Del escritorio de Julio Ruíz

El evangelio de los leprosos

El evangelio de los leprosos

En 2 Reyes 7:1-9 está la historia de 4 leprosos cojn “su evangelio”. Ellos proclaman: “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas y nosotros callamos”.

2 Reyes 7:1-9

Siempre hablamos del los “cuatro evangelios”, pero la verdad es que hay más de uno en la Biblia. Los evangelios del Nuevo Testamento narran la historia de Jesús, pero el resto del evangelio es aquel que vivimos y el que damos a conocer. En efecto, en el Antiguo Testamento nos encontramos con la historia de cuatro leprosos llevando “su evangelio”. Esto lo afirmamos por las palabras que ellos mismos dirán en su historia: “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas y nosotros callamos”.

Observamos que eran cuatro leprosos hambrientos; pero de pronto descubrieron un gran mercado de alimentos, una joyería y una gran tienda de vestir, tres cosas que jamás tendrían acceso. Así que comieron y se saciaron, pero luego escondieron lo encontrado y tuvieron la tentación de permanecer callados sobre aquella buena nueva. Fue entonces cuando les vino el recuerdo de Samaria con sus hambrientos habitantes, y reaccionaron ante el olvido.

Se dice que el egoísmo es el sentimiento que predomina en quien habiendo encontrado un gran bien, lo reserva solo para él, negándole la misma dicha a los demás. Nosotros hemos encontrado una gran comida que ayudará  a otros a tener la misma dicha. Pero  no siempre estamos tan dispuestos a hacerlo.  Estos  cuatro leprosos nos dan un ejemplo de lo que debiéramos hacer desde el mismo momento que descubrimos la comida de la palabra, el vestido del hombre nuevo y las joyas del la vida abundante.  

¿Eran ellos los mejores para dar a conocer este mensaje? ¡No! Ellos estaban fuera de la ciudad, porque habían sido excluidos debido a su condición. Sin embargo, cuando se sintieron satisfechos, no fueron egoístas y tomaron la acción de ir a la ciudad y llevar las buenas nuevas de la abundancia de comida para todos los hambrientos. La iglesia también sabe que “hoy es día de buena nueva”.  ¿Qué haremos? ¿Nos quedaremos callados escondiendo el tesoro? Veamos entonces en qué consiste el evangelio de los leprosos.

En una buena noticia proféticamente anunciada

La palabra profética

2 Reyes 7:1. El evangelio siempre tiene que ver con una palabra profética. En esta historia tenemos un asedio al que fue sometida la ciudad de Samaria, la capital del Israel del Norte, debido a la idolatría con la que ofendieron a Dios, adorando a otros dioses.

Pero ahora hay una nueva profecía de restauración y satisfacción frente al hambre que padecen. Eliseo era el profeta del momento. El milagro que iba a ocurrir lo dijo en este texto. Nadie creería esto. Era imposible pensar que en un solo día la economía de una ciudad destrozada pudiera recuperarse.

El rey de Samaria no lo creyó, su príncipe inmediato tampoco lo creyó (v. 2), pero en un solo día la palabra profética se cumplió (16, 19). El milagro para lograr esto estaba afuera. Los mismos enemigos que causaron su desgracia proveyeron para su propia satisfacción. Dios no deja morir para siempre al hambriento.

Esto es lo que hace el evangelio. El evangelio en sí es un milagro. Quien lo recibe sabe al final que nada pudo cambiar su vida como lo hace el poder que él mismo tiene (Romanos 1:16). El evangelio también fue profetizado como un milagro. Jesucristo es la encarnación de ese milagro.

La incredulidad al mensaje

2 Reyes 7:2, 12. No siempre es fácil creer en las buenas nuevas del evangelio. Los hombres como Tomás han existido siempre. La mente racional no concibe la posibilidad de un milagro.  Observe la actitud del rey y del príncipe. Cuando Eliseo lanzó su profecía que cambiará la tragedia que vivía Samaria, simplemente negó que estas palabras fueran reales, expresándose con sarcasmo (v. 2).  

La incredulidad al mensaje traerá al final un destino impensable. Por cuanto aquel príncipe se negó a creer lo dijo el profeta, el mismo Eliseo le profetizó, diciendo: “He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello”. Pero lo mismo hizo el rey.

No creyó la noticia de los leprosos, sino que pensó que era una trampa de los sirios. Lo que siempre vemos es que los que oyen el mensaje del evangelio, debido a sus propios prejuicios, o frente a la imposibilidad que suceda algo, se resisten a creer.  

Muchos creen más en las malas noticias que en las buenas. ¿Era mala la noticia que estaba comunicando el profeta y ahora los leprosos? ¡En ninguna manera! Pero así son los corazones que prefieren cerrarse al mensaje, aunque sus vidas están pereciendo.

En una buena noticia que pudiera ser escondida

La necesidad de un mensajero

2 Reyes 7:8. La evangelización plantea la importancia de un mensaje y la necesidad de un mensajero. Es un mensaje que no llegará solo. Su impacto depende del instrumento. Como si se tratara de un producto de suma necesidad, su consumo depende del vendedor.  

¿Cuál fue la barrera que enfrentó el “evangelio” de esta historia?  En el versículo 8 encontramos dos veces la frase: “…y fueron y lo escondieron”. Esta palabra es muy reveladora. Es la tendencia del corazón humano. El egoísmo ha sido una de las grandes faltas de la humanidad a través de los años. Una vez que se satisface lo que buscamos ya nos olvidamos de los demás, o “escondemos” lo que hemos descubierto. Cada creyente ha descubierto el tesoro del evangelio. Pero ¿qué hemos hecho desde entonces?

A lo mejor hemos tenido la misma actitud de los leprosos. Una vez que hemos comido y bebido y que hemos descubierto la “plata, el oro y el vestido”, lo hemos escondido. El evangelio es una buena noticia que debe ser anunciada. Las malas noticias se propagan con toda fluidez, y cuenta con muchos mensajeros. Nosotros tenemos la mejor noticia y debemos anunciarla.

No estamos haciendo bien 

Este razonamiento lo hicieron los leprosos, y lo seguimos haciendo hoy. El asunto es que a Satanás le ha funcionado bien la estrategia de hacerle ver al creyente que el evangelio es bueno, pero que no hay prisa en anunciarlo.

A algunos le dice que su comportamiento es suficiente para que la gente se salve.  Se cuenta la historia de un creyente médico que estaba atendiendo a un enfermo incurable. Por cuanto estaba a punto de partir, debido al estado avanzado de la enfermedad, se propuso hablarle del Señor y de la seguridad de la vida eterna. El paciente escuchó a su doctor con mucha atención, y después le preguntó: “Doctor, ¿cuánto tiempo hace que usted sabe de estas cosas? “Bueno —respondió éste— hace más de veinte años que soy creyente”.

Ante esta respuesta el enfermo se fijó en su doctor y le hizo la pregunta que muchos no quisiéramos oír: “¿Y por qué no me lo dijo antes, para que también yo hubiese podido disfrutar de este gozo y esta paz que usted dice que Cristo da a los que creen en él?”. Amados no callemos más la noticia que es de vida o muerte. Muchos hambrientos dependen de ella.

En una buena noticia que salvará de la muerte

El impacto del hambre

2 Reyes 6:24 El ejército de Siria estaba apostado cerca de la ciudad de Samaria, por lo tanto, estaban encerrados y muriéndose de hambre. La descripción era tan grave que la cabeza de un burro se vendía por ochenta monedas de plata ($176). Los judíos pagaron un alto precio por esta parte de este animal, severamente prohibido de acuerdo con las leyes sanitarias por ser inmundo.

Mis amados, ninguno de nosotros ha sido sometido a esta condición, porque lo que acá se ilustra es una verdadera tragedia producida por el hambre.  Pero hay un  ejemplo más que nos muestra los estragos que hace el hambre. El rey de Israel, paseándose en medio de la calamidad, escuchó discutir a dos madres acerca de un canibalismo jamás visto, aunque si profetizado (Deuteronomio 28:53).

La discusión giraba en torno a un acuerdo de comerse a sus hijos. El día anterior ya se habían comido uno, pero cuando le tocaba el turno a la otra, se negó a hacerlo (2 Reyes 6:29).  ¿Sabe usted lo que significa comerse a su propio hijo? Este es el hambre física, pero qué del hambre espiritual. ¿Cuál de ellas es peor?  Jesús dijo que él era el pan del cielo. No nos quedemos con él.

El evangelio que satisface

Los leprosos habían descubierto todo lo que satisface la necesidad humana. El evangelio es la buena noticia que le pone fin al espíritu atribulado (véase el caso del endemoniado de gadareno).

Es una buena noticia que satisface la búsqueda religiosa (véase el caso de Nicodemo). También es la buena noticia que transforma las vidas ordinarias en vidas extraordinarias (véase el caso de los apóstoles). Además es la buena noticia que cambia el celo religioso por el celo espiritual (véase el caso de Pablo).

En fin, el evangelio es el hallazgo que más bien le hace a la vida, pues con él se termina la búsqueda, se llena el corazón de felicidad y se entra en una seguridad eterna. Note la satisfacción de la que ahora disfrutan los leprosos. Ahora tienen abundante comida y bebida, esto pudiera representar la satisfacción que trae la palabra y el Espíritu. Luego ellos tomaron plata, oro y vestido.  

En estas prendas de valores podemos ver la vida de calidad que ofrece el evangelio. El encuentro con el Señor debe producir tal estilo de vida, cuya característica por excelencia sea la satisfacción plena.   

En una buena noticia que no debe postergarse

No se puede esperar hasta el amanecer

2 Reyes 6:9.  Hay noticias que no se pueden postergar. No se sabe a qué hora llegaron los leprosos al campamento enemigo, pero era suficiente para no prolongar más la agonía del hambre. Detrás de las puertas de la ciudad había niños, ancianos y jóvenes que iban a perecer de hambre. Esto es lo mismo que plantea el evangelio. No se puede seguir esperando para darlo a conocer.

La vida de miles de personas, candidatas para ir al infierno, aguardan por el mensaje de salvación. Los leprosos llegaron a la conclusión que, si se mantenían en esa actitud, si seguían ocultando lo que habían descubierto, la maldad les iba a alcanzar. Sin embargo, esos hombres no dejaron que esto sucediera, sino que pusieron en fuga su conciencia culpable.

En todo esto se esconde una verdad que debe ser considerada. Tú y yo hemos descubierto que la salvación se encuentra en Jesucristo. Es una falta con consecuencias eternas el esconder esa verdad. Nuestra conciencia nos exhorta cuando teniendo las oportunidades de dar a conocer el hallazgo, lo retenemos. Nada nos toca tan hondamente como el ejemplo de estos hombres.

Entremos y demos la nueva

Esto implica un acto de obediencia. Es la decisión que salvará de la muerte a los que están pereciendo. Es entrar para detener al destructor. A los leprosos le estaba prohibido entrar a la ciudad, sin embargo, tomaron el riesgo. Hay que entrar y dar la buena nueva.

Esto es la evangelización. Cómo podían ellos dejar que la ciudad entera pereciera de hambre habiendo descubierto el lugar para suplir la necesidad. ¿Cuál es el tema del que más nos gusta hablar? ¿Por qué no disfrutamos hablando a la gente de la noticia que puede satisfacer el hambre espiritual y salvarlos del infierno?  

La condición de los leprosos los llevó a tomar la decisión de morir, ya sea por los sirios al ir al campamento o morir al entrar a la ciudad, debido a la prohibición que ya tenían. De esta manera, valientemente llevaron el reporte de las “buenas nuevas”, porque sino lo hacían otros descubrirían por la mañana que los enemigos habían huido, y ellos serían castigados por no anunciar esto a la población hambrienta. 

Ahora nosotros también somos llamados a entrar. Quedarnos con lo que ya tenemos sería dejar que muchos murieran para siempre.

El Evangelio de los leprosos

En esta historia tenemos a cuatro humildes leprosos que, en su desesperación por encontrar el favor de los sirios, descubrieron el campamento enemigo totalmente abandonado y lleno de comida, bebida y todo tipo de riquezas. Sin embargo, después de satisfacer su hambre se sintieron culpables por no compartir la bendición y decidieron informar al rey de lo ocurrido.

Nosotros hemos recibido de Dios el tesoro más grande, la salvación.  ¿Qué estamos haciendo con esta noticia? Samaria representa a aquellos que están desesperados, muriéndose de la más grande hambre que se conozca, la espiritual.  

Si ya nosotros hemos satisfecho nuestra hambre espiritual, pero no la compartimos, ¿quién dirá que somos dignos de haberlo recibido? ¿Saben aquellos que están hambrientos de nuestro descubrimiento? Hoy es día de buena nueva. ¿La comunicaremos? No estamos haciendo bien si callamos. “Hoy es el tiempo aceptable, hoy es día de salvación”.   

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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