa: “Yo no puedo comprender cómo Dios te hizo tan hermosa y tan tonta al mismo tiempo”.  Y ella le dijo: “Es simple: Me hizo hermosa para que te sintieras atraído a mí y me hizo tonta para que yo me sintiera atraído a ti”. Estos son ataques a la dignidad de la pareja. Y, ¿usted sabe lo que sucede cuando esto pasa? Que su pareja se pondrá a la defensiva. 

3. No juegue al sicólogo.  No trate de analizar a su pareja. Es cuando el cónyuge comienza a decir: “Déjame decirte porque lo dices o piensas de esa manera”. ¿Por qué no debemos hacer esto? Porque ninguno de los dos saben lo que está dentro del corazón de cada uno. Nosotros sabemos que el único que conoce lo que hay en el corazón del hombre es Dios. Él si es nuestro sicólogo por excelencia. 

4. No juegue al historiador. No contradiga o corrija a su pareja, a menos que sea necesario. Cuando en una discusión reconocemos que estamos perdiendo la pelea, ponemos una cortina de humo, trayendo a colación algo del pasado. Un amigo le decía su otro amigo: “¿Sabías que cuando mi esposa se pone a discutir se pone histórica?”. Y él le dijo: “¿Querrás decir histérica?”. “¡No!”, dijo él. “Histórica, porque cada vez que discutimos me saca todas las cosas que hice en el pasado”. No juguemos al historiador. No cambiemos el tema. 

5. No juegue al dictador. Muchas parejas saben usar muy bien este juego. Usan la fuerza en el matrimonio. Bien pudiera ser solo la fuerza verbal. ¿Le son familiares estas frases? “No permitiré que hagas esto en mi casa”; o “te exijo que hagas esto”. Debemos tener mucho cuidado de andar dando ultimátum en el matrimonio. Mantenga sus palabras cálidas y dulces porque a lo mejor tendrá que tragárselas. ¿Qué tal de aquella frase? “Si haces esto otra vez, ya verás lo que te va a pasar”.  Nada es más dañino que vivir con un dictador en la casa. Esta la persona que cree que sólo él tiene la razón. El dictador le roba a la otra persona su dignidad. 

6. No haga el papel de crítico. No debe solo criticarla, condenar a su pareja, sino que tampoco debe compararla. No incurra usted en el gravísimo error de decirle a su pareja que por qué no puede ser como la esposa de su amigo, o el esposa de su amiga… amable, disciplinado, cariñoso, buena gente. A lo mejor si  usted estuviera casado con la otra persona con quien compara, tendría una opinión muy diferente. No compare a su cónyuge con su mamá o con su papá, al decirle. “Eres igualita a tu madre”. Un hombre le dijo a su esposa: “¿Por qué no puedes hornear panes como los hacía mi mamá?”. Y ella le respondió: “Y tú, ¿por qué no traes harina como lo hacía mi papá?”. Nunca critique algo sobre lo cual la otra persona no tiene control. 

7. No juegue al predicador. Este pudiera ser el más despiadado de los demás, pues usamos la parte “espiritual”, y hasta la Biblia, para predicarle a alguno de los dos. Con esto asumimos una actitud de querer ser más santo el uno  del otro. Es cuando usamos la Biblia como un garrote para golpear a nuestra pareja. Y no es que no debemos dialogar sobre la palabra de Dios. Pero en una discusión de pareja, no saque su pequeño púlpito y comience a predicar a la otra persona. Por supuesto que es muy importante que compartamos la palabra, que la discutamos; pero no presuma en querer ser más santo sobre los demás. La esposa del Dr. Graham ha dijo: “Es tarea de la esposa amar a su esposo, y el de Dios hacerlo bueno”. 

CONCLUSION: Se cuenta la historia de un muchacho que  tenía muy mal carácter, por cualquier cosa explotaba en furia. Un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta de su habitación. El primer día, el muchacho clavó 37 clavos. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos. Pronto descubrió que era más fácil y práctico controlar su genio que clavar tantos clavos en la puerta. Tiempo después pudo por primera vez controlar su carácter durante todo el día, y decidió feliz, contar este logro a su padre. Después de hablar con él, éste le sugirió que arrancara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban clavos para retirar de la puerta. Su padre lo tomo de la mano, lo llevó hasta la puerta y le dijo: "Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos agujeros en la puerta, nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves; puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero el modo como se lo digas le afectará y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Los amigos son joyas preciosas. Nos hacen reír y nos animan a seguir adelante. Nos escuchan con atención y siempre están prestos a abrirnos su corazón. Tenlo siempre presente". En una  pareja el carácter es determinante para una relación armónica. Aprendamos el principio de oír más para evitar que las discusiones sean las que dominen nuestro hablar. Oigamos a Cristo. Su voz es guía.

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