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Adoración y la Palabra – Parte 2

Adoración y la PalabraEn nuestra entrega pasada comenzamos una serie Craig Cabaniss basada en la adoración y la Palabra, continuamos la misma – Bob Kauflin

Hemos comenzado a explorar la relación tan importante que existe entre la adoración y la Palabra de Dios.  En mi entrega anterior expuse la definición de la adoración como una respuesta del hombre como respuesta a la revelación de Dios.

El Rey David en el Salmo 19 ha expuesto una maravillosa expresión de lo que es la adoración celebrando la revelación de Dios a través de Su Palabra escrita. En el verso 7 David comienza una lista de declaraciones alabando la Palabra de Dios: “La ley del Señor es perfecta que convierte el alma”

David aquí usa la palabra “ley” en su sentido más amplio. En este salmo utiliza sus sinónimos “preceptos” y “mandamientos”. James Boyce, en su comentario sobre los Salmos indica, «la Ley del Señor”, aquí literalmente “Torah”, no se limita a un mandato legal como lo es nuestra palabra “ley”. La raíz de “Torah” significa “instrucción”. Tiene que ver con todo lo que Dios ha revelado, o todo lo que Dios dice. Nuestra palabra más equivalente sería “Escritura” o “Palabra de Dios.”

La primera cosa que David declara acerca de las Escrituras es su perfección. “La ley del Señor es perfecta.” Pone de inmediato a la Palabra en una categoría trascendente que la distingue sobra cualquiera incluso la suya o la mía. No existe nada en mi vida o en la suya que podría ser catalogada con la precisión de “perfecto”. Nuestros mejores esfuerzos no están a la altura. Pero  inspirado por Dios mismo, David proclama que la Escritura es perfecta.

Existe una brecha que separa las obras y las palabras del hombre con la Palabra de Dios. La Palabra de Dios está libre de culpa, es impecable y libre de errores. No tiene ni un solo defecto. Es perfectamente veraz y suficiente. No carece de nada. La Palabra de Dios no necesita asistencia editorial o apéndices que la complementen. La Palabra por si sola se basa en su perfección.

Piense por un momento cuando se reúne para el culto al Señor y se lee, se canta o se ora la Palabra de Dios. Lo que escucha es la perfecta revelación de Dios a su pueblo. Y con la Palabra, Dios no sólo revela a sí mismo sino que también nos revela quienes somos nosotros mismos. Somos examinados por la Palabra. Nuestras almas son confrontadas y nuestros corazones son medidos por la perfecta medida de la Escritura.

Con esto no sugiero que en nuestros cultos se deba excluir todo y que sólo se lea Palabra o que los cantos sean solo cantos cuyo contenido sea literalmente versos de la Biblia, o que nuestras oraciones sólo sean extractos de las Escrituras, o que no hay sermones sino sólo una  lectura de la Biblia al pie de la letra. No sugiero estas cosas porque la Biblia misma no lo hace. Se nos enseña a cantar himnos y canciones espirituales. Además se anima a los hombres a predicar y a enseñar.

Lo que estoy sugiriendo es reconocer la singularidad y la perfección de la Palabra de Dios, y crecer en el respeto por la perfecta revelación de Dios. Siempre que leamos, escuchemos o cantemos la Palabra, debemos hacerlo con cuidado, reverencia y temor.

Si hacemos podremos experimentar en un nivel más profundo el efecto de la perfecta ley del Señor: que convierte el alma. La Palabra de Dios renueva y refresca el corazón. Comunica vida. Cuando nos sometemos fielmente a las Escrituras, la Palabra de Dios hará su trabajo. Es la Palabra la que resucita muertos y despierta las almas soñolientas. Podemos estar seguros que cuando nos reunimos para escuchar, leer, cantar, orar o predicar la Palabra, Dios renovará el corazón de su pueblo.

En las próximas entregas seguiremos estudiando el Salmo 19 y la relación estrecha que existe entre el culto cristiano y la Palabra de Dios.

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