Del escritorio de Julio Ruíz

Las Siete Virtudes Capitales, Parte 1

La Humildad Desaloja la Soberbia 

Por la buena aceptación y los alentadores comentarios que nuestros lectores han hecho sobre lo escrito acerca de los Siete Pecados Capitales, y siguiendo el proverbio español que“Contra Siete Pecados, Siete Virtudes”, hemos creído necesario hacer una presentación sobre la contra parte de lo anteriormente publicado, enfocándonos ahora en las llamadas Siete Virtudes Capitales. Las mismas se conocen como: la humildad, la generosidad, la castidad, la paciencia, la templanza y la diligencia. De esto se ha dicho que contra soberbia, humildad. Contra avaricia, generosidad Contra lujuria, castidad. Contra ira, paciencia. Contra gula, templanza Contra envidia, caridad y Contra pereza, diligencia. En el orden sugerido, la humildad será el primer tema a tratar. Y no podía ser de otra manera porque la humildad, como decía F. La Rochefoucauld en sus Máximas, es: “El altar sobre el que Dios quiere que se le hagan los sacrificaos”. La humildad hace a una persona más cándida, más accesible y con quien se puede llevar mejor en una relación personal. Esto mismo no dice de una persona soberbia quien por su propio altivez, vive para sí misma y cierra las puertas para asociarse con aquellos a quienes considera de menor cuantía, al compararse con ella.
 
 Antes de describir las bondades de esta magnánima virtud, valdría la pena hacer alguna acotación sobre lo que ella no es de acuerdo al dictamen que algunos se han hecho. Por un lado, la humildad no tiene la misión de hacernos sentir despreciados, ni que tengamos una pobre opinión de nuestras habilidades. No es su propósito revelarnos que somos los seres más miserables del planeta. No se trata de auto-afligirse y decir “no soy nadie, o soy bueno para nada”. Por otra parte, comentaba el C.S Lewis, son muchas las personas con gracia que piensan que humildad equivale a mujeres bonitas tratando de creer que son feas, o personas inteligentes tratando de creer que son tontas. Debería separarse la idea que la humildad nada tiene que ver con esa absurda simulación de la falta de cualidades. Pero la humildad, contrario a esta opinión, nos hace conocer los límites de nuestras fuerzas, nos revela los errores que tenemos para corregirlos, nos mueve a aprovechar el consejo y ejemplo de los buenos, nos hace sentir muy nuestras las necesidades y miserias ajenas y, sobre todo, nos hace vivir con transparencia delante de Dios que no mira nuestra apariencia sino las verdaderas motivaciones del corazón, porque "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (Santiago 4: 6)
 
 Se cuenta que Benjamín Franklin, uno de los más grandes estadistas que ha tenido Norteamérica, hizo una lista de las cualidades del carácter que quería desarrollar en su propia vida. Cada vez que sentía que había dominado una virtud entonces pasaba a la siguiente. Esta prueba la hizo muy bien, hasta que le tocó enfrentar a la humildad. Su frustración comenzó cuando al darse cuenta que estaba haciendo significativos progresos se agradaba tanto de sí mismo que se enorgullecía. Y esto es lo que sucede con esta virtud. No es tan difícil decir "tengo paciencia, fe, amor, bondad…", pero son muy pocos los que pueden decir "soy una persona humilde". Porque esta cualidad no es para ser divulgada, sino para ser reflejada. Sólo un hombre ha podido decir esto de sí sismo sin que su declaración haya reflejado soberbia. Su nombre es Jesucristo, y su legado a sus discípulos ha sido ese: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". ¿Quién puede decir lo contrario del hombre que encarnó con su vida el más grande ejemplo de humildad para sus seguidores? Todo aquel que se considere su discípulo no podrá soslayar esta virtud.
 Es obvio que la humildad y la soberbia no pueden convivir en la misma habitación. Se da por un hecho que la humildad es como si se encendiera una luz en medio de la oscuridad. En la medida que ella va siendo parte de la vida, la soberbia se va desalojando. Y cuando eso ocurre damos lugar a la más grande bendición para la vida, “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita en la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu humilde y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Isaías 57:15
 

 


Estudios de esta Serie:

Las Siete Virtudes Capitales, Parte 1
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 2
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 3
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 4
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 5
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 6
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 7

Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.
 
 

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