Del escritorio de Julio Ruíz

El trabajo del espíritu en el caos de la vida

Génesis 1:2

INTRODUCCIÓN: Si el Padre celestial tiene la potestad de traer al Hijo los que han de ser salvos, y si al Hijo le corresponde llamar a esos que el Padre les trae para la salvación, entonces el Espíritu Santo tiene la tarea final de hacer que cada una de estas personas tenga un nuevo nacimiento. El nuevo nacimiento pudiera ser  un tema desconocido en el seno de nuestras iglesias, pero sin esa experiencia no hay genuina salvación. Jesús planteó esto como una de sus más grandes doctrinas. Un hombre llamado Nicodemo vino a él de noche y fue confrontado con esta verdad al iniciarse la conversación. Note que Jesús no se quedó escuchando los halagos que este “principal entre los judíos” le manifestó al principio. Jesús no está tan interesado en lo que los hombres piensan de él, sino en que conozcan el don de salvación que vino a traer. Así que Jesús fue directamente al grano, diciéndole: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). La doctrina del “nuevo nacimiento” se conoce como la “regeneración del alma”.  ¿Por qué esta experiencia es una obra del Espíritu Santo? Porque el Espíritu Santo tiene la responsabilidad de hacer que los hombres que Jesús llama tengan un encuentro con él por medio de una transformación del corazón, lo que se conoce como el bautismo del Espíritu al momento de creer. Esto recuerda las palabras de Jesús cuando dijo: “Os conviene que yo me vaya”. En aquel tiempo Jesús afirmó que cuando el Consolador viniera, él “os guiaría a toda verdad”. Y las tres cosas del cual convencería el Espíritu Santo a los hombres eran: pecado, justicia y juicio (Jn. 16:7-11). Sin embargo, antes que el Espíritu Santo viniera por mandato expreso de la Segunda persona de la Trinidad, ya había venido a la tierra. Él estuvo junto con el Padre y el Hijo para darle belleza aquel caos que había en el principio. Vea como el libro de Génesis nos muestra esta verdad: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn. 1:2). Consideremos el paralelismo que existe entre aquel primer caos de la tierra y el caos del hombre. ¿Qué importancia tiene esto en el trabajo del Espíritu Santo?

I.     CONOCER LA HUMILLACIÓN  DEL ESPÍRITU EN MEDIO DEL CAOS EXISTENTE

1. La humillación del Espíritu en el primer caos. No hubo nada en el principio que pudiera asemejarse a la esencia misma del Espíritu. La pregunta que nos hacemos es, ¿cómo pudo estar presente el Espíritu Santo en medio de semejante caos? La explicación que daremos a esto es la misma que tenemos con relación a la humillación del Hijo. En el caso del Hijo, la Biblia nos dice que se “humilló a sí mismo” y se hizo obediente hasta la vergonzosa muerte de de cruz. Pero antes que esta humillación viniera, el Espíritu Santo también se había humillado al presentarse en aquel un lugar desordenado y vacío. Cuando leemos del Espíritu de Dios revoloteando sobre aquel estado informe y sin vida, ponderamos lo que esto significó para él, pues en el seno de la misma eternidad era adorado en su exclusiva gloria y en su  excelsa luz eterna. Hacerse presente en las tinieblas que estaban sobre la faz del abismo, presuponía una humillación extrema.  En esto hay algo que debe ser considerado. El plan de Dios desde el principio fue el de darle orden a lo creado. Pero para eso él mismo tuvo que condescender con su creación aunque esto implicaba su propia humillación. Considere el hecho que se trata de la persona del Espíritu Santo. Jesucristo habló de la tercera persona de la Trinidad como lo más santo y sagrado, por lo tanto descender para estar con la materia significaba su más gran humillación. Sin embargo, si nos acogemos al plan eterno de Dios de trabajar para hacer la más hermosa de sus obras, lo que vemos acá no es sino la expresa orden del cielo que fuera la tercera persona de la Trinidad la que viniera para poner orden. Y así como se humilló en ese primer caos, el próximo caos al que vendría sería al hombre. Este sería su trabajo más encomiable, pues se trata de la regeneración.

2. La humillación del Espíritu en el segundo caos. Si nos parece extraordinario que el Espíritu Santo estuviera presente en aquel desorden y caos de la tierra, mucho más resulta el hecho que ese mismo Espíritu ahora tome como lugar para de vivir nuestro corazón. Tome cuenta que si al principio el Espíritu revoleteaba sobre la faz del abismo, ahora él viene a morar en cada corazón. Observe lo siguiente, Jesucristo se humilló y vino a la tierra y habitó entre nosotros. Su encarnación tuvo que ver con el hecho de tomar un cuerpo humano y estar en la tierra por treinta y tres años. Él vino a la tierra a dar su vida por los pecadores, pero sería el Espíritu Santo quien moriría en nuestros corazones. Si tenemos que ponderar la humillación del Verbo, no menos cierta es la humillación del Espíritu Santo. Evalúe su propio corazón y pregúntese, ¿qué había en nuestros corazones para que el Espíritu Santo lo tomara como su morada? Así tenemos que mientras Jesús vivió con los pecadores, el Espíritu Santo ahora vive en los pecadores. Esto es la más incomprensible demostración de la gracia divina. Y esto es lo que se conoce como la obra de regeneración del Espíritu. ¿Qué hay de bueno en el corazón del hombre? Una evaluación sincera nos va a dar como resultado que lo que hay en el corazón es todo lo que contrista al Espíritu Santo. Todo lo que el Espíritu Santo quiere engendrar en nosotros es rechazado por la dureza de nuestro corazón. La intención del Espíritu es convertir nuestro cuerpo en su templo, pero la intención del corazón es mantenerlo en el mismo caos. Así que la regeneración que nos trae el Espíritu Santo, que no es sino una nueva creación, es parecida al mismo orden que estableció en la primera creación. El Espíritu Santo viene para poner orden y llenar la vida con todo lo hermoso también. El no deja una obra inconclusa. Aunque haya tenido que humillarse, su visión final es terminar la obra que comienza en cada vida. Vea por que la creación fue en seis días.

II.    DESCUBRIR EL MOVIMIENTO DEL ESPÍRITU SOBRE TODO AQUELLO DONDE ESTÁ PRESENTE EL CAOS

1. Al principio todo era un caos, pero el Espíritu se movía. Una de las cosas que nos llama  la atención al principio de la creación es que la tierra estuviera “desordena y vacía”. Era una tierra sin acabar; una especie de masa sin forma y sin vida. No había seres vivos que la poblaran. ¿Puede imaginarse una obra sin acabar y carente de vida? Esa es exactamente la obra humana. El hombre fue lo más hermoso de la creación, pero el pecado dañó aquella obra. Lo que fue hecho según la “imagen y semejanza de Dios” quedó desordenado y vacío. El pecado se encargó de producir un inmenso caos y un profundo vacío en el corazón del hombre. Pero lo que más nos sorprende al principio de la creación no es que la tierra estuviera en tal condición, sino el ver al Espíritu de Dios moverse sobre la faz de las aguas. Nadie sabe cómo se movía el Espíritu de Dios sobre la faz de aquellas primeras aguas. Si nos acogemos a la palabra de Dios que nos habla de un “viento apacible”, bien pudiéramos pensar que fue así. Pero también si pensamos lo que sucedió en el Pentecostés, aquel podía ser un “viento recio”. Como quiera que haya sido, lo más importante es que el Espíritu de Dios se movía libremente en medio de aquella original confusión. Qué bueno es saber que el Espíritu Santo fue dado para darle forma y belleza a todo aquello que se encuentra en un caos. El nuevo nacimiento es un trabajo del Espíritu Santo.
2. Al principio todo era tinieblas, pero el Espíritu se movía.  Este cuadro de las tinieblas sobre la faz del abismo nos muestra la más inimaginable visión de un principio nada deseable. ¿Qué es lo que usted ve en las tinieblas? ¡Nada! Todo lo que uno puede imaginarse en el primer estado de la tierra era de completa confusión y desolación. Las tinieblas que había al principio representan al llamado padre de la noche y de la oscuridad. Los términos abismo y tinieblas solo corresponden al enemigo del hombre, Satanás. Su misión ha sido cegar el entendimiento de los hombres para que no les resplandezca la luz de Jesucristo. Es por eso que cuando el Espíritu de Dios se hace presente en medio de tal oscuridad y del  abismo, comienza a salir una belleza de  esa alma con la fuerza de la luz como la que resplandeció en medio de aquel caos del principio.  En manera similar, la obra de la gracia en el alma es una nueva creación. ¿Qué hay en un alma sin gracia, que no ha nacido de nuevo? Un total desorden, confusión y mala obra.  Está vacía de todo bien porque está sin Dios. Está en total oscuridad.  Este es nuestro estado por naturaleza, hasta que la gracia del Espíritu Santo hace la obra completa de transformación.

III.    VER LA MANIFESTACIÓN DEL PODER DEL ESPÍRITU AL DARLE FORMA A TODO LO QUE ESTÁ EN EL CAOS

1. El poder del Espíritu es gracia salvadora. Es muy significativo que el primer acto de la creación tuvo que ver con el Espíritu de Dios moviéndose en ella. Fue esta acción lo que comenzó a generar vida, luz y orden. ¿Qué quiere decir todo esto? Que es el Espíritu de Dios  el que da vida. La creación del hombre fue el producto del soplo divino. Así, pues, la acción del Espíritu Santo debe considerarse como la primera obra de gracia en el alma de una persona. De manera, pues, que hasta que ese poder no se manifieste en el corazón del hombre pecador no habrá transformación. Una persona podrá venir una y otra vez a la casa de Dios. Podrá escuchar todos los mensajes que el predicador exponga. Podrá participar de cuanto evento “evangélico” haya, pero si ese hombre no es visitado por el poder del Espíritu Santo, simplemente está perdido. Mientras el Espíritu de Dios no se posee en él, cual “paloma divina”, ese hombre no podrá cambiar. Él será como la tierra al principio: “desordenada y vacía”.  Y en esto apuntamos que el hombre podrá presentar los mejores trofeos de sus buenas obras, pero si el Espíritu Santo no obra en su desordenado y vacío corazón, no habrá cambios. Y no hay cambios porque no hay vida de Dios en su interior, no hay fe en Cristo, no hay verdadera esperanza para el futuro. Nada de lo que haga lo podrá llenar; es un recipiente vacío. Fue Blas Pascal quien dijo que el hombre tiene un vacío con la forma de Cristo y hasta que no lo llene con él, está perdido.

2. El poder del Espíritu es luz reveladora. Un asunto que debe decirse acá es que cuando el Espíritu de Dios se hizo presente en aquella tierra desordenada y vacía, no solo se encontró con un caos sino que tampoco encontró luz. La Biblia nos dice que “las tinieblas estaban sobre la faz de abismo”. ¿Cuál era el reto para el Espíritu? Crear la luz. ¿No le parece interesante que fue la luz lo primero creado en ese lugar después que se crearon los cielos y la tierra? Así que no había nada que pudiera darle al Espíritu de Dios “una mano” para comenzar hacer su trabajo. Él no tuvo alguien como Juan el Bautista quien le preparó el camino al Señor para su llegada. Por esto es que lo primero que escuchamos en el versículo 3 del primer capítulo de la creación es: “Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz” (v.3). Y cuando la luz llegó, las tinieblas ya no gobernaron a todo lo creado, pues Dios hizo separación entre ellas y la luz. El poder del Espíritu de Dios trae consigo una luz reveladora. La Biblia nos dice que “Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él”. Así que la misión del Espíritu Santo es iluminar al corazón lleno de tinieblas. Pero el trabajo del Espíritu de Dios para poner luz en medio de las tinieblas, es un trabajo que se consigue con un hombre muerto. No es que estamos ni siquiera medio muertos, como el hombre de la parábola del Buen Samaritano, es que simplemente estamos muertos en nuestros delitos y pecados. ¿Y cómo puede un muerto resucitar por si solo? Un muerto no coopera en nada. De allí que el trabajo más encomiable del Espíritu de Dios es crear luz en el hombre, quien por si solo jamás logrará salvarse. El poder del Espíritu revela su luz en el caos.

CONCLUSIÓN: ¿Qué surgió del primer caos donde revoloteaba el Espíritu de Dios? Todo lo que vino de allí fue hermoso. El sello de la aprobación lo fue poniendo el Padre creador, al decir: “Y vio Dios que era bueno en gran manera”. De aquel desorden y caos; de aquel lugar donde las tinieblas estaban sobre la faz de la tierra, surgió la espectacular creación antes que apareciera el pecado. De aquel caos sin vida y sin forma salió el huerto del Edén, el Paraiso de Dios. ¿Qué puede surgir del caos del corazón del hombre cuando el Espíritu llega allí? Pues una nueva creación. Eso se llama regeneración.  Al Espíritu Santo no lo desanima el peor de los hombres. El hombre con el caos producido por el pecado, es su más grande desafío. La labor del Espíritu Santo es moverse en cada corazón, así como se movió al principio de la creación. Jesucristo habló de esa promesa cuando al referirse a la morada del Espíritu en cada corazón, dijo: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38). Cuando Dios nos salva por medio de su Hijo, toma nuestro cuerpo como la mora del Espíritu Santo.  Él llega a nuestras vidas como un río de agua viva. Una vez allí él espera ser una fuente que salte para vida eterna. Pero somos nosotros los responsables de mantenerlo vivo. ¿Qué hacer entonces? El creyente no debe ni apagarlo ni contristarlo. El no creyente debe dejar entrar a su corazón. Él vino para transformar tu caos en belleza. Él vino para hacer una nueva creación.Si el Padre celestial tiene la potestad de traer al Hijo los que han de ser salvos, y si al Hijo le corresponde llamar a esos que el Padre les trae para la salvación, entonces el Espíritu Santo tiene la tarea final de hacer que cada una de estas personas tenga un nuevo nacimiento. El nuevo nacimiento pudiera ser  un tema desconocido en el seno de nuestras iglesias, pero sin esa experiencia no hay genuina salvación. Jesús planteó esto como una de sus más grandes doctrinas. Un hombre llamado Nicodemo vino a él de noche y fue confrontado con esta verdad al iniciarse la conversación. Note que Jesús no se quedó escuchando los halagos que este “principal entre los judíos” le manifestó al principio. Jesús no está tan interesado en lo que los hombres piensan de él, sino en que conozcan el don de salvación que vino a traer. Así que Jesús fue directamente al grano, diciéndole: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). La doctrina del “nuevo nacimiento” se conoce como la “regeneración del alma”.  ¿Por qué esta experiencia es una obra del Espíritu Santo? Porque el Espíritu Santo tiene la responsabilidad de hacer que los hombres que Jesús llama tengan un encuentro con él por medio de una transformación del corazón, lo que se conoce como el bautismo del Espíritu al momento de creer. Esto recuerda las palabras de Jesús cuando dijo: “Os conviene que yo me vaya”. En aquel tiempo Jesús afirmó que cuando el Consolador viniera, él “os guiaría a toda verdad”. Y las tres cosas del cual convencería el Espíritu Santo a los hombres eran: pecado, justicia y juicio (Jn. 16:7-11). Sin embargo, antes que el Espíritu Santo viniera por mandato expreso de la Segunda persona de la Trinidad, ya había venido a la tierra. Él estuvo junto con el Padre y el Hijo para darle belleza aquel caos que había en el principio. Vea como el libro de Génesis nos muestra esta verdad: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn. 1:2). Consideremos el paralelismo que existe entre aquel primer caos de la tierra y el caos del hombre. ¿Qué importancia tiene esto en el trabajo del Espíritu Santo?

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