Del escritorio de Julio Ruíz

Un alma vale más que un techo roto

Un alma vale más que un techo roto

Marcos 2:1-12 

La evangelización siempre tiene un costo que hay que pagar. Siempre habrá un “techo” que romper y alguien lo tendrá que pagar para la salvación de un alma. La presente historia, como ninguna otra en la Biblia, nos presenta el valor de un alma, el precio que debe gastarse para que traer a alguien a los pies de Cristo.

Observemos a estos cuatro amigos trabajando en equipo para que este hombre por tanto tiempo postrado, fuera tocado por Jesús. Marcos describe esta escena de una manera muy viva, abundando en detalles sobre los demás evangelios. Algunos autores creen que la casa donde se dio este milagro era la de Pedro. Si esto fue así, la preocupación de Pedro después de esto tuvo que ser seria.

La pregunta que discutiría con su esposa sería ‘¿quién paga esto?’. Dudamos que para ese tiempo existieran compañías de seguro para cubrir un gasto de este tipo. Bueno, como quiera que haya sido, en ese lugar se dio un extraordinario milagro donde se puso en evidencia que Jesucristo era Dios, porque tuvo el poder para perdonar pecados y sanar al paralítico. Pero el crédito mayor de esta historia lo tuvieron los cuatro hombres quienes superando todos los obstáculos, lograron poner al hombre enfermo en presencia del Sanador.

En efecto, esta fue su meta. La actuación de fe de estos hombres nos da las pautas para ayudar en la salvación del perdido. Nos muestran el valor del trabajo en equipo. El valor de la unidad en un solo objetivo. Nos inspiran a hacer lo mismo.  La osadía y el ingenio de aquellos hombres nos revelará que no importa el esfuerzo que tengamos que hacer si al final logramos traer a los pies de Cristo a aquellos que también están paralizados a causa de sus pecados.  Consideremos la fe puesta en acción para llevar a los hombres a Cristo. Cuál es el costo que debe ser pagado. Veamos:

Hay que tener un corazón compasivo

¿Quiénes eran estos hombres?  

Se desconoce su origen y sus nombres. No sabemos si eran creyentes y se pertenecían a alguna denominación. Pero esto no importa, la Biblia no se interesa en darnos esos detalles, sino en mostrarnos lo que ellos hicieron. El énfasis radica en la compasión y la amistad que tenían por ese infeliz paralítico. Ellos llegaron amarle y con frecuencia vendrían a él para acompañarle.

No venían, como el caso de los amigos de Job, para entrar en un razonamiento filosófico sobre las causas de su sufrimiento. No le visitarían como los fariseos, quienes estarían más preocupados en no contagiarse con el enfermo que ser movidos a misericordia. Si ellos eran familia de este hombre, pues nos daremos cuenta lo que hace el amor verdadero cuando busca labrar la dicha en los que más requieren de nuestra ayuda.

La actuación de aquellos hombres era la de un “buen samaritano”. Eran hombres con una gran sensibilidad, quienes habían hecho del paralítico el objeto de su preocupación por semejante miseria humana. Ninguno de los tres evangelios que narran su historia nos dice el tiempo que este hombre tenia enfermo, de allí que la acción emprendida por estos hombres fue un reflejo de su amor por otros.

Sintiendo el mismo amor

Filipenses 2:2. Estos hombres nos muestran que antes de traer a alguien a Cristo nosotros debemos tener amor por ellos.  Es el contacto de corazón a corazón que ablanda nuestra sensibilidad y nos pone en el camino para buscar ayuda con el necesitado. En esta historia nos llama la atención que en la sanidad y salvación del paralítico se usaron a cuatro hombres.

Tiendo a pensar que hay paralíticos que no pesan mucho. Algunos casos conocidos revelan a estas personas reducidas a un montón de huesos. De manera que un solo hombre podía haberles llevado a Cristo. Pero aquí fueron cuatro. Dos tomarían la delantera y dos irían detrás. Los unos seguían a los otros. Todo un trabajo en equipo para salvar al enfermo.

Hay en esto una verdad que debe ser tomada: la iglesia necesita trabajar en comunión si quiere ver la conversión de los que nos rodean. De esta manera nos exhorta Pablo: “…completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa… no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. (Fil. 2:2-4) Esta actitud nos pone en el camino correcto para hacer la obra del Señor. 

Hay que estar preparados para los impedimentos

Venciendo el obstáculo de si mismo.

Llegó el día cuando los cuatro hombres, llenos de un gran optimismo, entusiasmados con una gran esperanza y persuadidos de una gran fe, se dispusieron a llevar al hombre a Jesús. La noticia estaba en las calles. Después de algunos días Jesús vino a Carpenaúm. Algunos piensan que aquella fue la última vez que Jesús vendría a la ciudad.

Para aquellos hombres el tiempo de la salvación era urgente. Si no lo llevaban ahora no habría otro tiempo ni otro chance. De modo que, frente a este reto, un solo asunto dominaba la determinación de estos cuatro amigos: traer el enfermo a Cristo. Así que lo primero que hicieron fue convencer al paralítico para llevarlo a Cristo.

Tenga en cuenta que ya esto de por sí es una ardua tarea. No es fácil convencer a alguien para que acuda a Cristo. No todos los casos responden de la misma manera. Hay un mundo de excusas mientras se habla del amor de Dios para cada vida.                                                                              

El obstáculo de la multitud.

El versículo 4 nos dice que “no podían acercarse a él a causa de la multitud…”.  ¿Le ha tocado alguna vez caminar en medio de una  multitud donde apenas puede moverse? ¿Cuánta gente estaría apostada en la puerta oyendo del Maestro sus más inigualables enseñanzas? P

odemos imaginarnos el cuadro. Aquellos hombres cargaron por cierta distancia al enfermo, pero ahora no pueden entrar. Es posible que al principio vinieran los momentos de desaliento y hasta de frustración, pero ellos vencieron sus propios sentimientos de fracaso. Ellos no vieron la “multitud” para llegar a Cristo.

¿Cuál es la multitud que impide hoy que las personas vengan a Cristo? Multitud de religiones, multitud de dogmas y preceptos, multitud de falsos maestros, multitud de diversiones y placeres del mundo, multitud de malos testimonios, multitud de creyentes indiferentes e insensibles, multitud de quejas y críticas de los mismos creyentes, multitud de vidas que no son buena referencia de un cristianismo vivo y victorioso… y la lista seguiría siendo muy larga.

El creyente y la iglesia debieran estar conscientes de esas “multitudes” que son obstáculos para que otros vengan a Cristo y abrir otros espacios hasta traer a los hombres a los pies del Maestro.

Hay que tener una fe determinada

La fe del que evangeliza.

Es interesante que Jesús no mencione explícitamente la fe del enfermo, sino que el texto habla de la fe de los amigos Marcos 2:5. La verdad de esta historia es que este hombre fue sanado por la enorme fe que tuvieron sus amigos. La Biblia no nos dice que ellos se desalentaron ante las dificultades.

No se quejaron porque no hubo una respuesta inmediata. No nombraron un comité para que fuera a hablar con el Señor. Estos hombres ejercitaron su fe.  Pusieron un plan en marcha. Como quiera que sea la determinación era poner ese hombre frente a Cristo. Imaginémonos la escena.

De repente la multitud que estaba apostada a la puerta notan que estos hombres se las ingeniaron, y ahora en lugar de buscar la puerta para entrar están en el techo de la casa. Tuvieron que usar algún instrumento para llegar arriba; a lo mejor subieron algunos primeros. Como eran cuatro, dos podían tomarlo arriba mientras los otros ayudaban desde abajo. 

Desconocemos la estructura de la casa. No sabemos cómo eran los techos, pero tan pronto como fue posible, aquellos hombres abrieron un boquete tan grande para poder bajar al hombre enfermo. Jesús está en la sala enseñando. Él tuvo que oír los golpes en el techo, sentir el polvo y otros materiales caer, y luego ver cuatro cuerdas descender trayendo un cuerpo muerto con un hombre vivo reducido e impedido.

Jesús detuvo su enseñanza. Contempló la valiente fe aquellos hombres que miran desde el techo descubierto y se dirige al enfermo con estas palabras: “Hijo, tus pecados te son perdonados” v.5.                                                                       

Los incrédulos ante la palabra

Los fariseos que estaban allí se llenaron de asombro y de una reacción inmediata, tildando a Jesús de blasfemo v.7.  Pero lo cierto fue que la intrepidez de estos hombres dejó asombrados tanto a los que estaban adentro como los que estaban afuera. Lo que allí sucedió fue una noticia que se expandió muy pronto. Allí ha pasado algo que tiene que ver con el corazón mismo de toda evangelización. 

l trabajo de conducir a los hombres a Cristo plantea el rompimiento de ciertos esquemas y hacer ciertos sacrificios. La única manera de entrar a la casa era a través de la puerta. Pero cuando una puerta se cierra para el evangelio hay que buscar otra salida. A veces pensamos que solo hay una forma de hacer las cosas. En esta historia se rompen con los patrones y las costumbres.

Hablando del costo, una pregunta que surge en esta escena sería acerca de  quién pagaría el techo roto. Alguien tenía que pagar el daño. Puede imagínese la cara del dueño de la casa, quien mientras oye a Jesús,  también oye los golpes arriba y luego vio descender al paralítico. ¿Estaría pensando este hombre si la compañía de seguros podría cubrir el daño? ¿Quién pagaría la factura?

El asunto es que hay un costo que pagar para que los hombres vengan al Señor. El costo de mi tiempo. El costo de  las críticas del “que dirán” por lo que hacemos. Y también el costo de mi propia inversión para la obra… Estos hombres nos dicen que cualquiera cosa que se haga para traer los hombres a Cristo es el más grande asunto. Un alma vale mucho para Dios. Nadie está fuera de su alcance.

Conduce al gozo de la tarea cumplida

Vale la pena el esfuerzo.

El objetivo se había cumplido. Aquellos hombres vencieron todas las dificultades y ahora está una camilla con un minusválido delante del único que podía hacer algo por él. No se sabe si el paralítico había nacido en esa condición. No se sabe si lo que le vino fue producto del pecado mismo, al juzgar por las palabras del Señor que sus pecados fueran perdonados.

Hay cuatro mirones desde arriba y una multitud adentro y afuera expectantes de  lo que Jesús podría hacer. El resto del trabajo depende de él. Así que en esta escena Jesús va a pasar de la condición de Maestro a la condición de Salvador y Dios. Aquella casa fue testigo de este hecho.

Las primeras palabras de Jesús pudieron confundir a la audiencia. Los mirones que están en el techo esperarían que Jesús diera de una vez la orden de sanidad. Pero no lo hizo. ¡Qué desilusión! Se concretó más bien en decir “tus pecados te son perdonados”. Sin embargo, con esas palabras vendrían dos grandes revelaciones.

Antes de curar el cuerpo hay que curar el alma.

Sanar al enfermo parecía ser lo más fácil, puesto que hasta un médico lo haría.  Muchos les gusta el ministerio de lo sensacional, y el sanar a los enfermos es uno de ellos. Pero perdonar pecados, siendo esto la raíz de todos los males y una tarea divina, no es muy popular.

Así que Jesús hizo el trabajo completo. Hizo las dos cosas que solo Dios podía hacer: perdonar y sanar. Y de esta manera, frente a la mirada atónita de los presentes, los cuatro hombres pudieron ver que el hombre que vivió paralizado y acostado, ahora se ha levantado, y la cama que un día le llevaba, ahora él lleva la cama. Aquello tuvo que ser un momento de mucho gozo. Ya ellos no tenían que llevar otra vez al enfermo de regreso a casa. Ahora los tobillos y los pies de aquel hombre se llenaron vida y con ellos comienza a saltar.

El poder del Señor cambió aquel hombre. Todos, y en especial los cuatro amigos, dijeron: “Nunca hemos visto tal cosa” v. 12. Cuánto gozo produce la salvación de un perdido. Estos cuatro hombres representan a la iglesia. La tarea de ella es traer a los “paralíticos” a los pies de Cristo. Hay grande gozo “cuando un pecador se arrepiente”.

Un alma vale más que un techo roto

La actuación de estos hombres nos muestra cómo debiera darse la tarea en la evangelización. Ellos nos revelan que si no hay  compasión no hay interés por el perdido. Nos dicen que si no hay unidad el perdido quedará tendido en su condición; los cuatro tomaron un lado de la cama y  lo levantaron.

Nos dicen que aun cuando el camino al Señor esté impedido por una “multitud” de obstáculos, hay que ser perseverantes y osados hasta llevar a los hombres al Señor. Y sobre todo, ellos nos muestran que hay gozo en el cielo y en el  corazón evangelizador cuando vemos a los hombres  levantarse de su estado y glorificar al Señor por el cambio de sus vidas. ¿Soy parte de estos “cuatro amigos”? ¿Tengo un amor sincero por el que está “muerto en sus delitos y pecados”?

Es muy fácil perderse en el tema de las misiones y no comprender nuestro papel personal en la misión. Por ejemplo, a muchos les gustan los deportes. Se sientan en las gradas y animan a su equipo, pero nunca ponen un pie en el campo de juego para contribuir con todos. Son muy buenos como porristas, pero realmente no contribuyen a la causa. Desgraciadamente se puede decir lo mismo de los miembros de una iglesia local.

Nota: Basado en este mismo capítulo hace unos años el Pastor Julio Ruíz nos ofreció otro estudio titulado La fe de los cuatro amigos

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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MARIO ZUÑIGA
MARIO ZUÑIGA
2 años de haberse escrito

MUCHAS GRACIAS POR ESTE MATERIAL HNO. JULIO, ME PARECE MUY INTERESANTE Y ME SERA DE GRAN AYUDA PARA MI EXPOSICION. SE LO AGRADEZCO BASTANTE.

América
América
2 años de haberse escrito

Dios le bendiga hno Julio Ruiz por estas enseñanzas son de muchísima bendición.

Julio Ruiz
1 año de haberse escrito

Muchas gracias mis hermanas Maria Zuñiga y America por sus comentarios. Que el Señor me las bendiga mucho.

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