Del escritorio de Julio Ruíz

Formados para una Misión

(Juan 17:18; 20:21; Hechos 20:24)
 
  Con el mensaje de hoy llegamos a nuestro quinto propósito en la vida cristiana, el cual tiene que ver con compartir las buenas noticias de salvación. Con esto hablamos de la evangelización, la tarea suprema de cada creyente. Una vez que sabemos que Dios está en control, que Dios me hizo para amarle, que mi vida no es un accidente, que mi vida tiene un propósito, Dios espera que yo comparta estas inigualables verdades con otros. Lo que Dios nos está diciendo es: “Una vez que tú finalices estos 40 días con propósito no es tiempo para quedarse en la cúspide de la montaña, ahora es el tiempo de descender al valle donde está la gente que espera por nosotros”. La palabra más relevante en la vida de un creyente, después de su salvación, es la palabra “evangelización”. La traducción de esa palabra es “buenas nuevas”. Eso significa que Dios me ama y tiene un plan único para mi vida. Por lo tanto, esta es la noticia que Dios quiere que todo creyente la pase a otro. Pero en honor a la verdad esto es lo que menos se hace. Hay un concepto inadecuado que no responde a lo que la Biblia nos dice. Se ha pensado que el asunto de la evangelización fue dado para algunos “especialistas”, entre los que se incluye el pastor. Pero la lectura de Hechos 1:8, nos pone al descubierto todo lo contrario, cuando afirma: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”. Note la implicación de este texto. Usted es un “testigo”. Usted vio y supo lo que pasó. Dios no espera que usted asuma el papel de un defensor o abogado. Dios no necesita que nadie lo defienda. Él lo que necesita son testigos. Y nadie conoce mejor lo que pasó en su vida que usted mismo. Todos tenemos diferentes maneras de cómo se dio el milagro de la salvación. Cada uno tiene una historia distinta, y esa historia podría cambiar el rumbo de muchas vidas. ¿Por qué debemos hacer esto? Porque Dios está construyendo una familia, y la única manera cómo él lo hace es usándonos para ese fin. Pensemos en Dios como el Constructor que espera por nuestros “ladrillos” para construir esa casa. ¡Pasémoslo! Unámonos al Señor en esta misión.
 
 I. DEBEMOS COMPARTIR PRIMERO CON LOS NUESTROS
 Este es el punto de partida. Lo primero que yo debo hacer es preocuparme por los de la casa. En el ministerio de Jesús tenemos a un hombre que fue liberado de una multitud de demonios (una legión compuesta de 2.000). Su vida —si es que a eso se le podía llamar vida— era todo un despojo social, y alguien para quien todo se había acabado. Su morada era en medio de los sepulcros. Todo un cuadro lúgubre y triste. Pero ese hombre fue liberado por Jesús. El evangelista Marcos, quien abunda en una descripción muy gráfica sobre su condición, nos dice que después del encuentro con Jesús aquel hombre estaba “sentado, vestido, y en su juicio cabal” (Mr. 5:14). Como era de esperarse, este hombre quiso seguir a Jesús para testificar a tanta gente sobre el milagro hecho en su vida. Pero Jesús lo detuvo, y lo envió a los suyos. Le conminó a regresar a los que había dejado por su condición. La orden de Jesús era precisa: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido de ti misericordia” v.19. No sabemos los detalles, pero de una cosa estamos seguro, ese hombre regresó a los “suyos”, incluyendo sus familiares cercanos, sus amigos, sus compañeros de estudio o de trabajo, y a ellos les contó las grandes cosas que el Señor hizo con él. La noticia acerca del evangelio de Cristo hay que contarla primero a los nuestros. Nosotros sabemos cuántas personas hay en nuestra “Jerusalén” que no conocen al Señor. Piense en sus padres, hermanos, tíos, primos y sobrinos, amigos, compañeros de estudio y de trabajo. Dios quiere usarnos en la salvación de nuestra familia. Además de orar por ellos tenemos muchas maneras para alcanzarlos. Podemos usar cartas, e-mail, enviar sermones escritos, grabados, libros como “Una Vida con Propósito”, artículos, tratados, etc. Este libro, “Una Vida con Propósito”, se constituye en una herramienta extraordinaria para alcanzar a nuestra familia. Obsequiarlo y darle un seguimiento pudiera transformar la vida de miles de personas, entre las que se incluye nuestra familia. El apóstol Pedro incluyó en su segunda carta uno de los textos que todos nosotros deberíamos considerar cuando hablamos del tema de la salvación; así dijo: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con todos nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9) ¿Qué tanto deseamos ver a nuestra familia compartiendo con nosotros en el cielo? ¿Qué tan consciente estamos de saber que parte de nuestra familia viva una eternidad separada de Dios en el infierno? ¿Hasta dónde estamos persuadidos de la salvación de los nuestros? 
 
 II. DEBEMOS ALCANZAR LOS QUE ESTÁN MÁS ALLÁ DE LA FAMILIA
 El amor demanda que yo debo amar más allá de mi zona de confort. Hay dos extremos en la evangelización. Uno es que yo ande evangelizando a todo el mundo y no lo haga con los de la casa. Pero el otro es que me concentre tanto en mi propia familia, incluyendo todas mis atenciones con ellos, que me olvide de los que claman por mi ayuda. La salvación del perdido, por tener consecuencias eternas, debería tocar mi comodidad y correr los riesgos que tenga que correr con tal que le anuncie a los demás la palabra divina. Pero tenemos que reconocer en esta parte, sabiendo que tenemos el mensaje que puede cambiar el destino eterno de la gente, que no hemos corrido los riesgos que deberíamos tener con tal de alcanzar a otros para Cristo. Comencemos por cosas puntuales. Si trabajo con tantas personas no creyentes, ¿cuántas veces llevo a esa gente en oración delante del Señor? ¿Cuántas veces he buscado maneras para alcanzarlos para Cristo? ¿Soy “amigo de pecadores”, como lo era Cristo, para ganarlos para él? El apóstol Pablo nos da su determinación para ganarse al mayor número de personas. En su testimonio a los corintios les dice que se había hecho como a los judíos, como a los que estaban bajo la ley, como a los que estaban sin la ley, y como a los débiles; dijo: “a todos me he hecho de todos, para que de todos modos salve algunos” (1 Co. 9:17-23). Su resolución en cuando a ganar a su propia gente era digna de imitar: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación”. (Rom. 10:1). Su corazón se llenaba de tristeza al ver la dureza de su gente, hasta exclamar: “Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Ro. 9:3) Cuando hablaba de su amor y pasión por los perdidos, y tomando en cuenta que usaba su trabajo como “hacedor de tiendas” para sostenerse, dijo: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor a vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Co. 12:14). El amor de Jesús por el perdido, ilustrado en tantas parábolas y luego ofrendado en la cruenta cruz, cobra una gran importancia en su discurso del fin del mundo y la recompensa para los ganadores de almas. Sus palabras son precisas, cuando dijo: “Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mt. 25:35, 36) Todos estos necesitados los tenemos muy cerca de nosotros. No hay que hacer grandes viajes para socorrerlos. En todo caso, lo que si tenemos que hacer es amarlos. Que no cesemos hasta verles llegar a Cristo.
 
 III. DEBEMOS IR HASTA “LO ÚLTIMO DE LA TIERRA”
 La evangelización total abarca tres campos: mi casa, más allá de mi casa y el atravesar las fronteras de otros países y continentes. De modo, pues, que no es suficiente con procurar la salvación de mis parientes, de mi vecindad, sino también de estar preocupados en la salvación del resto de la humanidad. La Gran Comisión pareciera estar especificada en Hechos 1:8, pero su visión y alcance está en Mateo 28:19, 20. Esta comisión fue dada a la iglesia porque cada persona, viva donde vida, piense lo que piense, hable el idioma que hable, necesita de Jesucristo. Fue dada porque es el corazón del evangelio de acuerdo a Juan 3:16. Fue dada porque Dios “no quiere que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento”. Fue dada para que los hombres tengan una oportunidad de decidir el lugar donde pasarán la eternidad. Pero entiéndase que tal comisión fue dada a la iglesia, la única depositaria para dar a conocer ese mensaje. Una iglesia, no importa el tamaño que tenga, tiene que estar involucrada de una manera simultánea en el triple alcance de la Gran Comisión. El ejemplo de la iglesia de Antioquia es revelador en este sentido. Cuando Bernabé y Pablo fueron allí, vieron la gracia de Dios tan real en la conversión de multitudes, entre los que se contaban gente de todos los estrados sociales, dando a conocer que el evangelio de Cristo no tiene barreras. Esa gente estaba ganando a sus familiares y al resto de la ciudad de Antioquia. Pero un día, mientras ellos oraban y ayunaban el Espíritu Santo, quien es instrumento por quien se cumple la orden de ir, habló muy claro a la iglesia y les dijo que apartaran de su seno a Pablo y Bernabé para el trabajo que les había encomendado (Hechos 13:2, 3). Lo demás hechos forman parte de la historia de una iglesia que fue formada con una visión local, nacional y mundial. Todavía no ha habido un misionero de la estatura y alcance del apóstol Pablo. A él, el Señor le llamó desde el momento mismo de su conversión, pero la iglesia de Antioquia se encargó de equiparlo y después enviarlo. Es cierto que hay iglesias que se les podría hacer difícil enviar misioneros de su propio seno a otras partes del mundo, aunque se encuentran por cientos las que ya están haciéndolo, pero si podemos ser parte de la evangelización mundial cuando disponemos nuestras ofrendas para estos fines. Una iglesia con una visión y pasión por la obra mundial se coloca en el mero centro del eterno plan de Dios, de acuerdo a Juan 3:16. La visión de Apocalipsis 7 está vigente. La tarea de la iglesia es que un día pueda ver “una multitud… de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas…delante del trono” v.9. Esa tarea todavía está inconclusa. Hay millones que todavía no han conocido a Cristo. 
 
 
 CONCLUSIÓN: Oremos así: “Padre, más que cualquier cosa, yo quiero cumplir con el propósito para el cual me hiciste. Yo acepto este quinto propósito, mi misión para decir a otros. Yo quiero que me uses en cualquier tiempo, en cualquier forma, en cualquier lugar. Yo quiero traer a otros a ti. Yo quiero servir a tu propósito en mi generación. Y sobre todo, quiero ser parte de lo que tú estás haciendo en este mundo. Desde este día en adelante, yo quiero construir mi vida alrededor de estos cinco propósitos: Nacidos para el Placer de Dios, Formados para la Familia de Dios, Creados para ser como Cristo, Formados para Servir a Dios y Hechos para una Misión. Ayúdame alcanzar uno más para Cristo. Todo esto lo pedimos en el nombre de Jesús”. Amén. 

 

 


Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.  

 

 

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