Del escritorio de Julio Ruíz

Perseverando en lo recibido

Perseverando en lo recibido

Hechos 2:42-47

A veces nos hacemos preguntas acerca de cómo fue la primera iglesia que nació en Jerusalén. ¿Cómo serian sus reuniones y su organización? ¿Habría un orden para los cultos? ¿Cuáles himnos o coros cantaban? ¿Se recogerían ofrendas? ¿Se cantarían especiales? ¿Cuándo se reunirían por las mañanas, las tardes o por las noches? ¿Tendrían el cafecito? No sabemos nada de esas cosas.

Lo que Lucas si nos ha revelado en el pasaje leído, es a una iglesia donde la presencia guiadora del Espíritu Santo era visible en su comunión, su adoración, su enseñanza y en la ayuda los unos a los otros. Leer que no había entre ellos ningún necesitado, es el sueño de cada iglesia y pastor, y ese modelo debe ser imitado.

Aquel modelo de iglesia no era perfecto, porque estaba compuesto por hombres con sus diferencias y sus caracteres, pero se manifestó al mundo con las características visibles de una iglesia viva y sana. Y cuando se presentó el primer problema, pronto se corrigió. Ananías y Safira era una pareja cristiana que formaba parte de esa iglesia. Ellos vieron como Bernabé vendió toda su propiedad y la trajo, poniéndolos a los pies de los apóstoles para ayudar a los necesitamos.

Seguramente ellos fueron motivados a hacer lo mismo, pero solo dando una parte, solo por apariencia.  Aquel problema se corrigió con la pareja muerta en el culto de adoración, porque ellos mintieron al Espíritu Santo, sustrayendo de su heredad (Hechos 5:1-11). La corrección de aquel pecado trajo como resultado “un gran temor” (v.5, 11). ¿Por qué imitar entonces ese modelo? Porque, aunque no era perfecta, ellos corrigieron sus fallas, llegando a perseverar en todo lo aprendido, con un énfasis especial en el compañerismo.

Cuando tú y yo nos convertimos en cristianos, tres relaciones cambiaron: Jesús se convirtió en nuestro Salvador, Dios se hizo nuestro Padre y la iglesia ha llegado a ser nuestra familia. Y esto es así, porque la unión construye relaciones, las relaciones comunión y la comunión construye amistades. Veamos, pues, cuáles son las características para imitar de una iglesia imperfecta, pero perseverante

La perseverancia en la devoción

Hechos 2:42

¿A qué se dedicaron aquellos hermanos? ¿A qué debemos dedicarnos nosotros ahora? Siempre que nos reunimos, debiéramos dedicarnos a la enseñanza de los apóstoles. Esa enseñanza no cambia, porque es el edificio de nuestra fe, teniendo como fundamento a Cristo. Nosotros somos la continuidad de la fe apostólica.  Pero, además, ellos crearon tal compañerismo (koinonia) que era visto en el compartimiento del pan, y al parecer eso lo hacían por el hecho de tener algo en común.

Esa devoción a las enseñanzas apostólicas, combinadas con aquel amor fraternal de su inquebrantable comunión, era fortalecido por sus oraciones. Bien podíamos decir que esa era el orden sus cultos: enseñanza, comunión fraterna, comer juntos y la oración fraterna. ¿Qué nos falta a nosotros para parecernos a esa iglesia? ¿Tienen nuestras reuniones aquellos elementos que la hacían una iglesia viva? Mis amados, cuando los creyentes nos dedicamos a la vida en común, a reunirse con nuestros hermanos, haciendo de esto un hábito, crecemos. 

Pero cuando esa devoción se desvanece, cuando dejamos de venir con menos frecuencia, la vitalidad espiritual de la iglesia se desvanece. Nos necesitamos unos a otros, volviendo al espíritu de aquella primera iglesia.

Ilustración:  Imagínese una fogata. Cuando los troncos están juntos, se queman y dan calor. Pero saque uno de los leños y verá lo que sucede. En poco tiempo, su llama muere, luego las brasas se enfrían, hasta que finalmente se mueren.

La preservarencia en el temor

Hechos 2:43

El temor de la iglesia del primer siglo fue una experiencia de profundo reconocimiento a la obra divina. Fue una especie de asombro colectivo por el mover libre del Espíritu Santo. Cuando ese temor bautiza a la iglesia, aún los no creyentes son contagiados con esa atmosfera vivida en la iglesia. Ese temor era visible en la vida de los creyentes.

Ellos se tomaron muy en serio la experiencia con el Señor, porque si algo deseaban hacer era reverenciar su nombre. Y ese temor colectivo se debió al impacto del evangelio en la vida de las personas. La experiencia de Pedro y de Juan sanando a un paralítico de 40 años (Hechos 3:1-10), quien después saltaba en el templo de contentamiento, trajo un temor tan grande que todos estaban llenos de asombro.

Cuando todo el pueblo vio esto y se dio cuenta de quién era, “se llenaron de asombro”. ¿A cuántos de ustedes les gustaría ver esto en medio de nosotros? Nuestra oración debe ser por esto. Nuestro compañerismo debe ser para esto y nuestro testimonio debe ser para esto. Que las cosas que nos sorprendan no sean nuestras diferencias, divisiones y falta de amor los unos por los otros.

La perseverancia en la generosidad

Hechos 2:44-45

Una de las notas distintivas de aquella iglesia naciente fue su sentido de desprendimiento de las cosas materiales, dando como resultado el tener “en común todas las cosas”, manteniendo una disposición para compartir. Si alguien tenía una necesidad, pronto llegaban en su ayuda. 

De esta manera, su koinonía, incluía compartir no sólo su fe en Jesús, sino también sus bienes. Por supuesto que aquel reparto de bienes era voluntario y ocasional. Aquella no fue una forma temprana de comunismo, cuya ideología es quitar por la fuerza al que más tiene para darse a otros.  En todo caso, esto fue simplemente una generosidad de corazón abierto. 

El principio es que cuando damos generosamente estamos poniendo en manos de la iglesia la sabia administración de los recursos para aliviar las cargas de los más necesitamos. La evidencia de un alma salvada es su generosidad. Lo fue en la vida de Zaqueo y en la vida de Bernabé. La iglesia de Jerusalén se aseguró de suplir las necesidades entre ellos. Ellos perseveraban en el privilegio de dar para que la iglesia no se detuviera en su propósito misionero. La iglesia con una membresía generosa cultiva su sentido de cooperación y de alcance.

Cuando damos bendecimos y somos bendecidos. Cuando Dios se apodera de tu corazón, y entiendes la gracia de Jesús y su obra en la cruz por ti, te conviertes en una persona generosa. Para ti, el dar no será una carga, sino una inmensa alegría.

La perseverancia en la asistencia

Hechos 2:46

Una de las cosas vistas en aquella naciente iglesia era la perseverancia en sus reuniones, tanto en el templo y por las casas. El compañerismo era evidente. Ellos no tenían razones para quedarse en casa, sino disfrutar de lo que a todos les era común, la presencia vida y activa del Espíritu Santo en medio de ellos. Fue interesante saber que a esos creyentes les permitieran celebrar sus reuniones en el templo, por cuando los fariseos y demás grupos gobernantes del templo sabían del “tal Jesús” ejecutados por ellos.

Por otro lado, esta nueva iglesia en Jerusalén tenía más de 3000 personas desde el primer día, y ellos no se detenían en reunirse o en grupos grandes o grupos pequeños. La oración completa: “Todos los días continuaron reuniéndose juntos” traduce “dedicado” en el versículo 42. Estaban dedicados a reunirse. Continuaron reuniéndose todos los días. ¡Mantuvieron sus brasas en el fuego! Ellos entendieron que la iglesia funciona como un equipo, porque cuanto no podemos hacerlo solos, necesitamos estar juntos.

En ese tiempo no había cultos online que, para algunos es una comodidad, pero los ha sacado del compañerismo vivo de la iglesia. El asunto es que nos necesitamos. Usted podrá escuchar la predicación online, pero se pierde de la comunión de los santos. Ninguna otra cosa sustituye el abrazo de los hermanos reunidos.

La perseverancia en la alegria

Hechos 2:46

Se reunían y comían juntos. Me encanta esto, ¡principalmente porque me gusta comer! Pero, más que la comida en sí, porque algo especial sucede cuando comemos juntos. Compartir una comida, incluso compartir un café, profundiza nuestras relaciones. 

A través de una comida podemos llegar a conocernos más, porque será un tiempo para hablar de la familia, diversiones, pasa tiempos, trabajo o estudios. ¿Sabía usted que Jesús pasó mucho tiempo comiendo con la gente, construyendo relaciones redentoras o transformadoras? De hecho, al compáralo con Juan el Bautista, quien era abstemio por ser nazareo, lo trataron como “comelón y bebedor”. Su primer milagro lo hizo en una boda donde había comida y bebidas (vino). Imagíneselo en el hogar de Marta, María y Lázaro; al parecer frecuentaba mucho ese hogar.

Jesús iba a todos los hogares donde le invitaban a comer. Por eso no tuvo problema en comer cuando fue invitado en casa de un fariseo llamado Simeón; pero también comió en la casa de Zaqueo el publicano. ¿No le parece extraño que aun después de resucitado tuviera un pescado asado para compartir con sus discípulos? Mis hermanos, la iglesia del primer siglo cultivó la práctica de comer “con alegría y sencillez de corazón”.  Esa experiencia produjo un amor profundo entre ellos, tanto que otros dijeron después: “Mirad como se aman”. La alegría debiera ser la nota distintiva de todos nosotros.

La perseverancia en la alabranza

Hechos 2:47

La alabanza formó parte de la comunión de la iglesia desde su mismo comienzo.  No tenemos un registro de los cantos de aquella iglesia, pero a juzgar por lo que Pablo nos dice, ya era costumbre de los hermanos de cantar y hablar “entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5:19).

La alabanza es la expresión más sublime con la que se reconoce al Autor de la vida, en profunda gratitud por sus hechos poderosos. En la alabanza se abren nuestros labios para cantarle al que está en los cielos, que se hace presente en nuestro compañerismo y comunión. La adoración es la expresión de un corazón redimido, quien ha visto el milagro de su salvación en su vida.

El hombre cojo sanado de Hechos 3 caminaba, saltaba y alababa a Dios. Pero ¿cómo no hacerlo si tenía 40 años sin caminar? Aquella primera iglesia expresaba su gozo y gratitud a través de la alabanza. Su alabanza a Dios era porque Jesús los había salvado. Jesús los había cambiado. Jesús les había dado una nueva vida. Estaban tan agradecidos, tan felices, que expresaban su continuo reconocimiento a Dios, y una de las maneras de hacerlo fue por medio de los “cánticos espirituales”. Yo sé que no todos tenemos buenas voces para alabar al Señor, pero nuestra gratitud por la obra hecha en nuestros corazones debe llevarnos a por lo menos a mover los labios del gozo que hay en el corazón.

Perseverando en lo recibido

Este texto termina, diciendo: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. Cuando la iglesia se determina en perseverar en lo recibido, no será extraño que Dios añada a ella su crecimiento. Este último versículo describe la vida juntos. Cuando la iglesia es devota, llena de asombro, generosa, amorosa, adoradora, gozosa y misericordiosa, no puede evitar crecer. ¡Hay algo magnético, algo contagioso, algo irresistible en este tipo de iglesia! 

Esta es la iglesia anhelada y que debe ser imitada. Que seamos una iglesia irresistible por lo que en ella sucede. Que seamos el tipo de iglesia donde Dios diga: “¡Puedo agregar personas a esa iglesia!”. Entonces el crecimiento se convierte en una parte natural de nuestra vida juntos. Hermanos, la consigna de este texto es perseverar. Los hermanos de la primera iglesia de Jerusalén fueron perseverantes en el compañerismo unos con otros.

Lo fueron en su devoción por la palabra de los apóstoles, en la comunión, el partimiento del pan y las oraciones. Pero también lo fueron en el temor, la generosidad, la asistencia a sus reuniones, en la alegría de comer juntos y en la alabanza a Dios. Cuando una iglesia persevera en lo recibido, el Señor añade a ella los que han de ser salvos.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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