Del escritorio de Julio Ruíz

El impacto de mis decisiones

 

La vida pareciera estar rubricada por el tipo de decisiones que tomados. Somos el resultado de un enfático "sí", de un contundente "no", o de una vacilación entre lo uno y lo otro. Lo que somos hoy trae consigo la estampa de una decisión pasada; y lo que seremos mañana llevará el recuerdo emblemático de la manera cómo nos administramos hoy. De igual forma, la suma de hábitos y actitudes que conforman nuestro actual carácter, la fortaleza o debilidad que rodean nuestros valores morales o espirituales, las prioridades e intereses donde se mueve nuestra vida, todos están determinados por nuestras libres decisiones. Es tan extraordinario el impacto de una decisión, que la vida puede cambiar para bien o para mal en fracciones de tiempo. Por lo general las malas decisiones, presionadas por alguna tentación irresistible o por algún mal consejero, son las que predominan en el común denominador de la vida. El lamento, la rabia, la frustración, el ver que se han truncado los más acariciados sueños, y la detestable crisis de culpa, son los consabidos resultados de una decisión tomada bajo una presión insoportable. Y es un contrasentido que para arruinar una vida se tomen decisiones tan rápidas, pero para construir y sacar lo mejor de nosotros, las decisiones llegan a ser tan lentas, algunas de ellas prologándose hasta que llegan los años de los cuales decimos "no tengo en ellos contentamiento", como lo mencionaba el sabio en su libro de Eclesiastés.
 
 Esto nos hace pensar, que por cuanto el impacto de mis decisiones tienen mucho que ver con mi felicidad y la de los que me aman, debo adelantarme con sabiduría para tomar aquellas que traerán paz a mi espíritu y tranquilidad a mi conciencia. Porque una buena decisión a tiempo podrá librar el "alma de la cárcel", como decía el poeta. De allí que en la quietud de alguna noche avanzada, mientras todavía me acompañan los pensamientos, decido comenzar el día con una disposición de amar, porque esta es la más grande de las virtudes. Si me decido por esto, estaré preservando mi corazón del egoísmo; el más mezquino de los pecados. En este orden, decido primero amar a Dios porque solo a través de su amor podré amar, inclusive, hasta mis propios enemigos. Decido por el amor que me debo a mi mismo, tomar el camino de la honestidad. Hago esto para que no haya discrepancia entre lo que pienso y digo, y entre lo que hago y vivo. Porque una vida íntegra será un arma poderosa contra toda hipocresía; el rostro más feo de la personalidad. Decido en ese mismo sentido rechazar las ofertas tentadoras que tienen la misión de arruinar mi vida, en particular aquellos vicios y hábitos que destruyen destruir mi salud física, emocional y espiritual. Decido por el amor que le debo a mis amados, tomar el camino de la fidelidad para no sembrar la desconfianza, y para no romper con los votos sagrados que selló mi unión familiar. Decido por amor de los que más sufren, buscar la ocasión para practicar la filantropía, pues ninguna satisfacción es más alta que aquella cuando me desgasto por el bien de otros. Pero sobre toda las decisiones, el inicio de un nuevo día lo afrontaré con la cara del optimismo, porque la crónica de un fracaso anunciado pudiera ser aquella que anticipa tempestades en un día lleno de un sol radiante.
 
 Una palabra oportuna en todo esto es lo que recomienda a no hacer nada bajo presión. Ninguna cosa presagia tan nefastos resultados como aquello donde se toman decisiones sin considerar el tiempo y la búsqueda de buenos consejos. Pero la otra palabra es que en definitiva se tomen decisiones. Porque bien pudiera pasarse la vida bajo una continua queja al no tener el coraje de tomar decisiones contundentes para cambiar actitudes. Esto se menciona porque tanto el tomar decisiones apresuradas como el no tomar ninguna, pudiera afectar de igual manera nuestro porvenir. En esta parte final es bueno decir que habrán decisiones que no esperan más y otras que será mejor no tomarlas. Que algunas serán tomadas en el corto, mediano y largo plazo. Pero de todas estas, la decisión sobre donde pasaré la eternidad será la más seria y la más responsable. El destino eterno lo alcanzo por la decisión que tome en el tiempo; el mismo no está prefijado. Escoger a Jesucristo será la decisión mayor para no encontrarme una sorpresa en la eternidad.

 


Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.  

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