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La muerte que más deseamos

La muerte que más deseamos
La muerte que más deseamos

Como cristianos hay una muerte que más deseamos y tiene que ver con el imperativo de hacer morir lo terrenal en nosotros.


Colosenses 3:5-7
 
El presente título pareciera ser una contradicción frente a la lucha por la vida que sostenemos ante el presente virus, pero su razón es por el tema de la ocasión.  En el Antiguo Testamento tenemos la historia de Saúl, el primer rey de Israel, que nos ilustra el propósito del presente mensaje. Saúl fue escogido por el pueblo porque ellos le pidieron a Samuel un rey como tenían las demás naciones de la tierra, pero con el resultado que desde el mismo comienzo de su reinado reveló un corazón inclinado a tomar decisiones anticipadas, con un carácter inestable y propenso a la desobediencia.

Uno de esos episodios fue el que tuvo que ver con el incumplimiento a la orden de Dios (1 Samuel 15:1-3). La historia antigua comienza con Amalec, aquellos que se opusieron a Israel en el camino cuando estos venían de Egipto a la tierra prometida. Saúl había recibido una orden que era precisa y sin compasión.

Esto era lo que él sabía: “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”. Pero, qué hizo Saúl, pues que mató a todo lo demás, pero perdonó al rey de Amalec y lo mejor de su ganado (vv. 8, 9). Esto trajo como resultado el desagrado divino y con ese acto el principio del fin de su reinado. ¿Por qué traigo esta ilustración?

 Porque al igual que Saúl a todos los creyentes se nos ha ordenado que matemos los deseos de la carne que batallan en nosotros, pero a menudo dejamos vivo a “Agag” y “lo mejor del ganado”, provocando con esto el desagrado de Dios. El imperativo nos dice “haced morir lo terrenal entre vosotros”. Esto habla a todos luces que hay que entrar, matar y destruir. Este imperativo es una orden sin contemplaciones. Hay asuntos en nuestras vidas que necesitan morir.  Entonces ¿hay razones para hacer morir lo terrenal entre nosotros? Por supuesto. Veamos cuáles son.
 

Porque atentan contra el cuerpo

La orden de matar

Colosenses 3:5. Este primer consejo de Pablo tiene que ver con el acto de colocar en el paredón lo que debe morir. El tiempo en el que fue escrita la oración es un mandato que sugiere una acción decisiva. Pablo al hablar de hacer morir lo terrenal mantiene la idea inmediata del contexto de levantar la mirada al cielo.

Por cuanto nuestra vida está escondida con el Señor se nos plantea esta nueva identidad con nuestro resucitado y entronizado salvador. Hay una palabra muy fuerte en el griego llamado “necrosar” que sugiere que nosotros no debemos solamente suprimir los actos perversos que nos vienen a nuestra mente, sino que debiéramos trabajar para exterminarlos de nuestro cuerpo. Que no los dejemos llegar al corazón que es el que toma las decisiones de las órdenes que les envía el cerebro.

Hacer morir lo terrenal tiene la idea de negarnos tales cosas y considerarnos muertos para ellos. La diferencia entre esta clase de muerte y la de estar “muertos con Cristo” v.3 se basa en que la primera tiene que ver con una acción concluida, mientras que esta muerte demanda de una acción permanente. Por cuanto estamos tan apegados a las cosas terrenales, se necesita una gran voluntad para matar lo que atenta contra el cuerpo.  
 

La lista que hay que matar

Colosenses 3:5b. Pablo nos presenta una lista de los “rebeldes” a quienes hay que matar. Contra ellos debemos concentrar todo nuestro arsenal para hacerlos morir, porque si no dejaremos el dominio al pecado que mora en mí. El primero en esa lista es la “fornicación”. ¿Por qué este pecado es tan dañino? Porque atenta contra nuestro propio cuerpo. En otra parte Pablo ha dicho que “el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). La fornicación se define como el acto de tener relaciones sexuales antes del matrimonio, o de cualquiera forma en la que ella se haga. Esta sociedad permisiva ha hecho de la fornicación un culto con una licencia para pecar.

La próxima en la lista es la “impureza”. Lo contrario a la impureza es la pureza, y no ha sido extraño que Pablo la colocara al lado de la fornicación. ¿No es acaso el mantenerse puro la más alta aspiración de un creyente antes de casarse? Los próximos en la lista para matar son “las pasiones desordenadas y los malos deseos”. En estos enemigos de el espíritu entran los pensamientos y las intenciones del corazón.  En un sentido, estos también son pecados sexuales porque su fin es conducir a la persona a todo tipo de fornicación.  Esta batalla se libra en el hombre y la mujer se libra  con tal intensidad que solo el poder del Espíritu Santo hará posible la victoria en sus vidas.
 

La razón para matarlos

Colosenses 3:5c. Pablo añade la palabra “avaricia” a esta lista que hay que matar. Él no puso eso allí para rellenar la lista, sino porque la avaricia es un feo pecado que no se conforma con lo que ya tiene, sino que desea siempre más. Y al ponerlo en el contexto de los pecados sexuales hay razones por lo que debe ser eliminado de nuestras vidas. El texto nos dice que esto es “idolatría”; y que todos sepamos, la idolatría es aquello que desplaza a Dios de nuestras vidas.

¿Se da cuenta como los pecados sexuales lo primero que hacen es apartar al Dios santo del trono de nuestras vidas? Dice el comentarista Morgan que la avaricia piensa más en lo que puede poseer que en la relación con Dios. Que es un pecado en contra de otros porque para satisfacer su deseo tiene que hacerle mal a otro. También este pecado es autodestructivo, porque quien más sale afectada de cumplir su capricho es nuestra propia alma.

El asunto es que estos pecados siempre apuntan la satisfacción de la carne, llevándose por delante el deseo del espíritu, que siempre buscará satisfacer a Dios. Ninguna batalla es más fuerte que la que se da entre la carne y el espíritu. Por lo tanto, y en virtud de los daños que le acarrean a nuestros cuerpos, debemos matarlos.  
 

Porque producen la ira de Dios

El temor por la ira de Dios

La humanidad en general, y hasta   muchos creyentes, han concebido a un Dios que solo es amor, compasivo y lleno de misericordia. De modo que la idea de un Dios airado no encaja en su teología. De hecho, la corriente universalista enseña que al final de los tiempos Dios perdonará a todo mundo, incluyendo al mismo Satanás. Pero estos ignoran que nuestro Dios es fuego consumidor.

Por supuesto que la Biblia nos habla que Dios es lento para la ira y grande en misericordia. Y al mostrarnos primero su prolongada paciencia en ejecutar su ira contra el pecado que ocasionó la entrega de su propio Hijo, finalmente no será lento. Dios le da al hombre la oportunidad para que se arrepienta, pero al final ellos no podrán evitar su ira si hacen caso omiso al llamado de su infinita gracia y longanimidad.

Noé predicó a una generación fornicaria y perversa por ciento veinte años y no creyeron en su mensaje hasta que llegó el día de la ira de Dios que acabó con aquella humanidad. Abraham intercedió cinco veces por Sodoma, otra sociedad fornicaria y perversa, y por no haber ni siquiera un justo, la ira de Dios la consumió hasta las mismas cenizas. La ira de Dios es seria, no ignoremos este atributo divino. 

Ira sobre estas cosas

Colosenses 3:6. Hay cinco cosas de lo terrenal que hay que hacer morir. No sabemos sin son concluyentes, pero son suficientes para decirnos que todas ellas provocan la ira de Dios. La lista de pecados ya mencionados debemos matarla porque ninguno de ellos es del agrado de Dios. Los pecados sexuales han sido una de las causas por las que Dios ha estado enojado contra el hombre.

La inmoralidad sexual ha sido una afrenta contra el Dios santo, porque él creo al hombre y a la mujer para que disfrutaran del sexo en una sana y santa relación. Creó al hombre y a la mujer con ese primer propósito. La razón por la que Dios hizo a Eva para Adán es porque él mismo vio que estaba solo. Adán tenía una necesidad de orden física y Dios la satisfizo trayéndolo una compañera. Así que el sexo ha sido santo desde el principio. Pero la perversidad a la que se ha llegado pareciera que estamos en la cumbre de toda desviación.

La ira de Dios está a punto de ser derramarse como lo hizo en la antigüedad. No pueden estas cosas sino producir una ofensa contra Dios. Ya Pablo nos ha dicho en Romanos 1:18 que la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres. La ira de Dios no es un juego. Nuestra meta es la santificación y eso nos alejará de la ira de Dios. Persigámosla.  ¡Matemos lo terrenal en nosotros!

Ira sobre los hijos de desobediencia

Colosenses 3:6b. Lo primero que resalta a la vista de este texto es la declaración “hijos de desobediencia”. En el capítulo uno de Romanos, la ira de Dios viene sobre los hombres perversos que cambiaron la gloria de Dios por la de los hombres y los que cambiaron el uso natural en sus relaciones por un uso antinatural. Pero observe que la ira de Dios también se derrama en aquellos a quienes se llaman sus hijos. Este asunto es muy serio.

La desobediencia es el gran tema que comenzó en el cielo, siguió en el Edén y nos acompaña hasta el día de hoy. Desde entonces el mundo se clasifica en hijos desobedientes, que siguen a Satanás como el incitador de la desobediencia, y los hijos de obediencia que siguen a Cristo, el que fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

¿Por qué la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia?  Porque ellos ignoran su carácter santo, quien derramó toda su ira contra el pecado, descargándola en su propio Hijo Cristo. Jesucristo la noche del Getsemaní aceptó el castigo impuesto, llevando sobre sus hombres la culpa que todos merecíamos. No provoquemos la ira de Dios manteniéndonos en desobediencia. Apartémonos de todo lo que produce su ira santa. Escapemos del fuego eterno.
 

Porque pertenecieron a la vida pasada

 “Anduvisteis… vivíais”

Colosenses 3:7. Los tiempos pasados no fueron siempre los mejores si los comparamos con la vida de pecado en la que andábamos. Es verdad que hay tiempos que añoramos, pero hay tiempos que aborrecemos. Pablo mantiene su mismo tema de hacer morir lo terrenal entre nosotros recordándonos dónde anduvimos y cómo vivimos.

Conocí a un hombre que se convirtió al Señor después de los sesenta años. Su vida cambió totalmente y su pasión por el Señor era lo que llenaba todo el tiempo. Fue uno de los hombres más fieles que he conocido después de su conversión. Era un obrero incondicional. Un entusiasmado en leer, oír y escribir las notas de la palabra.

Tan metido estaba cuando escuchaba mis mensajes que al final de cada predicación me mostraba su cuaderno de nota, y como si fuera una grabadora, copiaba completamente mis enseñanzas. Un día le pregunté acerca de su nueva vida en Cristo y si se arrepentía de haber tomado esta decisión, y sus palabras jamás las olvidaré, cuando me dijo: “Pastor, de lo único que me arrepiento es no haber llegado a Cristo más joven y de lo que sí me arrepiento es de las cosas que hice, en las que anduve y viví, las aborrezco con toda mi alma”. Así es como vive un hijo de Dios.
 

La muerte que más deseamos

Pablo nos ha hablado de tres razones por las que debemos matar lo terrenal en nosotros. Porque atenta contra nuestro cuerpo, porque produce la ira de Dios y porque esto tuvo que ver con el pasado. Pero ¿es esto fácil? ¡Claro que no! Pablo nos habló de su propia lucha en el capítulo 7 de Romanos, tanto que al final de hablar de su propia condición llegó a exclamar: “Miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” para luego decir que daba gracias a Dios por Jesucristo que vino para ayudarnos a matar esos enemigos que combaten en nosotros.

El texto no nos dice cómo matar lo terrenal en nosotros, y con ello vencer los presentes pecados para que no sigan activos en nosotros. Alguien propuso la “Fórmula para Diferenciar entre el Bien y el Mal” basado en la primera carta a los Corintios que puede ayudarnos. Así se ha resumido: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen.” (1 Corintios 6:12).

La pregunta sería: ¿Esto que me estoy permitiendo me será útil física, espiritual y mentalmente? “Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna.” (1 Corintios 6:12). La pregunta sería: ¿Esto que estoy haciendo me llevará a caer bajo su dominio? “ Por lo cual, si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano.” (1 Corintios 8:13). La pregunta sería ¿lo que hago dañará a otros? Y el otro planteamiento es “si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).

La pregunta finalmente sería: ¿Lo que estoy practicando glorifica Dios? Entonces ¡mátelos!

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