Del escritorio de Julio Ruíz

La pregunta de la duda

La pregunta de la duda

¿Por qué dudaste?

Mateo 14:22-33

Estamos en presencia de uno de los hechos más asombrosos en la vida y ministerio de Jesús, sin ninguna explicación para las mentes lógicas. Esta es la única historia de un hombre caminando sobre las aguas. Y es el único, porque si bien Pedro intentó hacerlo lo mismo, su falta de fe y por mirar más al viento en lugar de Jesús, terminó hundiéndose, perdiendo la oportunidad de ser el segundo hombre en caminar sobre las aguas.

Hasta ahora, los hombres solo nadan sobre las aguas, pero ninguno ha quebrantado las leyes naturales de caminar sobre las aguas. Jesús lo hizo, y seguramente ni siquiera se mojó las sandalias de sus pies. En esta historia nos encontramos con “la pregunta de la duda”. Nos llama la atención que muchas de las preguntas hechas por Jesús están conectadas con algunos de sus milagros. La de hoy está relacionada con la frase del v. 22.

El contexto inmediato es el de la alimentación milagrosa de los 5.000 hombres. Después que todos comieron hasta saciarse, y recoger las sobras hasta llenar doce canastas, Jesús inmediatamente hizo que los discípulos subieran a la barca y fueran delante de él al otro lado del mar de Galilea. Al parecer no hubo tiempo para celebrar este milagro, o para relajarse un poco ante lo sucedido. 

Otros hubieran dedicado tiempo para disfrutar del acontecimiento, tomarse una buena siesta, pero en lugar de eso el texto dice: “En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera”. Andar con Jesús significa compromiso, lealtad, disposición y obediencia. No hubo protestas por los discípulos. No hubo quejas, solo hubo obediencia. Y es por esa disposición de seguir al Maestro que se dio este insólito milagro.  Mi propuesta para la ocasión es analizar las dudas que vienen a la vida, cuando se camina mirando a las olas en lugar de ver a Jesús. Qué vemos alrededor de la pregunta de hoy.  

Vemos al Hijo de Dios Intercediendo en la medianoche

Subió al monte a orar aparte

Mateo 14:23. He aquí uno de los hermosos episodios en la vida de Jesús. Para él, la oración no era una opción, era un deber y un placer. A veces pensamos que Jesús no necesitaba de la oración, porque era Dios. Hay por lo menos unos 36 versículos donde vemos a Jesús en oración. De todos esos, hay tres ocasiones especiales de Jesús orando a su Padre.

La primera fue cuando comenzó su ministerio. Duró cuarenta días y cuarenta noches bajo un total asedio de parte de Satanás (Lucas 4:1-13). Oró intensamente el Getsemaní, tanto que su sudor era como grandes gotas de sangre (Lucas 22:44).  Y el otro lugar de su oración fue en la cruz misma. Una de esas oraciones estuvo llena de una terrible angustia, cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. 

Sí, Jesús fue un hombre de intimidad con su Padre. En esta historia, Jesús pudo tener tres motivos para orar. Él supo de la muerte de Juan el Bautista; esa tristeza se la comunicó a su Padre. Seguramente Jesús oró por aquella multitud recién despachada a su casa, porque él tenía compasión de ellos. Pero, sobre todo, Jesús está en esa montaña orando por sus discípulos. Se embarcaron solos a la otra orilla, pero Cristo estaba intercediendo por ellos.

Y cuando llegó la noche, estaba allí solo”

Otra vez, esta escena nos merece una atención especial. Se trata del Dios creador de los cielos, y a su vez del Salvador, orando solo en aquella noche. Pero la verdad es que, si bien está alejado de la muchedumbre y de sus demandas, Jesús no está solo. Se apartó a ese lugar aquella fresca noche para estar en comunión con su Padre celestial. No tomó el bote donde ahora van sus discípulos, porque necesitaba orar.  

Nadie estuvo más ocupado que Jesús, sin embargo, él siempre oró. Nadie estuvo más tentado por Satanás, y aun por las multitudes, porque querían hacerlo rey, sin embargo, él siempre se apartó para orar. Y nadie más fue consciente de la decisión de su propio Padre, respecto de morir en la cruz, sin embargo, Jesús siempre oró.

Jesús nos muestra en la oración el mejor descanso después de nuestras ocupaciones y ajetreos diarios. No siempre seguimos el ejemplo de Cristo. No somos dados a orar cuando estamos más envueltos en nuestras ocupaciones y en nuestras preocupaciones. Nuestras vidas pudieran estar tan cargadas de los afanes de este mundo, que no nos apartamos para estar a solas con el Padre. Las victorias públicas se ganan primero en la soledad de la oración.

Vemos a los discípulos remando con gran dificultad

Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas

Mateo 14:24. Ahora vemos el otro lado de esta historia. Mientras Jesús está en la quietud de la montaña, sus discípulos están en medio del mar con su barca azotada por las olas. Una cosa queda clara en estos relatos de los discípulos navegando en el mar: ellos siempre estaban en apuros por alguna tormenta y el azote de las olas. Marcos nos dice: “Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario…” (Marcos 6:48).

Si bien aquella barca no estaba en peligro de hundirse, como en otra ocasión, los discípulos estaban en una precaria situación. A esto se añade que el azote de las olas sucede en la noche; y de acuerdo con la referencia del Mateo, Jesús se apareció a la “cuarta vigilia”. Esa cuarta vigilia era la última, por lo tanto, los discípulos estuvieron remando con gran dificultad toda la noche.

Aquellas eran barcas débiles, siendo el impacto mayor de las olas. Este es un cuadro muy representativo. Hay pruebas muy fuertes en las “vigilias” avanzadas de la vida, y en no pocas ocasiones sentimos estar solos, remando con mucha dificultad, sin embargo, es bueno recordar también en esas horas avanzadas,  a nuestro amado Jesús, quien está intercediendo por nosotros.

Porque el viento era contrario

Mateo 14:4b. No sabemos cuántas veces los discípulos se enfrentaron a una tormenta antes de esta. Hace poco vimos una de ellas levantarse cuando iban cruzando el mar de Galilea, pero Jesús iba con ellos y la reprendió. Ahora el texto nos habla de un viento que les “era contrario”. Hay en todo esto algo para pensar cuando un viento es contrario. Ellos están en la medianoche, cansados, y para completar, están lejos de la orilla.

Otra vez, los discípulos están a punto de colapsar, de hundirse, y Jesús no está con ellos. He aquí dos escenarios distintos: Mientras Jesús estaba enfocado en su tiempo de oración, los discípulos estaban enfocados en el viento que les era contrario (Mateo 14:24-27).  Era una situación muy difícil y desesperante, porque temían por sus vidas. Deseaban avanzar, pero tenían las circunstancias en contra.

Pero lo bueno de esta historia, como todas esas donde Jesús no nos deja solos, es verlo caminar por encima de las dificultades. Jesús siempre vendrá para auxiliar a los creyentes en medio de sus propias tormentas. Por muy contrario que sean nuestros “vientos”, al final no se hundirá nuestra barca.  Dos cosas hacen Jesús en esos momentos: intercede y camina sobre esos vientos.

Vemos hasta dónde puede conducir el temor

Se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma!

Mateo 14:26. Si de algo estaban seguros los ocupantes de la barca es que quien camina sobre el agua no puede ser un hombre, porque hasta ahora ellos no habían visto a nadie hacer esto. Ante esta visión, y aterrados con un grande miedo, gritaron “¡Es un fantasma!”. Estaban mirando a su Señor y Salvador, pero pensaban que veían una aparición de ultratumba.

El miedo tiene la función de paralizarnos y hacer ver otra cosa que no sea la realidad. Lo que hay en tu mente y tu corazón a menudo se ve reflejado en lo que te rodea, celebrar, y promover.  Los discípulos sabían cómo lidiar con las tormentas; total, ellos eran veteranos de las aguas, pero jamás habían visto un “fantasma”; esa fue la razón de la turbación de aquella noche.

Pero ¿vieron realmente un fantasma? ¡Pues no! Los fantasmas no existen; son simplemente el producto de la imaginación y el miedo.  Los cuentos de muertos y desaparecidos forman parte de las leyendas y del folklore de nuestros pueblos. Los fantasmas son asociados con los muertos, y los muertos no salen, sino los vivos. El miedo de los discípulos les hizo ver a un muerto, pero quien camina sobre las aguas es el hombre más vivo que haya existido jamás.

¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!

 Esta oración tiene las tres declaraciones de más confianza que puede oír un ser humano al estar en medio de una gran crisis, sin una salida a la vista. Veámoslo de esta manera, si ya es bueno oír esto de alguien quien nos ama y nos aprecia, imagínese saber de dónde salen estas palabras. Fue Jesús quien las dijo.

El imperativo “tened ánimo” vino para apaciguar los momentos de turbulencia. He aquí una de las palabras más hermosas para levantar nuestro ánimo, independientemente cual sea. Nuestro ánimo se cae a menudo. Hay tormentas repentinas cuya misión es producir algún desánimo, pero aquí tenemos al dueño de las tormentas, calmándolas. Además, él dice: “yo soy”.

Ahora los discípulos saben que no hay tal cosa como un fantasma, sino alguien de carne y hueso, hablando con ellos. Pero no es cualquier ser humano. Ese “yo soy” fue dicho por Dios en el pasado, y ahora Cristo lo encarna, porque él también es Dios.

Esa declaración los hizo pasar del desánimo a la confianza. Pero además de esto Jesús dice: “! no temáis!”. El miedo fue la nota distintiva de aquella noche. El temor por ahogarse y perecer en lo profundo del mar era una posibilidad. Pero nadie parecerá si oye a Jesús decir “ ! no temas!”.  

Vemos quienes pueden caminar sobre las aguas

Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar…

Mateo 14:26. Ya hemos hablado de la reacción de los discípulos al verle caminar, y comparar a Jesús con un fantasma, pero hay en esto un hecho asombroso que rompe con las mismas leyes de la naturaleza. Una de esas leyes se conoce como la de la gravitación. Lo que hasta ahora sabemos es que todo lo que sube simplemente baja.

Usted está en una embarcación y quiere bajarse al agua, suceden dos cosas: o nada o se ahoga. El único mar donde usted puede estar arriba, y flotar, no caminar, es el mar muerto por sus densas capas de sal. Pero nadie puede caminar sobre esas aguas como lo ha hecho nuestro amado Señor.  He aquí un hecho sublime y único para el conocimiento humano. El único que puede caminar sobre las aguas es aquel a quien los vientos y las olas le obedecen.

El mar con sus abismos y misterios se constituye en una plataforma donde su Creador puede caminar firmemente y sin hundirse. Esta escena es maravillosa y nos llena de profunda confianza.  Mientras el mar para sus discípulos es sinónimo de miedo, por sus movimientos y sus sonidos, el ver a Jesús caminando sobre él debe producir un estado de paz y gran confianza, porque él dominar lo impensable para nosotros.

Pedro… andaba sobre las aguas para ir a Jesús

Mateo 14:29.  La osadía de Pedro siempre fue única entre los demás discípulos. Observe cómo le pide al Señor para ir también y caminar sobre las aguas: ¡Y lo hizo!  Ya sabemos el resultado, pero Pedro ha sido el único hombre después de Cristo quien caminó brevemente sobre las aguas. Este acto debe ser comentado.

Nadie más lo ha hecho ni lo hará.  Pero es aquí donde entran las lecciones de esta historia, y con esto la respuesta a la pregunta de hoy. Pedro caminó y dio pasos firmes sobre el agua mientras se mantuvo mirando al Señor, pero cuando comenzó a ver las fuertes olas, comenzó a hundirse (v. 30).  ¿Qué es lo que vemos acá? Alguien ha dicho que si queremos caminar sobre el mar debemos salir de la barca, y eso lo hizo Pedro.

Esto habla de los saltos de fe con muy buenas intenciones, pero igual a la fe de Pedro, la nuestra también flaquea.  Pero la fe de Pedro no termina en un fracaso total. Si bien él se está hundiendo, clama: “¡Señor, Sálvame!”. Para Dios, nuestro grito de ayuda significa que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Pero el tropiezo de nuestra fe es simplemente un peldaño para seguir caminando. Él Señor está cerca para agarrarnos y salvarnos. Sigamos mirando a Cristo.

La pregunta de la duda

¿No es esta una de las historias más fascinantes de la Biblia? Jesús aceptó la petición de Pedro, y él salió de la barca. Pedro comenzó a caminar con entusiasmo fijando los ojos en Cristo. Pedro caminó un poco, pero se hundió e hizo la oración más corta, y la más necesaria: “!Señor, Sálvame!”. Y en seguida fue salvado porque el Señor extendió su mano, y lo agarró y lo subió a la barca.  Tan pronto estuvo a salvo en la barca, Jesús le dijo: “!Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.

He aquí la gran pregunta para nosotros también hoy. Pero cuando Jesús pronuncia estas palabras no lo está reprendiendo. No le dice: “Pedro, deberías haberte quedado en la barca” No, Jesús no reprendió a Pedro por salir de la barcaPor el contrario, Jesús le está diciendo: “Pedro, si hubieras mantenido tus ojos en mí, hubiéramos cruzado hasta la otra orilla los dos”.

Por supuesto que parece imposible caminar sobre las aguas, pero nunca lo sabrás hasta que no salgas del bote. Pedro nos deja dos grandes lecciones: el triunfo de la fe cuando ponemos la mirada en Cristo, y el fracaso cuando miramos solo las olas. Cuando miramos solo a Cristo el resultado será el mismo de los discípulos después de esta insólita y única historia en la vida de Jesús v. 32-33. Que hoy también caigamos a sus pies, y le adoremos, diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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