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Los pecados de la murmuración

la murmuración
la murmuración

La murmuracion de Israel en el cruce del desierto es una de las grandes cosas que nos hablan de un pueblo mal agradecido. Sus quejas constantes provocaron la ira de Dios, y le costó a Moisés la entrada a la tierra prometida.  Con esta entrega continuamos la serie: El pecado de los santos


Éxodo 16:1-15

La murmuración

El mensaje que traje en la anterior entrega tuvo que ver con la bendición del dar, pudo haber generado murmuraciones en algunos de ustedes, sobre todo por la postura que algunos tienen respecto al diezmo. Y si alguno se quejó o murmuró, pues lo siento, pero era necesario traer un mensaje sobre esto para que entendamos que el robarle a Dios es otro de los pecados de los santos.

Por cierto, que Filipenses 2:14 es otro de los mandamientos que más violamos, y, por lo tanto, se constituye en otro pecado que cometemos los santos. La murmuración es una insatisfacción secreta que no damos a conocer y que casi siempre la hablamos en secreto. La palabra en el original es “gongumos”. Es una palabra onomatopéyica cuyo sonido suena a murmuración. Las murmuraciones han sido fieles compañeras en el diario caminar de las personas, casi siempre se basan en situaciones mal infundadas.

Una señora que le gustaba la murmuración fue a la casa de su vecina con el siguiente chisme: —La esposa del pastor fue a la reunión; él entró enojado a la sala y la sacó de allí. Después el pastor aclaró la situación diciendo: “Hay cuatro cosas que quisiera decir sobre este incidente: En primer lugar, nunca procedí tan groseramente con una señora y menos con mi esposa. En segundo lugar, nadie en la reunión vio que yo hiciera tal cosa. En tercer lugar, mi esposa nunca concurrió a tal reunión. Y, en cuarto lugar, ni siquiera tengo esposa”. “¿Cómo así?”, le preguntaron. “Se trataba de otra señora que tuvo que salir, por sus ocupaciones, antes de que terminara la reunión”.

La murmuración no siempre ve las cosas como son. Mis hermanos, ningún pueblo murmuró tanto como Israel el desierto. Terminaban de ver el poder de Dios manifestado en las plagas y ahora se quejan frente al mar rojo, añorando morir en Egipto por un posible ataque de su ejército. El libro de Números registra las diez veces que el pueblo tentó al Señor en el desierto con sus murmuraciones (Nm. 14:22). Cuántas veces ha murmurado en los últimos días. Qué pasa con la persona que murmura.

El que murmura sufre de una memoria corta

Testigos del poder de Dios

Éxodo 16:6. La amnesia se define como la pérdida parcial o total de la memoria, aun en minutos. Una mirada detenida a la actitud quejosa de los israelitas nos revela que ellos no estaban preparados para pagar el precio de la libertad. Se ha dicho que la “esclavitud deshumaniza, y sus víctimas pronto pierden su voluntad para resistir”. Israel fue testigo ocular de hechos y milagros nunca antes visto por persona alguna.

En un sentido a ellos les era prohibido murmurar por lo que habían visto hasta acá. La gente que más murmura son los que más poseen. Israel había visto como Dios quebrantó el poder del Faraón, el más temido para esa época. Tenían todavía fresco el canto que dedicaron a Dios como el “varón de guerra”, sin embargo todo eso se les olvidó a la hora de satisfacer sus necesidades materiales v. 3. Al igual que ellos, también somos testigos de su gran poder. No suframos de amnesia espiritual. Si somos tentados a caer en este pecado de la murmuración, contemos cuántas bendiciones tenemos ahora. Cuando murmuramos ignoramos el largo recorrido por donde Dios nos ha traído.

¿A quién ofendemos cuando murmuramos?

Éxodo 16:8. Un estudio del comportamiento de Israel en el desierto nos muestra que ellos formaron una especie de “escuela para la murmuración”. Fueron muy pocas sus carencias, pero siempre protestaron. Cuando tuvieron hambre recordaron más a sus amos que los esclavizaron que a su Amo Libertador. La supervivencia en el desierto los llevaba de inmediato al Egipto de la “abundancia”, donde podían comer pescado de balde, pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos (Nm. 11:5).

Mis amados, la murmuración es la comida predilecta de la lengua con la que se ofende a Dios. Sin embargo, si algo nos recuerda la actitud de los israelitas es que cuando la tentación de murmurar venga a la vida, sería apropiado recordar que en el pasado Dios nos trató con amor redentor y que en el presente nos trata con la bondad de su provisión, por lo tanto, no nos está permitido murmurar de acuerdo con Filipenses 2:14, y en su lugar debemos reconocer la continua provisión de Dios para la vida (4:19).

El que murmura subre de una vista corta

El ataque a los “responsables”

Éxodo 16:2. El diccionario define a la miopía como el “defecto óptico caracterizado por la falta de visión clara de objetos distantes”. Eso era el otro problema del pueblo de Israel cuando murmurar contra Moisés y Aarón. A ellos les costaba ver que detrás de las apariencias de las cosas se escondía la presencia poderosa del Señor. En su miopía, ellos creían que podían echar toda la culpa de la falta de pan o de agua a Moisés.

A la hora de faltar algo, somos los líderes los primeros blancos de las quejas y murmuración. Ellos veían en Moisés el responsable por sus necesidades. Sobre él concentraron todas sus palabras, quejas, reacciones negativas. Una cosa era muy cierta, Moisés no podía alimentar tan enorme congregación. Al igual que ellos, la comida que habían traído de Egipto ya se les estaría acabando también. De manera que sus agresivas quejas contra el siervo de Dios eran injustas e innecesarias. Nada hace más daño a la comunión de los santos que la murmuración contra los que servimos al Señor. La vista es muy corta cuando dejamos que la lengua destruya a los que se dan para nuestro servicio.

El ejemplo para nosotros

1 Cor. 10:10. El murmurador, como logra verse, tiene una vista muy corta. La advertencia de la Biblia respecto a la murmuración es clara, más aún tomando en cuenta este ejemplo. Dos cosas se ponen de manifiesto respecto a la murmuración de los israelitas. Por un lado, no hay murmuración que se haga que no sea oída por Dios. No nos engañemos hermanos, Dios no sufre de sordera como algunos de nosotros.

Si las oraciones que le presentamos son como el incienso que se quema en el altar de su presencia, las murmuraciones que salen de nuestros labios se queman en el altar de Satanás. Ahora bien, ellos no necesitaban carne, pues con el maná era suficiente por ser muy nutritivo, sin embargo, de todas maneras, lo exigieron y el Señor les mandó codornices, que engulleron hasta enfermarse. El salmista resalta este detalle: “¡Les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos!” (Salmos 106:15). Lo que Israel hizo es para nuestro ejemplo. La murmuración es un pecado que Dios aborrece porque según Santiago, la lengua incontrolada inflama toda la creación e incendia todo a su paso (3:6).

El que murmura tiene una fe corta

Cuando Dios no es suficiente

Éxodo 16:9. Las murmuraciones revelan el pecado de la desconfianza. En el caso de Israel, es cierto que pasaron por muchas dificultades, pero eso no se convirtió en el verdadero motivo de sus quejas. Ellos llegaban una y otra vez a esta situación debido a su incredulidad. En sus mentes no cabía la posibilidad de que Dios fuera suficiente para sostenerles con agua, alimento y vestido una vez que dejaron Egipto. Apenas les faltaba un día el sustento, ya estaban murmurando. Mientras Dios hacía milagros y portentos, Él era bueno y lo alababan por sus hechos poderosos. Pero al sentir que les fallaba algo convertían la alabanza en quejas.

¿Seremos nosotros distintos a ellos? ¿Tendremos la capacidad de resistir la tentación de murmurar o quejarnos, aunque algún día no veamos pan en nuestra mesa? ¿Le pondremos bozal a nuestra boca para no hablar en contra de otro? Con mucha frecuencia somos invadidos de temores, y nos llenamos de malos presentimientos cuando faltan las cosas elementales. Cuánto necesitamos aprender a confiar en el Dios de toda provisión. Cuando murmuramos perdemos la fe.

El desierto prueba el tamaño de nuestra fe

Éxodo 16:10. Nadie como Israel para ser testigo de tanta manifestación divina. Nadie como ellos para ver la gloria de Dios tan real, sin embargo, la murmuración formó de su andar constante. Por supuesto que el desierto sirvió para probarles porque Dios estaba formando un pueblo celoso de buenas obras. Cuando llegamos al desierto de la vida se comprobará de qué tamaño es nuestra fe.

La incredulidad golpea nuestra fe. La hace ver muy corta cuando pasamos por un “desierto” que no ve la abundancia de las cosas materiales a las que estamos tan acostumbrados. Así que, si tan solo viéramos sus promesas, tan ciertas y seguras, no seríamos impulsados a la murmuración.

Alguien dijo que “cuando la gente se queja, murmura y rezonga por lo que no tiene, en vez de apreciar las bendiciones que recibe, Dios pierde las ganas de darle otra cosa”. El desierto se ha relacionado siempre con un lugar de pruebas. Representa para el creyente las distintas etapas donde es sometida su fe con el propósito de hacerle dependiente del poder y la gracia divina. Jesucristo, el pan del cielo, pasó por el desierto.

Comida completa para los murmuradores

Éxodo 16:12-14. Al pueblo de Israel se le tapó la boca de la murmuración con la continua comida venida del cielo. Tenemos que admitir que ninguna otra comida pudo ser mejor que aquella. El salmo 78:25 nos dice que “Pan de ángeles les dio el Señor”. Se dice también que era un alimento diario, eso significa una provisión continua: “Lo recogían cada mañana… y luego que el sol se calentaba, se derretía” Éxodo 16:21.

Hubo entre ellos algunos que seguían desconfiando de la provisión y guardaron para el siguiente día, pero con la mala experiencia que apestaba para ser comido v. 20. Esto nos sigue diciendo que a pesar de lo que Dios haga por algunos, nunca estarán satisfechos o contentos. La oración del Padre nuestro nos recomienda a decir el “pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. El corazón incrédulo murmura pase lo que pase, pero el corazón lleno de fe alaba al Señor a pesar de las circunstancias. Que Dios nos ayude, pues, a ser creyentes alegres y no quejumbrosos. No le cedas terreno al diablo en ninguna circunstancia, y cuídate de andar lamentándote y difundiendo las dudas del enemigo.

La murmuración

La murmuración es un pecado. No hay razón para que forme parte de la vida, menos la de un creyente. La murmuración, de acuerdo con la experiencia de Israel, les hizo ser una comunidad enferma de amnesia, enferma de miopía y con una gran incredulidad. Pero son tantas las misericordias de Dios y sus provisiones que todo esto debería levantar un gran espíritu de alabanza y de regocijo, en lugar de un espíritu de queja y murmuración.

Se dice que los buitres pueden volar por encima de un jardín colmado de las más bellas flores, sin ver una sola de ellas. Pero si cruzan un monte donde en algún rincón de este hay algún cuerpo corrompiéndose acuden al momento. Así sucede entre los hombres. Algunos no son capaces de ver las virtudes de los demás, pero pronto si ven sus defectos. A la menor señal de corrupción se lanza sobre el caído y hacen un festín del pecado de un pobre”. Spencer. La murmuración tiene el propósito ofender a Dios y ofender al hermano.

Eso pasó con Israel. No deje que esto suceda con usted. El mandamiento de “Haced todo sin murmuración” (Filipenses 2:14), tiene un efecto positivo en el próximo texto, cuando dice: “… para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo… v. 15.

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