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“A mi auto lo mueve Jesús”, afirma predicador callejero

coche.jpgEl individuo, quien no se define como miembro de denominación religiosa alguna en tanto todavía “busco la verdad”, explicó que, luego de leer la Biblia varias veces y otros libros sagrados, ahora pretende estudiar a los Mormones para conocer si andan el camino cierto o no de las enseñanzas de Dios.

Tal vez para muchos, que le ven pasar en su destartalado carro, sea éste un signo de falta de raciocinio en un individuo que ha perdido su conexión con el mundo real y vive desde su propia fantasía. Pero manera esta tan sui géneris de “proclamar” las Sagradas Escrituras, merece movernos a una reflexión más profunda.

 

La fe es un misterio para el conocimiento humano y como misterio no se explica, sino se expresa. De manera que para este hombre no hay nada más importante que recorrer las calles llevando el mensaje redentor desde la carrocería de su automotor.

Carteles escritos, lo mismo en papiamento (lengua originaria de Curazao) que en español, establecen todo un performance público de citas bíblicas y hablan, también, del día final y de la necesidad de estar preparados para la segunda venida de Jesús.

Algunos de los residentes de la isla pueden consdierar el hecho como un atentado a las normas tradicionales de expresión religiosa y hasta  puede que acusen de “falso predicador” a su chofer. Sin embargo, ante tan largas y costosas arengas mediáticas con cultos muchas veces que devienen espectáculos teatrales, vale admirar a un ser humano que, por iniciativa propia, pone su humilde peculio y posiblemente su única propiedad en función de tan noble gesto, el cual disfruta como si estuviera encaramado a un gran púlpito.

Dice no estar preocupado por cuántas almas se convierten por su acción, sino que los resultados se los deja a Dios. Su tarea la define como “inquietar” a las personas, que leen en su vehículo, para se lancen en la búsqueda de la verdad.

Y, mientras le vimos alejarse con la alegría propia de los pobres que ponen lo que tienen a disposición de la Obra, nos dimos cuenta de que, efectivamente, su auto lo mueve Jesús.

Los incrédulos dirán que, entonces, qué diablos hacía rellenando el tanque en una gasolinera. Los que estamos convencidos de que Dios se manifiesta de las más disímiles y extrañas maneras, estamos convencidos de que el hombre del carro amarillo, como el mismo ardiente sol de esta isla, hablaba de algo más raigal, de esa suma de días y de años sobre los cuales viajamos montados todos, con la opción de darle a la vida un sentido restaurador y hermoso o, de lo contrario, transcurrir como un pedazo de un muro, un pedazo de cactus o una apacible iguana.

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