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Lavándonos antes de entrar a casa

Lavándonos antes de entrar en casa
Lavándonos antes de entrar en casa

He aquí otro salmo que tiene que ver con la casa de Dios. En dos textos el salmista David pone otra vez su interés por en el asunto que corresponde al lugar de Su morada.

(Salmo 26)

Por un lado, nos habla de “andar alrededor de tu altar”  Salmo 26:6, y por otro nos dice que el ama “la habitación de tu casa” y el lugar de la “morada de tu gloria” Salmo 26:77. David era un profundo adorador. Para él la casa de Dios no era un lugar de ver a sus amigos y tener buenas relaciones. Las moradas del Señor le infundían un enorme gozo, un profundo respeto y su más ardiente deseo de ir allí para encontrarse con el Dios vivo.

En el mensaje anterior hablábamos del deseo por volver a casa; sí, a esa Casa del Señor que tanto gozo y bendición nos trae. Hoy seguiremos con esta serie, pero ahora pensando en nuestra preparación para entrar a ella. Si algo vamos a recordar después que pase esta pandemia es el énfasis que se le dio al asunto de lavarnos las manos cada vez que entrábamos a nuestras casas después de haber sido expuestos a un posible contagio del llamado coronavirus.

Interesante que el salmista también nos recomienda que nos lavemos las manos antes de entrar en su morada, pero que lo hagamos en “inocencia”. La figura nos viene del lavado que tenían que hacerse los sacerdotes antes de entrar y ministrar en el santuario (Ex. 30:18-21). Así, pues, este salmo nos muestra la relación íntima entre la adoración verdadera y el estilo de vida que afirma la verdad y la integridad.

Todos los que somos parte del ministerio en la iglesia debemos andar con manos limpias, de manera que nuestras acciones dentro y fuera de allí reflejen la integridad en la que andamos. Qué hay detrás de esta demanda bíblica. Por qué debemos lavarnos antes de entrar a casa. Cuál es el examen que debemos pasar para lavar nuestras manos en inocencia.

El examen de la integridad personal

Júzgame… escudríñame

Salmo 26:1-2. Nos llama la atención que los primeros imperativos con los que el salmista comienza su poema son “júzgame” y “escudríñame”. Esto pareciera ser una osadía de parte de David, dada su condición de hombre sujeto a las pasiones y debilidades humanas.

Pero lo que le pide a Dios no es sobre la base de su justicia, sino la del mismo Dios. Y nos llama aun más la atención que se adelante para decirle a Dios que al hacer este examen va a descubrir que él ha andado en su integridad. No sabemos en cuál momento David vivió esta experiencia que lo llevó a defender su proceder delante Dios, pero su confianza en el examen divino fue parte de su testimonio fiel.

David era un hombre que tenía un concepto muy grande de la santidad de Dios y la importancia de presentarte en su casa de una manera íntegra. En los salmos 15 y 24 hace dos preguntas con respecto a quiénes podrán entrar en el tabernáculo y en el lugar santo. Y de esta manera responde: “El que anda en integridad… habla verdad en su corazón”. Y “el limpio de manos y puro de corazón…”. De acuerdo con esto, la integridad personal debe estar sujeta al escrutinio divino para saber si somos o no aptos para entrar en su santuario y adorarlo.

Pruébame… examíname…

Salmo 26:2b. David pareciera no estar conforme con que Dios lo haya juzgado y escudriñado, porque sigue su demanda en esta forma imperativa: Pruébame y examíname. Era tal su deseo por ser declarado inocente ante lo que le está pasando que no se conforma con una sola acción de parte de su Dios, sino que sigue abriendo su corazón como si aquello fuera una cirugía de corazón abierto, de manera que Dios, cual cirujano eterno, revise todo su corazón y al final de su veredicto de no haber encontrado nada pecaminoso en él.

Esto solo me recuerda a las palabras que Jesús dijo de Natanael antes de convertirse en su discípulo: “He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño”. No es fácil este veredicto. El sentido de estos dos imperativos fue expresado por Robert Cawdray: “Como el oro es purificado de la escoria por el fuego, así la sinceridad del corazón y la simplicidad del verdadero cristiano se ven mejor y se hacen más evidentes en las tribulaciones y la aflicción.

En la prosperidad todo hombre parece piadoso, pero las aflicciones hacen salir del corazón lo que hay en él, sea bueno o malo”. David no quería la aprobación de los hombres; él buscaba la de Dios porque su juicio es verdadero.

El examen de la integridad con el mundo

El encuentro que debe evitarse

Salmo 26:4. En este asunto de la integridad necesitamos hacer nuestra parte, sobre todo en lo que respecta a nuestra relación con el mundo de donde fuimos sacados. Para mantener su integridad David tomó la decisión de seleccionar quiénes serían las personas con los que se relacionaba. Por un lado, nos dice que no se había sentado con los hipócritas. Ellos no eran sus amigos en ninguna de sus actividades sociales o espirituales. No los había buscado para que fueran sus consejeros, ni tampoco había hecho algún negocio con ellos.

El cristiano, por lo que es y representa, no puede tener una amistad con los hipócritas o los que andan “simuladamente”. David se había anticipado a lo que después Pablo escribiría de no unirse en yugo desigual con el incrédulo. El único interés de un creyente con el incrédulo debiera ser para llevarlo a los pies de Cristo, no para ser parte de su mundo corrupto y perdido. Como lo preguntó Thomas Watson: “¿Qué tienen que hacer las palomas de Cristo entre las aves de presa? ¿Qué tienen que ver las vírgenes con las rameras? La compañía de los malos contamina; es como pasearse entre los que tienen la plaga”. Evitemos aquellos que le hacen mal a nuestra alma.

La reunión donde no debemos estar

Salmo 26:5. David prosigue la defensa de su integridad hablando que la otra cosa que hizo fue que aborreció la reunión donde estaban los malos porque de allí no podía salir nada bueno. Se ha dicho que si el hombre no aborrece el mal al final lo termina amando.

Por supuesto que David no está diciendo que odia a los hombres, por cuando ellos son su prójimo. Lo que él nos enseña es que aborrezcamos a los malhechores. Porque lo que Dios aborrece nosotros también debemos hacer lo mismo. ¿Usted puede imaginarse qué podrá discutirse y aprobarse en “la reunión de los malignos?”. Los hijos de Dios no participan de las reuniones de los impíos a menos que sean invitados para hablarles de Cristo.

En todo caso, los santos tenemos un asiento en otra mesa. La decisión para mantener nuestra integridad parte del hecho de tomar distancia de aquellas relaciones que ofenden a Dios y al final no edifican el alma. David expone su inocencia también en lo que ha sido su relación con el mundo. Como Dios todo lo sabe, lo invitada para que vea los lugares donde ha andado y compruebe sus propias palabras.

El examen de integridad con tu casa

Lavando sus manos en inocencia

Salmo 26:6. Un tercer examen al que se sometió el salmista fue el que tuvo que ver con la casa del Señor. Si bien es cierto que él no era un levita, ni tenía un cargo especifico en el santuario, David sabía lo que los ministros hacían antes de entrar a la casa del Señor. Entre el Altar de Bronce y el tabernáculo estaba el lavacro.

A los sacerdotes se les había dado especificas instrucciones para que se lavasen las manos y los pies en ese lugar antes de realizar algunas de sus obligaciones como sacerdotes y si algunos de ellos entraban a ministrar sin haberse lavado las manos y los pies, había una sola sentencia: la muerte.

David toma esta figura tan conocida para hablar sobre lo que significa la purificación y la santificación ceremonial antes de entrar a la casa del Señor. Al llegar a esta esta parte David hace un ligero giro en relación con lo que ha venido planteando. El verbo “lavaré” sugiere una acción futura, no inmediata.

Si bien es cierto que hasta ahora ha sido pesado en la balanza de la integridad, y se siente bien, él sabe también que antes de entrar a la casa del Señor para adorar, debe hacerlo con manos limpias y un corazón puro. David nos dice que no podemos andar alrededor del altar sin el lavacro de la santificación.

El amor por la casa donde vamos

Salmo 26:8. Lo que David sentía por la casa de Dios no era una obligación al estilo sacerdotal por los oficios demandados. Para él el lugar de la morada de Dios era uno de sus grandes amores. Como este salmo nos revela lo que es su integridad. El corazón de David palpita con entusiasmo cuando se trata de la casa del Señor.

Bien podemos resumir la integridad del salmista cuando lo vemos abrirse ante Dios para que lo examine, cuando manifiesta lo que no hace con los impíos, y ahora lo vemos como se levanta para afirmar que la integridad de su corazón se ve mejor reflejada cuando se dispone a adorar a su Dios. Para David la adoración a Dios era un asunto de elevada importancia y su más grande prioridad.

En sus palabras observamos a la casa de Dios a través de los tiempos. Su primera visión fue el tabernáculo, después vendría el templo y más adelante, Dios estaría en el lugar donde los creyentes se reunirían, siendo al final el corazón el lugar que Dios escogió para habitar. La confesión de David nos lleva a la pregunta ¿cuánto amo la casa de Dios? ¿Hasta dónde deseo entrar por sus atrios con alabanza?

Hay una demanda por una integridad para Dios

La determinación de mantenerse íntegro

Salmo 26:11-12. El tema dominante de este salmo tiene que ver con la integridad. David comenzó pidiendo a su Dios que hiciera una radiografía en su corazón para que comprobara que él era un hombre auténtico, que no vivió una apariencia de piedad, pues el examen al que se somete es el interno, allí donde solo puede encontrarse con Dios. Y ahora, como si se tratara de cumplir este voto de consagración, está determinado a seguir adelante porque al final es a su Dios a quien se debe y a quien le sirve.

Este versículo está relacionado con los dos anteriores que describen la actuación de los malos como hombres pecadores, sanguinarios y hacedores de soborno (Salmo 26:9-10). Otra traducción del v.11 dice: “Pero yo no soy así; llevo una vida intachable…”.

Es cierto que esta demanda no es fácil. Nuestra condición humana pareciera detener esa meta. Una vida intachable es el bien deseado, pero pareciera ser un espécimen raro en medio de esta generación perversa donde vivimos. La vida de un José en el AT y del otro José (el esposo de María) del NT son ejemplos de integridad que sí podemos imitar. Por supuesto que no será en nuestras fuerzas, sino en las “misericordias” de Dios (Salmo 26:3, 11).

Lavándonos antes de entrar a casa

David nos ha revelado en qué consiste la integridad cuando seguimos anhelando nuestro regreso a la casa del Señor. La acción de lavarse antes de entrar al santuario evoca la importancia que tiene la manera cómo hemos de venir y presentarnos delante de Dios. Como David sabía que su Dios era digno de lo mejor, se propuso trabajar en su vida en el asunto de la integridad, el reto más grande, haciendo de esto su gran defensa.

Mis hermanos, es la integridad de nuestra vida lo que al final cuenta. No es la apariencia, sino la determinación de vivir esta manera lo que nos hará la clase de creyentes que honremos siempre su nombre.

Una historia cuenta que “en el siglo II de nuestra era, llevaron a un cristiano ante un rey que quería que abandonara a Cristo y al cristianismo. El soberano dijo tajante: –«Si no abandonas tu fe te desterraré». El hombre, sonriendo, contestó: –«Majestad no puede desterrarme de Cristo que ha dicho: Nunca te dejaré, ni te abandonaré. Entonces el rey, enojado, le dijo: «Lo que haré es confiscar tus bienes y quitártelo todo». La respuesta del hombre fue: –«Mis tesoros están en el cielo; y no pueden ser arrebatados.» El rey se enojó aun más: –«Lo único que me queda es matarte». –«Pero», afirmó resuelto el hombre, «hace ya cuarenta años que estoy muerto. Morí con Cristo, y mi vida está escondida con Cristo en Dios, por lo que usted no podrá tocarla” (Rubén Gil, «TESTIMONIO», Diccionario de anécdotas, dichos, ilustraciones, locuciones y refranes (Viladecavalls, España: Editorial CLIE, 2006), 728).

Esto se llama vivir la vida cristiana en total integridad.

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