Del escritorio de Julio Ruíz

Nuestra permanencia en Él

Nuestra permanencia en Él

1 Juan 4:13-19

Este es el penúltimo tema de la serie acerca de las pruebas de salvación. Ya hemos hablado de unas doce de ellas en los mensajes previos. Cada prueba es un testimonio contundente acerca de la salvación del creyente. Si al evaluar cada una de ellas me doy cuenta de que no estoy viviéndolas, es hora de revisar mi relación con Dios. Ahora vamos avanzamos al capítulo cuatro, donde tenemos la prueba de la “permanencia”, la más importante de todas.

Esta palabra aparece un total de diecinueve veces en la carta, y solo en este capítulo la encontramos cinco veces. ¿Por qué Juan enfatiza tanto esta palabra en su carta? Porque los auténticos hijos de Dios permanecen. Seguramente habrá pruebas, tribulaciones, decepciones, desánimo y malentendidos, como seres humanos, pero cuando la fe es genuina y está puesta en el fundamento de Cristo, ese creyente jamás apostará de su fe o se apartará de ella. La consigna de la Biblia es ir siempre adelante. A los creyentes de la carta a los hebreos se les dijo: “Puesto los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra salvación” (Hebreos 12:1-2).

En la vida no siempre permanecemos o terminamos algo. La falta de disciplina y constancia es enemiga del éxito. La filosofía del mundo es esta: Dime cuánta disciplina y constancia tienes, y te diré cuán exitoso y próspero serás. En la vida cristiana esto debiera ser el mayor anhelo, pues en la tierra no seremos permanentes. Muchos creyentes comienzan muy bien su carrera, pero no siempre la siguen, y permanecen. Pablo, al hablar de la metáfora de los que corren en el estadio buscando un premio, dijo: “Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Corintios 9:24).

Si algo sabía Juan era de permanecer. Él oyó del imperativo de Jesús dado a todos ellos, cuando dijo: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4).

Ahora nos habla de permanecer en él, pero lo hace bajo triple obra de la Trinidad. Entonces:

Permanecemos en Él por la presencia del Espíritu

El Espíritu Santo vino para convencernos

1 Juan 4:13. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu De todos los dones dados por Dios a la humanidad, su Santo Espíritu es extraordinario (Juan 16:8-11). Su obra la vemos en el corazón del hombre. Él vino para convencer al mundo de tres cosas: De pecado, justicia y juicio.

Hay una “conciencia de Dios” en cada ser humano, sea admitida o no, donde el Espíritu Santo de una forma como solo él puede hacerlo, aplica su verdad en el corazón hasta producir constricción.

Jesús mismo explicó el triple convencimiento del Espíritu Santo cuando dijo: “De pecado, por cuanto no creen en mí” v.8. Nadie más podrá convencer al pecador de su pecado sino él. La presencia del pecado y su obra maligna debe ser sustituida por una presencia santa. “De justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más”.

La justicia ha quedado disponible a todos los hombres y el Espíritu es quien convence a los hombres de la única justicia justa, porque ella no es posible entre los hombres. Jesús vivió una vida perfecta y ese modelo quedó entre nosotros. Ahora regresa al Padre y nadie le volverá a ver. El otro convencimiento es del juicio. Satanás ha sido ya juzgado. Estas tres cosas hechas por el Espíritu operan en nuestras vidas y ellas nos hacen permanecer.

El Espíritu Santo vino para sellarnos

Efesios 1:13-14. Aparte de convencernos de pecado, el Espíritu Santo una vez en nosotros, nos sella como su especial propiedad. En ese sentido, él es conocido como el “depósito”, el “sello,” y las “arras” en nuestros corazones. Pablo habla también de una triple obra en este mismo sentido de acuerdo con 2 Corintios 1:21-22. Somos confirmados en Cristo, ungidos por Dios y sellados por el Espíritu Santo. ¿Había pensado en algo mejor para su vida? Si alguien no permanece en él se debe a la falta de esta obra en su vida.

El sello es un distintivo de propiedad, pero también de seguridad. El Espíritu Santo es el sello de Dios sobre Su iglesia, así como Su derecho sobre nosotros como Su propiedad. La palabra “arras” era la parte del dinero de la compra dada, como anticipo con el cual se garantizaba la seguridad de lo restante. ¿No es hermoso pensar en el don del Espíritu como pago inicial de nuestra herencia celestial prometida por Cristo cuando murió?

 Este sello me da esa seguridad y me hace permanecer frente a toda circunstancia, por muy grande y fuerte que sea. Un día algunos recibirán la marca de la bestia, pero nosotros, los hijos de Dios, ya estaremos sellados para cuando eso acontezca.

 El Espíritu Santo vino para capacitarnos

Juan 16:13.  Jesús habló de su retorno al cielo antes de ir a la cruz. Una de las palabras más hermosas dichas por él antes de irse fue: “No os dejaré huérfanos, vendré otra vez” (Juan 14:18). Y en efecto, no lo hizo, porque el Espíritu Santo vino en su nombre para capacitar a sus discípulos e investirlos del poder de lo alto para el cumplimiento de la Gran Comisión. Jesús les dijo a Sus discípulos: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).

Hay una sola verdad revelada en la palabra y el Espíritu Santo nos ayuda a entenderla y con ella nos capacita. El Espíritu Santo es el extraordinario Maestro quien nos conduce a través de su gracia, poder y sabiduría para ser creyentes estables, sólidos, para permanecer firmes en él. Y con esa capacitación nos ha entregado sus dones espirituales para el servicio en el cuerpo de Cristo. En 1 Corintios 12 Pablo nos habla de esos dones dados.

La Biblia nos va a confirmar esos dones en nuestras vidas, llegando a ser irrevocables una vez dados (Romanos 11:29). Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. Pero no solo los dones son irrevocables, sino el llamado del Señor, por lo tanto, todo nos ha sido dado de parte del Espíritu Santo para permanecer en él.

Permanecemos en Él por la obra del hijo

“Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios […]”  

1 Juan 4:3. Juan comenzó hablando en este capítulo acerca de “no creer a todo espíritu” y “probad los espíritus” (v. 1). Los docetistas, una herejía combatida por Juan en esta carta, creían que Jesús era un fantasma. Por lo tanto, había espíritus malos cuya tarea era negar la revelación de las Escrituras respecto a la encarnación de Cristo.

Pero el profeta verdadero confiesa que Jesucristo ha venido en carne. La palabra compuesta de “Jesucristo”, se refiere a Jesús como su naturaleza humana y Cristo como su naturaleza divina. La encarnación de Jesús es la gran doctrina de la Biblia respecto a nuestra salvación. Es, en efecto, el foco central del evangelio, y tiene una significación total de las otras grandes doctrinas de la Biblia, tales como el nacimiento virginal, la crucifixión y la resurrección.

Como dicen los comentaristas: “La encarnación es el credo esencial del cristianismo; todo lo demás que se llama cristiano se sostiene o cae con esta doctrina” (Harvey J. Blaney S., «La Primera Epístola de Juan», en Comentario Bíblico Beacon: Hebreos hasta Apocalipsis (Tomo 10) (Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones, 2010), 402. Si confesamos esto, somos de Dios.

La importancia de confesar al Hijo

1 Juan 4:16. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. Como el tema es nuestra permanencia en él, Juan nos introduce en un texto extraordinario dirigido a la importancia de confesar a Cristo como el Hijo de Dios. Quien esto hace, dice Juan, “Dios permanece en él, y él en Dios”.

El tema de la confesión lo comenzó en el versículo 2, cuando Juan dijo: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios”, pero quien no lo confiese así, es anticristo v. 2. Pablo lo expresó de otra manera, cuando dijo: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).

Nada nos da más seguridad para permanecer en nuestra salvación como el hecho de haber confesado a Jesús como el Señor. Otra vez, cuando Juan escribió su carta, el asunto de la confesión del nombre de Jesús, no era lo mismo como la confesión de hoy. En su tiempo, confesar a Cristo era negar al César, y eso tenía unas tres connotaciones: Una muerte segura, un destierro o una expropiación de los bienes. Deberías ser un verdadero cristiano para no negar al Señor cuando te pedían en público negarlo.  ¿Lo has confesado así?

Permanecemos en Él por el amor de Dios

“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros…”

1 Juan 4: 9.  En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.  Este texto y Juan 3:16 tienen el mismo propósito. El amor no solo se define por el sacrificio hecho por Jesús, sino también por la decisión del Padre. Fue un sacrificio para Dios como Padre al enviar a la segunda persona de la Trinidad, y con eso derramar el juicio sobre su propio Hijo. ¿Qué padre no siente dolor al ver a su hijo morir, cualquiera sea su situación?

Pero ¿quién ha sufrido más entre un padre, viendo morir a su hijo, o el Padre celestial viendo a su Hijo morir por todos? En todo caso, éramos nosotros los merecedores de semejante castigo. Por lo general, algunas personas ven al Dios Padre del Antiguo Testamento como un “Dios enojado” y carente de sentimientos. Algunos trasladan ese pensamiento al Nuevo Testamento cuando ven en Jesús a un Dios más tierno y compasivo en el trato con la gente. Pero nada podía estar más lejos de la realidad.

En toda esta carta, y en especial en este texto, vemos a un Dios totalmente cercano con su más grande y absoluto amor por nosotros. Observemos otra vez el texto. El amor de Dios fue demostrado por nosotros enviando a su único Hijo “para que nosotros vivamos por él”. ¿Puede haber un amor mayor?

El Padre ha enviado al Hijo

1 Juan 4:14.  A Dios no le tomó por sorpresa la caída del hombre. ¿Qué significa esto? Que antes del pecado, ya Dios había hecho provisión para nuestra salvación. Juan fue un testigo ocular del ministerio de Cristo, por eso dice: “Nosotros hemos visto y testificamos […]”. Juan tuvo uno de los privilegios más grandes como ser humano, al ser tan cercano a Cristo. La encarnación es la doctrina central de nuestra fe cristiana y ese es el testimonio de Juan. Fue él quien dijo al principio: “Y aquel Verbo se hizo carne” (Juan 1:14).

Como estamos hablando de la Trinidad como el fundamento de nuestra permanencia, Juan nos presenta al Padre enviando a su Hijo. Esta noticia  nos llena de con la más grande esperanza.

 Nada ha sido, ni será, más importante como esta decisión tomada en la eternidad. Nunca sabremos del amor tan grande del Padre celestial al enviar a su Hijo para pagar la culpa que merecieron nuestros pecados.

Llamar a Jesús el “Salvador del mundo” en ese tiempo era un título aplicado a los dioses (por ej., Zeus), y así también se llamaba al César romano.

 Para los cristianos, solo Jesús podía llevar este título; llamarlo así era estar preparados para una persecución feroz hasta una muerte horrenda. 

Porque Dios es amor, permanecemos en él

1 Juan 4:16b.

Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él

 Juan define a Dios de tres maneras: “Dios es luz” (1 Juan 1:5); “Dios es espíritu” (Juan 4:24), y “Dios es amor” (1 Juan 4:16).

Todas estas declaraciones nos hablan de la naturaleza de Dios y de sus atributos. De estas tres definiciones, la de “Dios es amor”, expresa su más grande atributo.

 Anteriormente Juan nos había dicho: “el amor es de Dios” (v.7), para asegurarnos cuál es el origen del amor verdadero, de manera de amarle completamente, y a través de ese mismo amor, amar a nuestros hermanos.

¿Cuál es la diferencia entre la declaración “Dios es amor” y el “amor es de Dios?”.  Que mientras uno habla de la fuente de todos los amores, el otro habla de la esencia misma de Dios.

La Biblia nos revela a Dios con muchos nombres y atributos, pero ninguno lo define mejor como lo escrito por Juan: “Dios es amor”.

El amor, además de ser un atributo de Dios, es un aspecto central de su Carácter y de su Persona.

Cuando creemos en Dios llegamos a conocer su amor. Y cuando conocemos de su amor, permanecemos en su amor y Dios permanece en nosotros. Entonces ¿quién nos separará de su amor?

Nuestra permanencia en Él

Permanecer en él significa estar siempre descansando en él, anclado a él, fijo en él, bebiendo de él, continuamente conectado y en contacto con él; esto ha sido la razón de este tema.

A este respecto, Juan nos ha mostrado cómo la misma Trinidad se ha involucrado en la obra de nuestra salvación y con eso nuestra permanencia en él. 

Tenemos la obra del Espíritu sellándonos con su presencia, la obra del Hijo entregándose por nuestros pecados y la obra del Padre, con su más grande demostración de amor.

Jesús usó la metáfora de la vid para hablar de la importancia de permanecer en él (Juan 15).

En primer lugar nos ordena permanecer en él; si esto hacemos, él permanece en nosotros (v. 2). Las ramas no pueden llevar frutos por sí solas, de allí la importancia de estar pegadas a la vid para llevar frutos (v.4-5).

Hay una seria advertencia si no permanecemos en él: ser cortado como ramas (v. 6). Por otro lado, una bendición de permanecer en él es la respuesta a nuestras oraciones (v. 7).

Jesucristo nos asegura su amor, animándonos a permanecer (v. 9). Y por último, es el amor a Su palabra lo que nos ayudará a permanecer hasta el final (v. 10).

Los auténticamente salvos permanecen salvos. ¿Cómo se define usted? ¿Permanece en él?

Estudios de la serie: Las pruebas de la salvación

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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América
América
2 años de haberse escrito

Edificante enseñanza… Permanecer en Él Señor es lo que nos llevará a recibir la Corona de vida !!!

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