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El otro Consolador

El otro consolador

El otro Consolador es el tercer mensaje de la serie “Los Poderes de la Iglesia”. En esta oportunidad se exponer la llegada del otro Consolador, el Espíritu Santo.

Hechos 1:8

La fiesta a la que Jesús hace referencia en Juan 7:37-39 era la de los tabernáculos. Esa fiesta tenía mucho simbolismo relacionado con el tiempo cuando Israel vivía en cabañas en el desierto. Jesús como un buen judío sabía de la importancia de esta fiesta, y si bien dice el texto que él no vino al principio de ella, sí lo hizo “en el último y gran día de la fiesta”. 

¿Por qué ese día? De acuerdo con la tradición, los judíos traían por siete días agua de la fuente del Siloé y lo derraban en el templo.  El último día de la fiesta, el octavo, la gente ya no traía agua, y Jesús aprovechó la ocasión para pronunciar estas las palabras proféticas: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”.

Ellos, al igual que la mujer samaritana del agua viva, y esa “agua viva” podía encontrarse en sus corazones, así lo expresó Jesús: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. ¿Por qué Jesús dijo esto?  Para revelar la profecía del otro Consolador que vendría. Este fue el gran anuncio: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” v. 39. Y esta profecía estuvo latente hasta el momento cuando Jesús resucitó y ascendió al cielo.

De eso se va a encargar Lucas al hablarnos del tema del otro Consolador. De todos los poderes dados a la iglesia, el poder del Espíritu Santo es, en efecto, el “agua viva” que salta en el corazón del creyente, y en consecuencia en la iglesia. Esa “agua viva” corrió en el corazón de la iglesia del primer siglo, y sigue corriendo hasta hoy, porque su meta es traer un río indetenible de bendiciones y  un gran avivamiento. Entonces ¿quién es el otro Consolador?  

Uno que fue manifestado en la vida de Jesús

Lo fue desde su nacimiento

Mateo 1:20. El Espíritu Santo siempre ha existido, porque él es la tercera persona de la Trinidad; por esto, desde la misma creación comenzó a verse su participación, porque mientras la tierra estaba en un caos, “el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2).

Pero su notoriedad se hizo más real cuando llegó nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, él es como el agente de la concepción milagrosa de Jesús. Cuando José supo que María estaba embarazada quiso dejarla secretamente, pero tuvo un sueño donde un ángel le reveló no temer recibir a María, porque lo que estaba en su vientre era obra del Espíritu Santo. Cuando María fue notificada por el ángel que tendría un hijo, sin estar casada, su pregunta fue: “¿y cómo será esto?”.

La respuesta del ángel fue que el Espíritu Santo vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría, porque el santo ser que nacería sería llamado Hijo de Dios (Lucas 1:35).  La intervención del Espíritu Santo en el nacimiento virginal de Jesús, poniendo en el vientre de una virgen un embrión, confirma que Jesús es 100% humano y 100% divino. Tal concepción lo hizo perfectamente hombre, sin pecado, para llegar a ser el Cordero de Dios, muerto en la cruz.  

Lo fue durante su ministerio

Lucas 4:18.  Después del bautismo, Jesús vino lleno del Espíritu Santo, y luego fue llevado por ese mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Lucas 4:1). En el bautismo y en la tentación vemos dos acciones del Espíritu Santo en la vida de Jesús al comienzo de su ministerio. Y después de ser tentado por Satanás, durante cuarenta días, Jesús vino a la sinagoga, y antes de emprender su ministerio, leyó del profeta Isaías esta palabra: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres…”.

Desde ese momento, Jesús comenzará su ministerio bajo el poder y la unción del Santo Espíritu. Pedro, quien predicó su célebre sermón después de la llegada del Espíritu Santo destacó esa unción con la cual Cristo realizaba su ministerio (Hechos 10:38).

Y eso fue notorio en su vida, especialmente cuando se enfrentó a los mismos demonios y tuvo que hacer la obra de sanidad en las personas que nunca habían sido sanadas. ¿Qué pasó después de la resurrección? Que el Espíritu Santo todavía lo acompañó: “hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido” (Hechos 1:2).

Uno que fue anunciado anticipadamente por Jesús

Rogando al Padre para traer al Espíritu Santo

Juan 14:16.  Hay algo extraordinario en estas palabras de Jesús. El Espíritu Santo estuvo con él desde el nacimiento hasta su ascensión, pero ahora él dice que va a rogarle al Padre para que dé el “otro Consolador”. ¿No es esto interesante?

Si ya estaba con él ¿cómo es que ahora va a pedírselo al Padre?  Aquí la obediencia del Hijo es hermosa, rogando al Padre para que envíe al otro Consolador. En la santa Trinidad hay un orden, un plan que necesita ser respetado y Jesucristo así lo reveló. Ciertamente el Espíritu Santo estaba desde el principio, así como Cristo también, pero era necesario su venida en el tiempo acordado por el Padre.

Él iba a ser como dijo Morgan el “otro Jesús” para sustituir a Jesús, haciendo lo que él haría si estuviera con ellos. ¿Y qué iba a ser ese otro Consolador? Él vendría como Maestro para guiarlos; pero, sobre todo, él sería su Consolador. Jesús había sido el primer consejero, el amigo, quien estuvo con ellos por tres años, pero como está a punto de dejarlos, era necesario irse para regresar, pero de una manera espiritual. Y es en esa revelación progresiva de Dios y su palabra cuando el Padre envió al otro Consolador, quien está con nosotros.

Os conviene que yo me vaya

Juan 16:7, 8-15. ¿Cómo se sentiría usted si de un momento a otro un ser que usted ama mucho, por ejemplo, su propio padre, le dice “os conviene que yo me vaya” sabiendo que no regresará otra vez?  Pues imagínense a los discípulos oyendo esto de Jesús, su Maestro, Consejero y Consolador. Sin embargo, cuando Jesús dijo esto, agregó: “porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”.

Es cierto que Jesús no vino otra vez como ascendió al cielo, porque eso sucederá con su segunda venida, pero sí regresó de una forma que podía estar en todas partes y en todos los corazones. Así pues, el mejor don del Cristo resucitado fue enviar al “otro Consolador”. Entonces ¿por qué era tan conveniente que Jesús se fuera? Porque después de su muerte en la cruz, con la que obtuvo nuestra salvación, el otro Consolador era quien convencería al mundo de tres cosas: de pecado, justicia y juicio (v. 8).  ¿Y acaso no es esto lo que ha pasado, está pasando y pasará? El Espíritu Santo es quien produce en cada corazón la obra del nuevo nacimiento, convenciendo al hombre de sus pecados, y llevándolos al arrepentimiento. Jesús no dejó huérfanos a quienes fueron sus hijos.

Uno que ha llamado a la Iglesia a la evangelización

1. “Pero recibiréis poder” (Hechos 1:8). El “pero” de este texto contrasta con la petición de los discípulos (v. 7) de querer saber si el Señor iba a restaurar a Israel su reino al estilo de David. En lugar de esas aspiraciones terrenales, Cristo los invita a considerar las aspiraciones celestiales, vistas en el poder traído por el Espíritu Santo “en no pocos días” v. 5. Jesús les había dado a sus discípulos la Gran Comisión universal, pero según Hechos 1:8, hay una comisión específica cuya característica es el equipamiento para semejante tarea. La evangelización del mundo requiere de un poder que no puede ser humano, sino espiritual, y es allí donde entra el poder del Espíritu Santo.

 ¿Qué significó para la vida de aquellos discípulos?  ¿Qué significa ese poder en la vida de un creyente? Por un lado, es una presencia viva y se espera que sea activa. Es un poder que llena al creyente para no ser más temeroso. Los discípulos vivieron después de la muerte de Cristo días de zozobra y de profundo temor, porque sus vidas peligraban. Pero ¿qué pasó del Pedro lleno de miedo hasta negar a Cristo tres veces? Que él fue el hombre usado ese día del Pentecostés para revelar lo que allí estaba pasando. El poder del Espíritu Santo cambió para siempre sus vidas.

Me seréis testigos

1:8b. El término testigos de este texto tiene un significado doble. Por un lado, se refiere a la persona que ha observado un hecho o acontecimiento. Y, por otro lado, tiene que ver con una persona que presenta un testimonio con el que defiende una causa. Uno de esos testigos inmediatos de tal poder fue Pedro, porque apenas llegó el Espíritu Santo, predicó un poderoso mensaje de arrepentimiento, y en ese mismo día hubo la conversión de tres mil personas.

La historia de la iglesia después del Pentecostés se escribe sobre la base de este poder en la vida de aquellos iletrados hombres a quienes se les reconocerá como aquellos que “trastornan al mundo entero”. Hoy tenemos al mismo Espíritu Santo del Pentecostés. Él nos ha convencido de pecado, de justicia y de juicio también, llenándonos con su presencia; la pregunta será ¿seguimos nosotros trastornando al mundo o el mundo nos está trastornando a nosotros?  

Alguien ha dicho que “un testigo efectivo sólo puede estar donde el Espíritu está, y donde el Espíritu está, el testigo efectivo siempre le seguirá”. Nosotros somos testigos del poder de Dios. El Espíritu Santo mora en nuestras vidas desde el mismo momento de la conversión, por lo tanto, debemos ser testigos de ese poder.

Uno que guía nuestras vidas hasta hoy

¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?

Hechos 19:2.  El contexto de esta pregunta tiene que ver con el encuentro de Pablo con doce hombres, quienes solo habían sido bautizados con el bautismo de Juan, pero ignoraban si había algún Espíritu Santo. Esa fue la respuesta dada ante la pregunta si habían recibido al Espíritu Santo. Y esta pregunta sigue siendo muy importante, porque es el corazón mismo de nuestra salvación.

Si alguien dice haber creído, pero no siente que el Espíritu Santo mora en su vida, no puede estar seguro si es salvo o no. ¿Qué hace la presencia del Espíritu Santo en nosotros? Lo primero es testificar a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Romanos 8:16).

En todo este capítulo, Pablo habla de la obra del Espíritu en contraste con la obra de la carne. Por un lado, ha hablado de los que solo piensan en las obras de carne, tan distintos a quienes piensan por el Espíritu. Ha dicho que el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz (v. 5-8). Y también ha dicho que, si vivimos según el Espíritu, en lugar de carne, viviremos (v. 12).

Por lo tanto, el otro Consolador está en nuestros corazones para ayudarnos a vencer la carne con el fin de vivir una vida victoriosa.

Capacitando y moldeando el carácter.

El Espíritu Santo después de salvarnos sigue trabajando en nuestras vidas, porque su propósito es llevarnos a una continua madurez espiritual.  Para lograr esto el Espíritu nos llena, de allí el imperativo bíblico: “Sed llenos del Espíritu” (Efesios 5:18).  Y la llenura del Espíritu Santo es para reflejar dos cosas muy importantes en nuestras vidas: uno es el desarrollo de nuestros dones espirituales, al ser capacitados con ellos cuando creímos (1 Corintios 12, Romanos 12, Efesios 4 y 1 Pedro 4:10), y el otro es el “fruto del Espíritu”, para moldear nuestro carácter cristiano (Gálatas 5:22).

Por la palabra misma se nos recuerda a no ignorar los dones espirituales, y con respecto al fruto del Espíritu, él es el “termómetro” que indica cuando una vida está llena del Espíritu Santo. Cuando vivimos en el fruto del Espíritu, evitaremos los frutos de la carne; y cuando desarrollamos los dones del Espíritu, no andaremos ociosos en el cuerpo de Cristo.

Con esto vemos porque Jesucristo envió el “otro Consolador” a nuestras vidas. Y al estar llenos del Espíritu Santo, se cumplen las palabras de Cristo, cuando dijo: “no os dejaré huérfanos, vendré otra vez”. El creyente no tiene por qué vivir vacío y sin frutos.  

El otro Consolador

Lucas relata los últimos días de Cristo después de su resurrección. A sus discípulos les habló de permanecer juntos hasta el cumplimiento de la promesa del Padre. Esa promesa no era otra sino la del “otro Consolador”. Y así pasó. En el día de Pentecostés llegó oficialmente el “otro Consolador” y con su llegada nació la iglesia.

En el caso particular de los discípulos ellos fueron equipados con poder, y ese poder también está en nuestros corazones, haciendo de nuestro cuerpo su propia morada. Y como el trabajo del Espíritu Santo fue la inspiración dada a los profetas, y otros escritores para revelarnos las Escrituras (2 Pedro 1:21), ella nos advierte de dos grandes pecados que cometemos contra él. El primero es contristar el Espíritu (Efesios 4:30). Esto significa, entristecerse con nuestros actos pecaminosos. Y el otro es apagarlo (1 Tesalonicenses 5:19.

Lo apagamos con nuestra rebelión, orgullo o arrogancia. Pero también lo apagamos cuando no testificamos de él. Mis amados, el Espíritu Santo es muy sensible. Cada vez que pecamos, lo ofendemos. Él vino como el otro Consolador para glorificar a Cristo en nosotros. Pero nadie conocía más al Espíritu Santo como Jesús. Tan íntimo fue ese conocimiento que hizo la más grande declaración de él que se conozca: “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mateo 12:31).

Estudios de la serie: El Poder de la Iglesia

1: ¿Qué hace la oración unida?
2: Las pruebas indubitables
3: El otro Consolador
4: El poder del testimonio
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