Del escritorio de Julio Ruíz

Laodicea: Sé pues celoso

Laodicea: Sé pues celoso


Finalmente llegamos a la iglesia de Laodicea en el recorrido de los mensajes del Apocalipsis a las 7 iglesias. Se pués celoso es mandato del Señor en el texto.

Apocalipsis. 3:14-22

Hay varios tipos de celos. Uno de los más comunes es aquel que se origina en una relación sentimental o conyugal. Es el tipo de situación que plantea un estado de desconfianza frente a la posibilidad de que algún “intruso” o “intrusa” se interponga en lo que es algo exclusivo. Este tipo de celos ha enceguecido a muchas personas los ha llevado a cometer acciones violentas cuyas consecuencias les acompañan por el resto de sus vidas. Los celos también se ven en las relaciones laborales, en las competencias deportivas y en el llamado mundo de la farándula. Aún los niños manifiestan tales tendencias cuando algún otro niño quiere “invadir” su territorio.

Estos celos están subscritos bajo una actitud negativa. Pero hay un tipo celo que hasta se recomienda practicar. Hablamos de un “celo santo”. Aquel que tuvo el mismo Señor Jesucristo, quien al ver lo que habían de la Casa de su Padre, una “cueva de ladrones”, derribó con su ira justificada todo lo que en ella se había erigido, de modo que sus seguidores tuvieron que recordar la profecía que sobre él se había escrito: “El celo por tu casa me consume”.

El texto que da origen a nuestro mensaje, está formulado en las palabras que el Señor pronunciara contra el “ángel de la iglesia de Laodicea”, quien después de descubrir el estado de tibieza espiritual en el que vive la iglesia, le recomienda ser celoso y arrepentirse, de manera que al final pudieran sentarse con el Señor en su trono. La necesidad del celo santo; el celo por la condición espiritual y por el trabajo dentro de la iglesia es el gran énfasis de las Escrituras.

Este imperativo bíblico es el más urgente debido a la condición espiritual en la que viven muchas de nuestras iglesias en este tiempo. Un estudio detenido de esta iglesia nos revela las razones por las que el celo cristiano debiera ser la nota distintiva de todo seguidor de Cristo. La falta de celo por la obra del Señor está creando las modernas iglesias de “Laodicea”. ¿Qué origina, pues, la falta de un celo santo?
 

La falta de celo da origen a cristianos tibios

Hasta ahora hemos señalado que una de las características del mensaje a las Siete Iglesias es la forma como Cristo camina en medio de ellas para ver sus obras, aunque en esta, era tal la situación que se ha quedado afuera y “está a la puerta y llama” v.20. Con sus ojos como de llamas escudriña todo lo que en ella hay y por lo general descubre profundas fallas que la identifican y las ponen como ejemplos para que no se sigan. Jesús vio que los hermanos que viven allí no eran “ni fríos ni calientes”.

Eran “tibios”, lo que les ponía en una posición espiritual deplorable. La provisión de agua de la ciudad de Laodicea provenía de manantiales calientes a cierta distancia, pero al correr hasta la ciudad llegaba tibia. Jesús toma esa analogía para comparar los estados espirituales de nuestra vida. La falta de celo espiritual tiene una de las consecuencias más dramáticas que debiera ser revisada con frecuencia y con urgencia. Nada es más desagradable que tomar algo tibio. El cuerpo humano está preparado para digerir con agrado una taza de café caliente o un té con hielo. Pero puede venirse en vómito cuando al estómago llega algo tibio.

Lo que se vomita, nunca llegó a ser parte integral del cuerpo, es un desecho porque el cuerpo no lo tolera. Jesús dice que es mejor o ser frío o ser caliente. El creyente “frío” puede llegar a ser un ortodoxo, que aun cuando no tiene fuego en su ser, conserva una actitud cristiana que todavía es reconocida por el Señor. Un cristiano frío se puede calentar de un momento a otro; pero uno tibio es impredecible su reacción.

En el caso de uno “caliente”, aunque sus acciones pueden llevarle al fanatismo, vive siempre en un estado espiritual que no es difícil identificar. Bien pudiéramos decir que un cristiano caliente vive con la “tensión muy alta”. Para el cristiano tibio hay una advertencia muy solemne de parte del “Amén y el testigo fiel” v.1, como se identifica el Señor con esta iglesia. “Te vomitaré de mi boca”, es una frase dura, pero rebela lo que el Señor no tolera en la vida de un creyente. Cuando él nos recomienda a ser celosos y a arrepentirnos es porque no quiere llegar a esta medida. ¿Cuáles son algunas características de la tibieza espiritual? Una excesiva preocupación por los asuntos materiales y de este mundo. Ese desmedido afán por el dinero hace que éste substituya el amor por el Señor.

El ocupar más tiempo en las cosas triviales que en las que tienen más importancia: la oración y la meditación de la palabra. El poco celo y amor por los perdidos. La falta de un compromiso con el cuerpo de Cristo. Cuando hay una mayordomía deficiente. El no entregar el diezmo que le pertenece al Señor es un claro indicio de un creyente tibio.

Es no darle importancia a un asunto tan sagrado. El creyente tibio vive el peor estado espiritual que ningún otro. No es ni una cosa ni la otra. Le pasa como la fábula del murciélago. Se cuenta que un murciélago cuando volaba y llegaba a los lugares altos con las aves, sus compañeros alados le decían: tú no perteneces a este lugar tú eres un ratón. El mismo murciélago cuando bajaba y sus compañeros terrenales le veían las alas le reclamaban: no perteneces a este lugar porque tu aspecto es el de un pájaro. En la vida espiritual no podemos movernos en aguas tibias. Eso desagrada al Señor.
 

La falta de celo desarrolla una vida de engaño

La iglesia de Laodicea nos revela la apariencia y el profundo engaño en que pudiera vivir un creyente. El depender de las cosas que tiene y no importarle si el Señor ha bendecido lo que posee. Esta actitud es muy peligrosa porque el propósito del engaño es cegar al creyente para que no se de cuenta de su estado y pobreza espiritual.

La riqueza material había enceguecido de tal manera a la iglesia que no les dejaba ver su verdadera bancarrota espiritual. Bien pudiera decirse que el mundo había invadido aquella iglesia. Cuando en la vida espiritual no hay celo por las cosas del Señor comienza a reinar una especie de conformismo y de confianza más en lo que se posee que depender por la fe en las promesas y bendiciones divinas. Los ciudadanos de Laodicea se enorgullecía de tres cosas: riqueza financiera, una industria textil exclusiva y poseían una escuela de medicina ampliamente conocida que producía un colirio muy popular que se exportaba a todo el mundo. Este orgullo había invadido a la iglesia, de manera que ellos pensaban que no tenían necesidad de nada. La falta de celo espiritual les había llevado a este vil engaño. ¿Cuál era entonces el problema?

Ellos pensaban que eran ricos ante sus propios ojos, que no tenía necesidad de vestido y que veían muy bien todas las cosas. Pero en la reprimenda del Señor se deja ver su estado deplorable: “… y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego, y desnudo” v. 17 c. Cuando un creyente piensa que tiene “todas” las cosas; cuando siente que no tiene que hacer otros esfuerzos, que no hay que pagar el precio del discipulado, entonces es tiempo de revisar esta reprimenda divina.

De modo, pues, que frente al autoengaño que generan las cosas temporales, Jesús da su consejo en el versículo 18. El consejo de Cristo para ellos está en tres partes: comprar oro para que se vuelvan ricos en vez de ser desventurados, miserables y pobres, ropas blancas para cubrir su desnudez, y colirio para sus ojos ciegos para que puedan ver.

Note la invitación de Jesús: “que de mí compres oro refinado en fuego…”. El oro refinado de de Cristo representa su propio evangelio. Aquella vida que es imperecedera. Aquellos valores y promesas, que proviniendo de él nunca fallan. Cuando Jesús se constituye en mi vida y mi pasión, no habrá ocasión para decir “yo soy rico, y me enriquecido y de ninguna cosa tengo necesidad…”.

La verdadera riqueza del creyente se sustenta en la persona y obra de Jesucristo. Esta sociedad pareciera decirnos “no tengo necesidad de nada”. Muchos creyentes parecieran decir lo mismo. Están rodeados de todo, ¿qué más pueden necesitar? Cuando hay en mí un celo vivo por la obra del Señor la oración será siempre: “Sin ti nada soy; sin ti nada tengo; sin ti no podría vivir; sin ti estoy perdido”.
 

La falta de celo pone a Cristo fuera de la obra


Apocalipsis 3:20 se ha usado con mucha frecuencia como un texto de evangelización. En no pocas ocasiones lo hemos citado como una invitación para que las personas reciban a Cristo, con no pocos resultados. Miles han llegado a conocer a Cristo como su salvador personal por medio de este texto. Pero la verdad es que este texto está en el contexto de una iglesia que revelaba la no necesidad del Señor. Su actitud de tibieza y conformismo espiritual había puesto a Cristo fuera de la misma obra.

Nos parece extraño, pues, que el mismo Cristo se acerque a la iglesia y le diga: “he aquí yo estoy a la puerta y llamo…”. Ningún asunto es más contradictorio que el Señor de la iglesia pidiendo permiso para entrar a ella. La iglesia de la Laodicea nos envía un claro mensaje de advertencia a las iglesias de hoy. Jesucristo queda inhabilitado para actuar cuando apagamos o entristecemos al Espíritu Santo. Cuando un creyente dice “no tengo necesidad de más nada” está poniendo a Cristo a que toque la puerta de su vida para que lo deje actuar.

Contrario a esto, cuando la vida cristiana se caracteriza por una motivación continua; por un celo en el servicio, en la entrega, en el testimonio y en el amor fraternal, Jesucristo no solo está presente sino que capacita con su poder al creyente para que haga su obra. Cuando una iglesia se deja cautivar por un gran celo misionero; donde todos sus miembros se comprometen en este esfuerzo, Jesucristo hace realidad su promesa que estaría con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, de acuerdo a lo expresado por la Gran Comisión.

¿Qué sucede cuando una iglesia le abre la puerta a Cristo? El texto tiene una de las más hermosas promesas, “cenaré con él, y él conmigo”. Esta invitación de Jesús habla de intimidad, de compañerismo, de caminar juntos. Si algo produce el celo espiritual es una alianza inquebrantable entre el creyente y su Señor. Junto con el llamado a ser celoso y arrepentirse de esa actitud de tibieza y conformismo espiritual, por el amor que él nos tiene, aparece la promesa y la esperanza del v. 21. El llamado a vencer y ser coronado al final de la jornada es la consigna de la palabra divina. El Señor quiere que cambiemos de actitud para bendecidnos.
 

Clave del mensaje a Laodicea: “Sé pues celoso”

En este último mensaje dirigido a esta iglesia, algunos han encontrado lo que se ha llamado el “síndrome de Laodicea”. Esta iglesia presentaba una disociación entre lo que ella pensaba de sí mismo y lo que Dios pensaba de ella. Ella decía: “yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”. Pero Jesús le dice: “Tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”.

Lo que la iglesia piensa de sí misma le hace vivir tibiamente. Esa es la realidad espiritual para cada creyente. Alguien lo expresó así: “El presumir que somos ricos cuando en realidad somos pobres; el presumir que somos bienaventurados cuando en realidad somos desventurados; el presumirnos como iluminados cuando en realidad somos tenebrosos; el presumirnos como ataviados cuando en realidad estamos desnudos, constituye la mayor de las desgracias de un creyente y de una iglesia”.

Mi preocupación debiera ser no tanto lo que yo pienso de mí mismo, sino de lo que piensa el Señor de mí. De allí la solemne amonestación del v.19.
 


Serie: Mensaje del Espiritu a las siete iglesias

Iglesia de Efeso: Fisuras en la costura
Esmirna: Los Santos que sufren
Pérgamo: Iglesia fiel y al mismo tiempo transigente
Tiatira: Aferraos a lo que tenéis
Sardis: Sé Vigilante
Filadelfia: Una puerta abierta
Laodicea: Sé pues celoso

Serie Posterior

En el año 20021 el pastor Julio Ruiz escribió otra serie sobre las siete iglesias del apocalipsis cuyo mensajes son distintos. A continuación presentamos la serie de ese entonces:

1. Que no se apague el amor (Efeso)
2. Los santos que padecen sufrimiento (Esmirna)
3. La batalla por la pureza (Tiatira)
4. En cuidados intensivos (Sardis)
5. Cuando una iglesia trasgrede su fe (Pérgamo)
6. La puerta que nadie puede abrir (Filadelfia)
7. La tibieza del alma (Laodicea)

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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