Del escritorio de Julio Ruíz

Recordando el camino andado

Recordando el caminoa ndado

Este es un mensaje que tiene que ver con el pueblo de Israel en su camino a la tierra prometida descrito en Deuternonomio 8. Es el resumen de los 40 años de vida en el desierto y la manera milagroso como el Señor les sostuvo en ese tiempo.  Aplicandolo a nuestra experiencia actual, de alguna manera tambien pasamos por un desierto lleno de pruebas (la pandemia misma), pero hemos visto como Dios ha sido fiel  en su provision y cuidado.


Deuteronomio 8:1-10

La palabra “cuaresma” y “cuarentena” tienen un origen común. Ambas vienen del número cuarenta. Por tratarse de un aislamiento, su referencia histórica más cercana sería con los cuarenta días que Jesús se aisló en ayuno y oración antes de dedicarse al ministerio.

De esta manera el número “cuarenta” en la Biblia casi siempre se asocia con alguna prueba. Desde el mismo Génesis nos encontramos que Dios destruyó la humanidad con un diluvio que duró cuarenta días y cuarenta noches (Gn. 7:12). La vida de Moisés es marcada por cuarenta años en Egipto, cuarenta años en el desierto y cuarenta años dirigiendo a Israel a través del desierto (Dt. 9:9-11).

Los espías que fueron a explorar la tierra prometida duraron cuarenta días (Nm. 13:25). Elías duró cuarenta días caminando hasta el monte Horeb (1 Re. 19:8) y el último que tenemos en el Nuevo Testamento tiene que ver con los cuarenta días que Jesús estuvo apareciendo después de la resurrección (Hch. 1:3). En nuestro mensaje de hoy nos encontramos con el resumen del pueblo de Israel después que salió de Egipto.

La oración distintiva de este pasaje la encontramos en el v. 2. Israel pasó una “cuarentena” en el desierto. Fue un total aislamiento hasta que llegaron a Canaán. Por supuesto que muchos de ellos murieron. De hecho, se nos dice que toda aquella generación que salió de Egipto pereció. Cuando Moisés nos da este resumen del “camino andado” ya habían salido de los cuarenta años en el desierto. La prueba fue muy dura.

La generación que nacería en la tierra prometida se le contaría lo que vivieron sus padres en aquella larga travesía. Y aquí hay un cierto paralelismo en lo que le pasó a Israel y los muertos que se quedaron en el desierto con la experiencia que estamos viviendo con la pandemia del coronavirus. Sin embargo, lo que es distintivo de este pasaje no es la prueba en si, sino la intervención de Dios, proveyendo, guiando y cuidando a un pueblo rebelde sin que su amor se apartara de ellos. En lo personal, lo que más observo de las pruebas es cómo Dios se mueve en medio de ellas con su soberanía, permitiendo que todo suceda con un especial propósito. Qué debe recordar el creyente del camino andado.

Que Dios nos prueba para conocer nuestro camino

Aflicciones y pruebas

Deuteronomio 8:3b. Israel duró cuatrocientos años viviendo como un pueblo esclavo en Egipto. Esto hizo de ellos una nación sumisa y dependiente. Como quiera que haya sido su condición se acostumbraron al estilo de vida de aquel país pagano, pero también a tener un sustento seguro que fue anhelado por ellos cuando estando en el desierto se quejaron contra Moisés y contra Dios, diciendo: “Nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, de los pepinos, de los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” (Nm. 11:5). Por supuesto que en el desierto no tenían esas exquisiteces.

Ellos fueron llevados a ese lugar para ser probados en su fidelidad. El asunto es que, si Dios va a formar a un pueblo santo y celoso de buenas obras, tiene que pasarlo por el desierto para que allí deje su vida vieja y aprenda a depender de Dios, para que recuerde que no solo de pan vivirá el hombre v. 3. Debemos saber que las pruebas tienen el propósito de prepararnos para mejores tiempos. Israel tuvo que comer la comida del cielo antes de comer la comida de su nueva tierra. En el camino recorrido nos damos cuenta de que las pruebas sirvieron para ser mejores siervos. En esto si debemos recordar el pasado.

 

Un corazón examinado

Deuteronomio 8:3c. La expresión “para saber lo que había en tu corazón” nos hace pensar cuan interesado está Dios en conocer las verdaderas intensiones de nuestro servicio a él y a su obra. Por supuesto que Dios conoce anticipadamente qué es lo que hay en nuestros corazones. En el caso de Israel, Dios quiso probar la obediencia o desobediencia de ellos en un momento tan importante de su historia.

Fueron llevados al desierto donde no tenían otra alternativa, o confiaban en Dios o murmuraban contra él. Esto es muy significativo. Todos nosotros hemos sido llevados algún desierto, así como nuestro Señor también lo fue. Y es allí donde Dios obra para examinar el camino en que hemos andado. Si él permitió alguna aflicción en el pasado, su único fin fue examinar lo que había en nuestros corazones.

Necesitamos pensar detenidamente en la importancia que tiene esta acción divina. El camino por recorrer demanda de un corazón examinado. No podemos servir al Señor con un corazón dividido. David pedía a Dios que examinara su corazón (Sal. 139:23, 24) y su hijo Salomón nos dice que sobre toda guarda guardemos el corazón (Pr. 4:23). Las pruebas que Dios nos permite son como el “estetoscopio” para examinar el corazón.

 

Que Dios provee para sostenernos en el camino

La comida que no conocías

Deuteronomio 8:3. El camino que el Señor nos ha permitido andar ha estado lleno de su providencia y de su gracia con los que nos ha guardado y cuidado hasta hoy. Un ejemplo de eso fue la forma milagrosa cómo sostuvo a su pueblo por cuarenta años en el duro desierto. Es cierto que él mismo sometió a su pueblo a hambre, pero eso era un medio correctivo. El texto nos dice que les sostuvo con el maná del cielo. Esto es muy alentador.

Dios no mandó caravanas de Egipto llenas de la comida que ellos tanto amaban. Les mandó el maná, la comida que tenía los nutrientes básicos para sostenerlos en tan duras condiciones. Mis hermanos, cuando tenemos que recordar el camino recorrido, una sola cosa queda clara: Dios ha sido fiel en sostenernos. Sus despensas celestiales jamás se han agotado. Su provisión es fresca cada mañana como lo son sus misericordias.

De esta manera, la provisión divina del pasado es garantía de la provisión en el futuro. El Dios que sostuvo en el desierto con mayor razón sostendrá en la tierra que “fluye leche y miel”. Y la promesa del sostenimiento para el futuro es tan segura que Dios anticipa la abundancia que vendrá después (vv. 7-10). En todas las etapas de la vida hay una provisión segura.

El vestido que nunca se envejeció

Deuteronomio 8:4. Si bien es cierto que los israelitas llevaron varias mudas de ropa y de calzado al salir de Egipto, lo cierto es que al final todo aquello se acabaría. Aun las mejores ropas se deterioran con el tiempo. Pero una de las cosas que sabe un hijo de Dios es que su capacidad para sostener y cuidar a sus hijos en todas las circunstancias. Es por eso por lo que el texto dice que “tu vestido nunca se envejeció… ni el pie se te ha hinchado…”. Ningún sastre ha confeccionado un vestido como Dios, ningún zapatero ha hecho un calzado como lo hace Dios.

Así tenemos que el que creo el basto universo también tiene la forma cómo sostenerlo. Note esto. Si Israel era una nación que podía llegar a unos dos millones de personas, el que Dios haya vestido y calzado a todos forma parte de la promesa que más adelante escribiera el apóstol, cuando dijo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que haga falta”. El creyente sabe que su Dios es todopoderoso para cuidar de él en su desierto o en la tierra prometida. Jesús después diría que no nos preocupáramos por el vestido y que en lugar de eso buscáramos el reino de Dios y su justicia. Si Dios lo hizo en el pasado lo hará en el presente. Él no cambia con los años ni sus recursos.

 

Que Dios dejó su Palabra para corregirnos en el camino

Hay que guardar la palabra

Deuteronomio 8:6. Todos sabemos la diferencia entre leer y guardar la palabra. Usted podrá leer siempre, pero si no la guarda ella no cambiará nada en su vida. El salmista nos ha dejado una poderosa razón por la que debemos guardar su palabra: “En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti” (Sal. 119:9). Por cierto que no dijo en mi cabeza. Observe cómo Dios le pidió a Israel que guardara la palabra antes de entrar a Canaán.

Bien sabía Dios de la inclinación de ellos por la idolatría, pero también del paganismo reinante en la tierra por conquistar. Cuando a Josué se le entregó la final tarea de llevar a Israel a la tierra prometida, el énfasis en guardar la palabra y la importancia de poner todo su esfuerzo en lograrla quedó evidenciado en Josué 1:7-8. Al recordar el camino andado las demandas no podrían ser otras. El presente recordatorio es, a mi manera de ver, el más importante de todos.

El éxito del varón bienaventurado radica en la importancia que le da a la palabra (Sal. 1:2). El texto nos sugiere que la mejor manera de guardar su palabra es andando en sus caminos y temiéndole. En la vida podremos guardar muchas cosas, pero si no guardamos su palabra nada tendrá sentido.

Cuidarás de ponerla por obra

Deuteronomio 8:1. Esto requiere de especial dedicación del cristiano. Somos muy dados a cuidar con prontitud nuestros intereses. Pero ¿qué tanto lo hacemos con la palabra? A Israel se le instruyó sobre la necesidad de practicar la palabra de Dios como garantía de su más rotundo éxito espiritual y material. Los resultados no podían ser mejores: “…para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres”. Israel desconocía los caminos de la tierra prometida, como también nosotros los desconocemos.

El entrar a un lugar donde jamás se había vivido era una incertidumbre para los nuevos visitantes. La necesidad de poner por obra la palabra de Dios sería la única garantía de vida para una larga vida, acompañada de multiplicación familiar. “Poner la palabra por obra” es darle una asignación a todas las cosas que compete a mi condición espiritual para temer a mi Dios y no pecar contra él, pero también lo que respecta la obra evangelística con el perdido. Sobre el poner por obra la palabra, Santiago 1:22 nos llama a ser “hacedores” de ella. Una iglesia que cuida de poner la palabra de Dios por obra será una iglesia bienaventurada (Sal. 1).

Que Dios cumple su promesa al final del camino andado

Tierra de recursos para producir

Deuteronomio 8:7. Dos cosas que decir acá. Lo primero es que los Israelitas no eran agricultores. Ellos eran un pueblo de ovejas y ganados, por lo tanto, no conocían las bondades de la tierra para la producción porque no era parte de su oficio. Por otro lado, ellos vivieron cuarenta años en el desierto donde no veían arroyos y fuentes de manantiales, pues era un lugar sin vida. Así que la tierra donde entrarán es un gran contraste con la severidad del desierto, descrita por la abundancia de la nueva tierra de Israel. En esa tierra habrá abundancia de agua, lo necesario para que haya producción.

Hermanos con semejante promesa que describe esas exuberantes bendiciones vale la pena seguir adelante. Que bueno es saber que en el camino por recorrer Dios ha provisto el recurso de sus manantiales, símbolo de lo que necesitamos para nuestra siembra y cosecha. Sin tener que forzar el texto bien podemos aplicar esa agua viva al Espíritu Santo, el más grande recurso que Jesús le profetizó a la iglesia para su ministerio (Jn. 7:37-39). El Espíritu Santo es la garantía para nuestra siembra y cosecha.

Tierra de abundancia para consumir

Deuteronomio 8:8-10. Amados hermanos, las promesas de Dios siempre tienen esta característica. Dios jamás ha hablado en términos de escasez. Si la tierra prometida es sinónimo del cielo que nos espera, entonces la abundancia de los productos que se cosecharán acá son una gráfica descripción que lo que le espera al pueblo de Dios siempre será lo mejor. Esta es la visión que debemos tener como hijos de Dios.

Vea, pues, como Moisés les ordena a Israel que miren adelante, a Canaán: la tierra de la abundancia. El camino por recorrer es una invitación para ver la gran siembra y cosecha en la tierra que Dios nos da ahora. Y lo bueno de esa promesa es que Dios ha dicho que “no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella…”. Me gusta pensar en la iglesia del evangelio como la Canaán de nuestros tiempos, regada por el Espíritu con sus dones y su gracia para dar frutos como se describen acá. Es gratificante pensar que Dios nos invita a dejar nuestro “desierto” para introducirnos en nuestro “Canaán”. La iglesia nació para vivir en esa tierra de abundancia. Ha sido plantada en tierra fértil. Tiene los recursos de la palabra y el Espíritu. Salgamos hoy a conquistarla. Amen.

 

Recordando el camino andado

Mis amados hermanos que bueno es que recordemos el camino andado hasta acá. Pero ese camino ha quedado atrás. Hablando en términos eclesiásticos podemos decir que la iglesia del Señor ha salido del mundo (Egipto), luego entró al desierto (las pruebas) y ahora ha sido invitada a entrar a Canaán (el lugar de la abundancia). Pero antes de entrar allí el Señor nos ha dejado un recordatorio que es la clave para que el camino por recorrer esté lleno de victoria.

El Señor nos recuerda las lecciones en el camino recorrido, nos recuerda la provisión con la que nos sostuvo hasta acá vista en el maná y en el vestido no envejecido, nos recuerda el lugar que ocupará la palabra de Dios y finalmente nos recuerda las bondades de la tierra por conquistar. La promesa es que Dios nos introduce “en la buena tierra”. Ya el Señor entró en ella, sigamos sus pisadas. La orden que se nos da es esta: “ahora, pues, levántate y pasa este Jordán…”.

Cuando vamos a reabrir el templo para que la iglesia se reúna, este es el mensaje que necesitamos. Lo que Dios hizo en el pasado, lo hará en el presente. Cada crisis es Su oportunidad para obrar en medio nuestro.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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